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‘Aid al Adha’, una celebración marcada por las ausencias

El cierre de la frontera entre Melilla y Marruecos como medida de prevención para evitar casos de covid-19 de un país al otro divide a las familias durante la fiesta grande de la comunidad musulmana

Nassim Al Ouryachi es un joven de 23 años que como tantos otros melillenses ha visto afectada esta gran celebracion por la pandemia
Nassim Al Ouryachi es un joven de 23 años que como tantos otros melillenses ha visto afectada esta gran celebracion por la pandemiaAdam Al Ouryachi

Los manteles con los mejores bordados y la cubertería más brillante relucen en los salones de más de la mitad de los hogares melillenses que este viernes celebran el Aid al Adha, celebración musulmana conocida popularmente por el sacrificio del cordero. Esta festividad conmemora el pasaje del Corán en el que se muestra la voluntad de Ibrahim (Abraham) de sacrificar a su hijo Ismael (Isaac en la Biblia) como un acto de obediencia a Dios, antes de que este interviniera para entregarle un cordero para que lo entregara como ofrenda.

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Este año, el Aid el Adha añade una nueva connotación al término sacrificio: muchísimas familias celebran este día divididas por una frontera que cerró sus puertas al inicio del estado de alarma derivado de la pandemia de coronavirus y todavía no se han vuelto a abrir. Las ausencias están presentes en las mesas con sillas vacías a ambos lados de la valla que separa la ciudad autónoma de Melilla y Marruecos. Los encuentros se reducen al núcleo familiar y las visitas de limitan a los más allegados para evitar grandes reuniones donde sea difícil mantener la distancia, todo ello para evitar contagios en la ciudad donde solo hay un positivo por coronavirus en estos momentos.

“El covid nos ha cambiado la forma de ver la vida. Esta fiesta era la oportunidad para reunirnos toda la familia y abrazarnos; esta vez no lo podremos hacer. Solíamos pasar este día con mis abuelos, que viven en Farhana, pero no hemos podido cruzar la frontera. Por eso, mi familia no sacrificará ningún cordero, para nosotros no tiene sentido si no podemos compartirlo con quienes más queremos”, relata Nassim Al Ouaryachi, un joven melillense de 23 años que está acabando la carrera de Ciencias Políticas en la Universidad de Granada.

Es el mayor de cinco hermanos y desde pequeño le inculcaron el respeto por los animales durante el rito sagrado del sacrificio que se hace en ofrenda a Dios. “No estamos por encima de los animales, somos iguales porque también tienen alma y el maltrato es pecado. De ahí que el rito sea muy exigente para evitarle el sufrimiento”, explica. Aunque cumplir con el sacrificio es responsabilidad del cabeza de familia, este joven asegura tener un debate moral. “Creo en Dios y celebro los actos religiosos, pero tengo una fuerte conciencia animalista. No todos están preparados para hacer el sacrificio, para eso ya está el matarife”, comenta un tanto dubitativo, y añade: “Con el tiempo se van perdiendo costumbres y cada vez hay más jóvenes que no pueden ver sufrir a un animal”.

El cordero es el plato estrella del Aid el Adha, pero no se consume hasta un día después del sacrificio porque hay que preparar bien la carne. La tradición establece que las familias deben quedarse con un tercio de la carne del animal y donar los otros dos tercios entre familiares y pobres. Carbón, anafres y parrillas son los utensilios imprescindibles en las cocinas en estas fechas. Este viernes sí cocinarán pinchitos con las vísceras del animal, básicamente el hígado aliñado con diferentes especias, pero no será hasta mañana sábado cuando el plato de cordero presida el centro de la mesa, acompañado de tayín, cuscús, harera y pastas y té, según la preferencia de cada comensal.

Nassim Al Ouaryachi (izq) junto a su primo en la celebración del Aid el Adha el año pasado
Nassim Al Ouaryachi (izq) junto a su primo en la celebración del Aid el Adha el año pasadoNassim Al Ouaryachi

La preparación de los diferentes platos y procurar que todo esté listo lleva mucho tiempo. Tradicionalmente los hombres realizan el sacrificio, mientras que las mujeres se encargan de limpiar el animal y preparar los diferentes platos. “Como mujer es una faena, nos pasamos el día en la cocina. Todavía existe una división de roles que está muy marcada en muchos hogares”, critica Dina Mohamed Aakcha, melillense de 22 años que acaba de finalizar un doble grado en Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad de Granada.

“Afortunadamente las cosas empiezan a cambiar gracias al feminismo y a una educación igualitaria en el colegio que muestra que niños y niñas somos iguales, el problema es cuando se interiorizan los roles marcados en casa y no tienen otros ejemplos o referentes”, detalla esta joven. En su caso también hay ausencias. Este año no podrá cruzar al país vecino para celebrar la fiesta grande con sus tías y primos por el cierre de fronteras. “Para mí es algo natural ir a Marruecos en esta fecha, celebrarla sin ellos no tiene sentido”.

Así las cosas, tampoco sacrificarán ningún borrego en su casa. “Mi padre falleció hace años, a mi madre la carne de cordero no le sienta bien y yo sola no puedo con todo”, indica. Los momentos en familia, además de la dimensión espiritual, son el centro del Aid el Adha. “Veo que a mi madre le hace ilusión. Para esta fiesta estrenará un vestido nuevo. De pequeña vivía la víspera con mucha ilusión, era una noche mágica porque sabías que al día siguiente estrenarías ropa nueva o te regalarían algún dulce o quizá algún juguete”, suspira con algo de melancolía.

Sin embargo, los tiempos cambian: “Veo un cambio generacional. Los niños de ahora parecen que no le dan valor a nada. Solo piensan en tener el último móvil y la ropa más cara. Creo que el materialismo, el capitalismo y el individualismo están haciendo olvidar que las personas y nuestros seres queridos somos lo importante. Estas fiestas están para recordarnos que somos en comunidad”. Para Dina Mohamed Aakcha, lo importante es reforzar el espíritu, independientemente de la religión que se profese. Lo peor, las ausencias que el coronavirus ha dejado, las sillas que ya no se volverán a ocupar.

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