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Guía para los nuevos ciclistas urbanos o cómo superar los obstáculos para moverse en bici

Sudor, pereza, conductores poco respetuosos... El autor explica cómo venció sus temores para cambiar la moto por la bicicleta en sus desplazamientos por Madrid

Pablo Linde
Un hombre con mascarilla y guantes monta en una BiciMad por el Retiro, el pasado 31 de mayo.
Un hombre con mascarilla y guantes monta en una BiciMad por el Retiro, el pasado 31 de mayo. Joaquin Corchero (Europa Press)

En enero de 2019 volví a Madrid después de dos años en Latinoamérica. Prácticamente desde mi primera llegada a la capital, en 2007, me había movido en moto, pero a mi vuelta decidí dar un paso que, me consta, muchos están pensando ahora: desplazarme en bici por la ciudad. Había varias razones para ello y por entonces ninguna era evitar pillar un coronavirus en el transporte público. La principal era la coherencia: no quería contribuir a emitir una contaminación de la que no paraba de quejarme. Si aspiraba a vivir en una ciudad con más bicis y menos coches, subirme a una debía ser el primer paso. Como secundarias: ganaba una hora de actividad física al día y ahorraba en gasolina, seguros y mantenimiento de la moto.

Obviamente, no todo eran ventajas: a cambio de ir en bici sacrificaba unos cuantos minutos al día. Mi trabajo está a unos 20 de casa en moto, es decir, dedicaba 40 diariamente a desplazamientos. Con la bici supone algo más de una hora. Tampoco voy a negar que hay que luchar contra otros desincentivos que muchos alegan a la hora de dar este paso: sudor, pereza, conductores poco respetuosos… Pero compensa con creces. Me animé a escribir este texto por si mi experiencia pudiera ayudar o animar a los dubitativos.

Comencé usando Bicimad, el servicio de bici eléctrica municipal. Como su cobertura no llega ni cerca de la calle Miguel Yuste, donde está la redacción de El País, la dejaba en la última estación y allí la combinaba con el metro. Me sirvió para darme cuenta de que era perfectamente factible moverse en bici, de que era agradable pedalear por El Retiro todas las mañanas y de que escuchar los pájaros era mejor que la megafonía del subterráneo. Si trabajase en un lugar conectado con Bicimad, probablemente no habría dado el siguiente paso: comprarme una bici eléctrica para eliminar definitivamente el metro de la ecuación.

Con más de un año y medio circulando en bici por Madrid, así respondo a las principales reticencias que me plantean quienes están pensando en dar el mismo paso:

Las cuestas

Tengo que reconocer que si tuviera que pedalear en las cuestas sin la ayuda del pequeño motor eléctrico de mi bici, me daría más pereza recorrer todas las mañanas sobre dos ruedas los casi nueve kilómetros que separan la redacción de mi casa. En una ciudad más llana no habría problema, pero Madrid está asentada sobre colinas, es un constante sube y baja. Si hubiera menos distancia, tampoco. Y hay compañeros menos perezosos que yo que hacen un trayecto similar sin ayuda del motor a diario. El mío no es tan poderoso como los de las Bicimad, hay que pedalear y esforzarse, pero el empujón que da en las pendientes se agradece mucho y permite mantener una velocidad decente durante todo el camino, ahorrando también algo de tiempo. Es más cara que una convencional, pero las hay por menos de 1.000 euros, lo que equivale a un par de años de abono transporte y es mucho menos de lo que se gasta en unos meses en seguro, garaje, gasolina, impuestos y mantenimiento de un automóvil. Es una inversión que a la larga se amortiza.

El sudor

La bici eléctrica ayuda a que la sudoración no sea extrema. Incluso en verano, la hora a la que la mayoría entra a trabajar no suele ser tórrida y con un cambio de camiseta puede ser suficiente. Cuando no, si no hay vestuarios en el trabajo, existe la opción de apuntarse a un gimnasio cercano a la oficina para darse una ducha previa. Aumenta un poco el presupuesto si solo se usa para esto, pero sigue siendo bastante más barato que desplazarse en coche o moto.

El mal tiempo

Para mí el frío no es un problema: en seguida se entra en calor pedaleando. Solo suelo dejarla en casa si llueve mucho. La bici no es una religión ni un matrimonio, no te reprochará que le seas infiel. Si algún día llueve, hace demasiado calor o frío, se puede acudir al medio de transporte alternativo, ya sea público o privado. Si algún día tengo una especial prisa o me viene mejor, suelo echar mano de aplicaciones de coches o motos eléctricas. Si la mayoría usase la bici para moverse solo unos días a la semana ya se quitarían muchos vehículos de las calles.

Dónde dejarla

En mi caso uso la bici en un 90% para ir del trabajo a mi casa y de casa al trabajo. Tengo sitio seguro donde dejarla en ambos. Hay candados muy resistentes, prácticamente irrompibles sin una radial, que brindan bastante seguridad para dejarla en la calle. Utilizo uno de ese tipo cuando lo hago. Como medida adicional, me di de alta en Biciregistro, una especie de censo nacional de bicicletas que facilita su localización en caso de robo mediante un sistema de marcado seguro. En cualquier caso, cuando me muevo por el centro (en su sentido más amplio: en Madrid, todo lo que esté dentro de la M-30), me resulta más cómodo usar las bicis municipales, así que es frecuente que lo haga a pesar de tener una propia.

Los coches

Aunque soy un ciclista urbano relativamente novato, llevo desde los 15 años yendo con la bici por carretera, así que los coches no me resultan especialmente amenazantes. Salvo casos contados, no tengo gran sensación de peligro y he sufrido más sustos en los carriles bici integrados en las aceras (invadidos por los peatones por su falta de uso ciclista) que por la propia calzada. Pero comprendo que no para todo el mundo es así. Las infraestructuras para bici en España, en general, son escasísimas y este es el mayor desincentivo para moverse a pedales por la ciudad. Cuantos más ciclistas haya, la demanda obligará a los políticos poco motivados a ofrecer más ciclovías, pero no se pueden esperar vocaciones de mártires por los carriles bici. Yo particularmente me sorprendí de que, modificando ligeramente la ruta más intuitiva a mi trabajo, a penas necesitaba ir por la calzada. Calculo que el 80% de mi trayecto diario es por carril bici o por un parque (en mi caso, El Retiro). Solo comparto con coches dos pequeños tramos, uno de ellos muy poco concurrido. Quizás esto le pasa a más personas y no lo saben; es cuestión de explorar un poco y adaptar el itinerario.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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