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Las fuentes oficiales, en ocasiones, mienten: cuatro casos que lo demuestran

Limitar la información a la que procede solo de instituciones públicas, como planteaba el CIS, no significa que la información que se ofrezca sea veraz

Patricia R. Blanco
Sala de prensa del Congreso de los Diputados.
Sala de prensa del Congreso de los Diputados.

El último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), publicado el pasado jueves, planteó una pregunta que ha creado una gran polémica al sugerir la posibilidad de renunciar a la libertad de expresión para luchar contra la expansión de bulos. Pero la controversia es mucho más profunda. La alusión del CIS a consultar solo “fuentes oficiales” en la información sobre la pandemia de coronavirus, una recomendación muy recurrente en la lucha contra la desinformación, resta al periodismo su papel de verificar las informaciones que difunden tanto los poderes políticos como las instituciones públicas o internacionales. Además, minusvalora la importancia de otras fuentes que, no siendo las oficiales, han ayudado a destapar corrupciones y mentiras expandidas desde ámbitos oficiales. Las fuentes oficiales o quienes las representan, también pueden mentir y ocultar información de interés público.

La pregunta del CIS: "¿Cree usted que en estos momentos habría que prohibir la difusión de bulos e informaciones engañosas y poco fundamentadas por las redes y los medios de comunicación social, remitiendo toda la información sobre la pandemia a fuentes oficiales, o cree que hay que mantener libertad total para la difusión de noticias e informaciones?".

Es evidente que recurrir a la información procedente de instituciones públicas es una de las herramientas básicas del periodismo. Sin embargo, que las fuentes sean oficiales no significa que sean siempre veraces. Precisamente en la pandemia de covid-19 la información oficial ha despertado dudas sobre el número de muertes causadas por el virus. En Madrid, por ejemplo, los datos de los entierros apuntan a que las muertes por coronavirus pueden ser 3.000 más que las de la estadística oficial. El Ministerio de Sanidad pide a las comunidades que comuniquen las cifras de los fallecidos confirmados por covid-19, es decir, solo la de aquellos a los que se les ha practicado un test. El criterio excluye a quienes han muerto en una residencia de mayores sin ingresar en un hospital o en su hogar sin que se les llegara a hacer la prueba.

Estos tres ejemplos muestran casos históricos en los que las fuentes oficiales, o sus representantes mintieron u ocultaron información. Y un cuarto en el que una fuente no oficial destapó una trama mundial de espionaje:

Los “hilitos de plastilina” del ‘Prestige’

El 19 de noviembre de 2002, el petrolero Prestige se hundió partido en dos frente a las costas gallegas, provocando la peor catástrofe medioambiental de España. Pero aquella misma tarde, un científico del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), José Luis García Fierro, del Instituto de Catálisis y Petroleoquímica, aseguró a la prensa que el “hundimiento” era una buena noticia que evitaría la marea negra, según relata el catedrático de Periodismo y licenciado en Química Carlos Elías en Medio ambiente, manipulación política y control mediático del riesgo. Análisis del caso del hundimiento del petrolero Prestige. Según el argumento de García Fierro, que respondía a necesidades políticas y no a criterios científicos, al encontrarse el barco a una profundidad de 3.600 metros, el fuel se solidificaría. Esta fue la tesis que manejó el Ejecutivo, que dejó una frase para la historia. “El fuel está aún enfriándose, salen unos pequeños hilitos, me dicen que son regueros solidificados con aspecto de plastilina en estiramiento vertical”, afirmó Mariano Rajoy, entonces portavoz del Gobierno que dirigía José María Aznar.

La OMS ocultó que sus expertos en gripe A cobraron de farmacéuticas

Un informe clave de la OMS sobre la pandemia de gripe A (2009-2010), que instó a los Gobiernos de todo el mundo a adquirir fármacos antivirales contra el virus H1N1, ocultó que algunos de los expertos que lo elaboraron tenían vínculos con las farmacéuticas Roche y Glaxo, fabricantes de Tamiflu y Relenza, según desveló un estudio del British Medical Journal (BMJ), una de las revistas médicas de referencia. El análisis de la OMS en el que recomendaba a los Gobiernos almacenar estos dos medicamentos —los únicos dos fármacos eficaces contra el virus H1N1— había sido publicado en 2004, antes de que estallara la pandemia, y se apoyaba en publicaciones de tres expertos que sí declararon en sus papers sus lazos con la industria farmacéutica. Sin embargo, la OMS ocultó esta información en los informes que entregó a los Gobiernos. En base a aquel informe, en 2009 España, por ejemplo, compró unos 13 millones de dosis para hacer frente a la pandemia, de las que solo usó dos.

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El 11-M: “Ha sido ETA”

Ángel Acebes, ministro del Interior durante la última etapa de Aznar en el Gobierno, sostuvo durante 56 horas, desde que se produjo el atentado del 11 de marzo de 2004 hasta que se practicaron las primeras detenciones, que los responsables de la masacre habían sido miembros de ETA, incluso cuando las pistas apuntaban al terrorismo yihadista. A las 13.30 de aquel mismo día afirmo: “Es absolutamente claro y evidente que la organización terrorista ETA estaba buscando un atentado que tuviese una gran repercusión, que generase dolor, que generase miedo, con un gran número de víctimas y, como he insistido durante estos días, ETA permanentemente estaba, en este momento preciso, buscando ese objetivo. Por tanto, me parece absolutamente intolerable cualquier tipo de intoxicación que vaya dirigido por parte de miserables a desviar el objetivo y los responsables de esta tragedia y de este drama”. Preguntado sobre si existía alguna posibilidad de que los autores fueran miembros de Al Qaeda, respondió: “En estos momentos las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y el Ministerio del Interior no tienen ninguna duda de que el responsable de este atentado es la banda terrorista ETA”.

La filtración que desveló el espionaje masivo de EE UU

Es poco probable que alguna fuente oficial del Gobierno estadounidense hubiera reconocido que la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) del país estaba realizando un espionaje masivo a través de los teléfonos móviles. Las revelaciones que el exempleado de la CIA Edward Snowden hizo al periodista Glenn Grenwald, publicadas en The Guardian y The Washington Post, demostraron la existencia de una red de espionaje que operaba a nivel mundial a través de la colaboración de agencias de inteligencia de varios países para transferir metadatos y registros a la NSA, que esta agencia utilizó para investigar a ciudadanos de todo el mundo.

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Sobre la firma

Patricia R. Blanco
Periodista de EL PAÍS desde 2007, trabaja en la sección de Internacional. Está especializada en desinformación y en mundo árabe y musulmán. Es licenciada en Periodismo con Premio Extraordinario de Licenciatura y máster en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid.

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