_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Puercoespines

Son el símbolo de nuestros días: procuran arrimarse unos a otros para darse calor, pero si se acercan demasiado se pinchan con las púas y deben guardar sus distancias

Fernando Savater
Un puercoespín planta cara (y vence) a una manada de leones.
Un puercoespín planta cara (y vence) a una manada de leones.@LATESTKRUGER

En mi niñez, que duró hasta la edad en que hoy los chicos se arrepienten de su primer estupro, nada me gustaba más que coleccionar cromos de animales. Me aprendía sus características, su hábitat, su dieta y hasta su nombre en latín según Linneo. Aún veo el asombro de mi profesor de Ciencias Naturales cuando, con la ingenua pedantería de mis 11 años, le informaba de que en África viven búfalos, Syncerus caffer, y elefantes, Loxodonta africana... Uno de mis predilectos era el pangolín, Manis pholidota, que me imaginaba enorme, como una especie de estegosaurio acorazado, pero que se alimentaba de hormigas, lo cual hubiera debido alertarme de que muy grande no podía ser. Cuando me enteré del tamaño del pangolín fui perdiendo interés por él (me ha pasado también con seres humanos a los que empecé admirando), aunque le guardo cierta simpatía. Nunca pude imaginar que tantos años después volviese a mi vida como amenaza...

Pero el bicho más simbólico para quienes vivimos en cuarentena es otro antiguo favorito mío: el puercoespín, Hystrix cristata, que Schopenhauer puso como ejemplo de nuestra sociabilidad. Según el sabio pesimista, la sociedad humana es como la de los puercoespines en invierno. Procuran arrimarse unos a otros para darse calor, pero si se acercan demasiado se pinchan con las púas y deben guardar sus distancias. Ni demasiado lejos, porque se mueren de frío, ni tan cerca como para hacerse sangrar. Es la paradoja de nuestra reclusión: las epidemias son males sociales y no se atajan sino dejando nosotros de serlo; aunque sin apoyo humano tampoco lograremos sobrevivir. Por eso nos piden que seamos solidarios alejándonos de los demás... pero sin perder el vínculo con ellos. La conclusión filosófica es no comer pangolines e imitar al puercoespín.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_