Cómo ayudar a los niños a superar las pesadillas y los terrores nocturnos
El confinamiento, el aislamiento social, alejados de sus amigos y familiares, han ido produciendo una merma en el desarrollo y bienestar de los menores, impactando también en sus sueños
Como parte del desarrollo psíquico de los niños, es normal que entre tres y 12 años sufran algunas pesadillas o terrores nocturnos mientras duermen. Ambos conforman el grupo de las parasomnias, fenómenos molestos que se presentan durante el sueño, de forma recurrente, afectan especialmente a los críos en edad escolar y desaparecen con el tiempo. Pero en condiciones tan especiales como las que hemos vivido (y todo indica que seguiremos viviendo), no es tan raro que algunos pediatras registren un ligero aumento en la frecuencia de pesadillas y terrores nocturnos en sus pequeños pacientes. “La situación actual a la que nos hemos visto sometidos, afecta a los niños, causándoles incluso estrés y ansiedad al limitar sus actividades cotidianas y sus relaciones interpersonales con la familia, amigos o compañeros de la escuela y, sobre todo, al estar expuestos ante el malestar general de su entorno”, señala María García, psicóloga de Blua, de Sanitas, quien añade que esto puede condicionar notablemente su descanso.
El confinamiento, el cierre de los colegios, el aislamiento social absoluto, alejados de sus amigos y familiares, los parques (aún) precintados... han ido produciendo una merma en el aprendizaje, desarrollo y bienestar socioemocional de los menores, impactando también en sus sueños. Además, la incertidumbre, el miedo, la tensión y la angustia, que nos devoran a bocados a los adultos y que, por mucho empeño que pongamos, no sabemos disimular, también pueden estar haciendo mella en los niños a la hora de irse a la cama. Si bien se vislumbra un ligero destello al final del túnel en cuanto a la crisis sanitaria, aún quedan batallas por librar, como reducir las preocupaciones durante el día, para favorecer el sueño de nuestros hijos.
Pesadillas y terrores nocturnos: no son lo mismo
Para combatirlos, prevenirlos y saber cómo actuar, se nos antoja esencial conocerlos. La especialista nos explica que “las pesadillas son episodios desagradables y angustiosos que se producen durante el sueño REM (Rapid Eye Movement). Se pueden presentar en cualquier momento de la noche, siendo más frecuentes en el último tercio”. Y matiza: “se caracterizan por ser una manifestación de ansiedad o preocupación que se libera durante la ensoñación”. Duran unos 10 minutos y el niño suele despertarse solo, muy asustado nervioso, alterado, sudoroso y ansioso. Una vez despierto, se acuerda de todo lo que ha soñado y puede describirlo tan perfectamente, incluso al punto de sentir que ha ocurrido de verdad. Suelen iniciarse entre los 3 y los 6 años de edad, y son más frecuentes entre los 6 y los 10.
La Asociación Española de Pediatría define los terrores nocturnos como episodios repentinos de terror y pavor durante el sueño no REM, más frecuentes en el primer tercio de la noche. Duran de 3 a 15 minutos y finalizan de forma espontánea, lo que no consuela a los padres, a quienes este tiempo les habrá parecido un siglo. Probablemente son una de las parasomnias más angustiosas, sobre todo para ellos. Empiezan con un grito o llanto repentino en medio de la noche y, pese a estar absolutamente dormido, el niño puede tener los ojos abiertos y la mirada fija. “Son sueños muy vívidos, con mucha angustia y malestar, agitación motora, sudoración, llantos, gritos e incluso el niño puede llegar a incorporarse de la cama”, describe la psicóloga. A diferencia de las pesadillas, y aunque parezca imposible, no recuerda nada de lo ocurrido. Las manifestaciones son más agresivas, eso sí, e incluso, sin querer, puede dar manotazos o patadas. Son típicos a los 3 o 4 años, aunque pueden presentarse antes o después, reduciéndose al mínimo a partir de los 12.
¿Por qué ocurren?
“Aunque no se ha encontrado una causa concreta que explique el origen de las parasomnias, se ha comprobado que están relacionadas con los miedos, la ansiedad y las preocupaciones”, comenta la experta. Nos lo explica mejor: “desde las teorías cognitivas, se entienden los sueños como una forma de ‘basura del cerebro’, es decir, como un mecanismo para deshacerse de toda la información que se recibe. Por eso, soñamos siempre que dormimos –aunque, a veces, no nos acordemos el qué. Como, en ocasiones, tenemos pensamientos raros, de los que probablemente no somos consientes, podemos tener sueños también sin sentido”. A lo largo del día, y en especial en estos meses “los niños están recibiendo cantidades ingentes de información, cosas que ven en su entorno, en las noticias, lo que oyen de su padres, etc., que procesan con sus capacidades propias, acordes a la etapa evolutiva de cada uno”.
Según la experiencia de la psicóloga, “ahora mismo, la mayoría de consultas relacionadas con el sueño se deben a problemas para conciliarlo y mantenerlo. Es cierto que algunas consultas refieren a pesadillas, que en su mayoría están relacionadas con procesos de duelo, experiencias traumáticas, cuadros de ansiedad y estrés”. Los nuevos hábitos que se han esculpido a la fuerza y sin más remedio durante el confinamiento y que continúan en época de desescalada también suman: desde cambios de horarios, rutinas caóticas, fines de semana iguales al resto de la semana, un exceso de uso de dispositivos electrónicos hasta la falta de ejercicio y la imposibilidad de abrazar a los amigos.
Lo que podemos hacer los padres
“Frente al terror nocturno, conviene acompañar y calmar tranquilamente al niño, de forma cariñosa, hablándole suavemente y acariciándolo, prestándole atención para que no se haga daño, en el caso de tener movimientos bruscos. Para ello, es bueno permanecer a su lado, vigilando que no se haga daño con algo. Se recomienda no forzar su despertar, ya que aumentará su confusión y desorientación: aunque no recuerde lo ocurrido, notará agitación y malestar. En su lugar, es recomendable esperar con paciencia a que acabe el episodio, sin intervenir. Una vez que haya concluido todo, hay que abundar en muestras de afecto y empatía, que harán que se sienta reconfortado y vuelva a dormir”.
En cuanto a las pesadillas, la psicóloga sostiene que “la mejor forma de intervenir es acudir en ayuda del niño e intentar despertarlo suavemente, dándole apoyo, palabras de cariño y caricias, para hacerle sentir seguro y acompañado”. No es necesario preguntarle sobre el contenido de la pesadilla, pero, si el mismo niño abre el tema de conversación, “es bueno hablar de ello, escucharlo, sin interrumpir ni juzgar ni mucho menos minimizar su temor, entendiendo que lo están pasando mal”. Se trata de validarlo y normalizarlo, y explicarle que se trata de un mal sueño. “Como apoyo se recomienda utilizar ‘elementos mágicos’: sus juguetes, lámparas quitamiedos u otros objetos que le transmitan confianza y les ayuden a afrontar el miedo a la oscuridad o al sueño”.
Cuando conviene la visita al pediatra
“Estos trastornos serán un problema en la medida que supongan una interrupción continua del sueño, alterando su cantidad y calidad. Además, puede derivar en problemas de conducta, estado de ánimo, concentración y rendimiento escolar en el día a día.
Conviene consultar al pediatra cuando pesadillas y terrores se hacen demasiado frecuentes, se acompañan de convulsiones o rigidez, son demasiado llamativos o violentos, y se prolongan por más de media hora. El médico decidirá si hay que hacer un estudio del sueño para descartar alguna patología.
La higiene del sueño
Para que las pesadillas o terrores nocturnos alteren lo menos posible la vida diurna y nocturna de los más pequeños, es importante que tengan una “buena higiene del sueño”. La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que los niños de tres a cinco años duerman entre 10 y 13 horas; los de edad escolar (entre seis y 12 años), de 9 a 12 horas, mientras que a partir de los 13, que dediquen ocho horas diarias al sueño. El Instituto de Investigaciones del Sueño además sugiere intentar llevar rutinas a la hora de acostarse, sencillas y relajantes, por lo que hay que prestar especial atención a:
- Mantener horarios adecuados a cada edad. Hay que recordar que la falta de sueño crónico es uno de los mayores desencadenantes de las parasomnias.
- Tomar cenas ligeras, reduciendo las grasas.
- Beber líquidos dos horas antes de irse a la cama, para que no se interrumpa el sueño en la mitad de la noche por ganas de orinar.
- Evitar la televisión, los videojuegos, el móvil y otras pantallas antes de dormir. La estimulación lumínica no solo inhibe la melatonina (hormona del sueño), sino que también puede empeorar las parasomnias.
- Evitar las películas de terror y, en estos tiempos, limitar las noticias e imágenes.
- Acostumbrar a los niños a dormir en su cama. Además, adquirir hábitos relajantes como leer un cuento, un masaje o una canción suave.
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