Un punto de inflexión para las universidades públicas españolas
Probablemente deban reordenarse las prioridades estratégicas de nuestros centros y potenciarse las sinergias entre los diversos campus
Ninguna crisis es deseable, y menos si ocasiona muerte, dolor y miedo como la originada por SARS-CoV-2, el agente de la covid-19. No obstante, las crisis pueden hacer aflorar lo mejor de una institución, de las personas, de una comunidad. Es verdad que también muestran las costuras, los rotos de una sociedad, pero si se afrontan con calma, conocimiento y determinación, y pese a las dolorosísimas pérdidas, se puede mejorar. De hecho, es posible prosperar y hacerlo marcadamente. Todo depende de cómo se organice el trabajo durante la crisis y cómo se planifique la salida, en definitiva, de cómo se programe el futuro.
Las universidades hemos mostrado, como otros sectores, la vulnerabilidad ante lo imprevisto. La universidad pública española es, en esencia, presencial, pese a que con los años se han potenciado las herramientas virtuales como soporte, no para su sustitución, de la enseñanza en las aulas. Pero son muchas las variables a tener en consideración para poder hacer una transformación de una cultura presencial a otra digital. Por eso todo es más complicado.
A principios de este año todas las universidades seguían con el desarrollo normal del curso, pero de repente todo se rompió. Un virus llegó a nuestro país y el Gobierno decretó el estado de alarma. En pocos días tuvimos (profesores, estudiantes y personal de administración y servicios) que tomar decisiones sin poder reunirnos, sin debatir de una forma fluida y sin las herramientas informáticas preparadas para la presión que iba a suponer una enseñanza no presencial generalizada. Y todo ello en un ambiente de miedo y aislamiento.
Y es que los universitarios somos diversos y tenemos diferentes percepciones. Basta con seguir las redes o leer los correos que reciben los gestores universitarios a diario. Las situaciones son tan diversas que es imposible responder a todas de un modo individualizado. Hay que trabajar para toda la comunidad universitaria, tratando de dar soluciones para la mayoría de ellos, dando prioridad a la formación de los estudiantes y a tratar de superar esta crisis de la mejor manera posible.
Los estudiantes son la piedra angular de nuestro sistema. Trabajamos por y para el estudiantado. El personal docente e investigador y el de administración y servicios estamos entregados para buscar las soluciones más adecuadas para cada área de conocimiento. Es lógico que las soluciones que se aportan en las universidades públicas para poder salvar de la mejor manera el curso (teniendo en nuestras acciones muy presentes las diferentes sensibilidades de los estudiantes) sean criticadas lealmente. Evidentemente siempre hay casos aislados, que, bajo el anonimato, o desde el desconocimiento, utilizan estos momentos para criticar y desmerecer todas las medidas que con los recursos disponibles se pueden adoptar.
Para las universidades los estudiantes son lo primero, su formación y su salud son prioritarios, y no se hará nada que les pueda perjudicar en ninguno de los dos parámetros
Se han ido tomando las decisiones acompasadas con las directrices de los Gobiernos central y autonómicos. Las universidades han tratado de aportar lo que muy bien saben hacer: docencia e investigación. En la gestión de esta crisis se pueden haber cometido errores, pero como decía Ortega y Gasset: “El verdadero tesoro del hombre es el tesoro de sus errores”. Un error es un puente al aprendizaje, la oportunidad de mejorar lo que en algún momento nos salió mal. A partir de nuestras equivocaciones se erigen el cambio y el crecimiento. Y es ahí donde tenemos que enfocar el futuro de una institución milenaria para hacer una universidad más moderna, más accesible, más inclusiva, en definitiva, más social; pero más preparada para abordar un futuro dominado por la globalización.
Por eso es importante resaltar el esfuerzo de todos, principalmente de esos profesores y esas profesoras que nunca habían enseñado en línea, y para los que esa brusca transición supuso incontables horas de formación y trabajo, rediseño de los objetivos, paciencia y vocación, mucha vocación. Estas profesoras y profesores tuvieron que delinear las mejores tácticas de enseñanza para sus asignaturas, aprendiendo a la vez a usar la tecnología que se les proporcionaba, con el apoyo a distancia de los extraordinarios servicios informáticos de las universidades, siguiendo unos, muchas veces complejos, manuales y consultando a compañeros. Es decir, superando esa brecha digital en cuestión de días. La única ventaja que tenían esos profesores es que ya eran conocidos por sus estudiantes, ya estaba iniciado el curso y les ponían cara, y muchos, además, eran apreciados y valorados, lo que hace que los lógicos problemas se toleren mejor y la comunicación sea más fácil.
Y por otro lado los estudiantes, que viven con incertidumbre este periodo tan complejo y cambiante. Muchos temiendo no superar el curso o no poder graduarse, otros con miedo a que su rendimiento se vea penalizado o a que su formación no sea la adecuada. Pero la mayoría con reivindicaciones lógicas y ayudando con paciencia a superar esta situación, estableciendo redes de apoyo a los compañeros y realizando sugerencias a los equipos directivos y al profesorado. Para las universidades los estudiantes son lo primero, su formación y su salud son prioritarios, y no se hará nada que les pueda perjudicar en ninguno de los dos parámetros.
En cualquier caso, esta pandemia va a cambiar a las universidades. El futuro se presenta lleno de incertidumbre, pero con motivos para la esperanza. Ninguna universidad pública va a ser igual, estoy seguro de que serán mejores y estarán mejor preparadas para la siguiente crisis sanitaria que, sin duda, vendrá. El futuro, por lo tanto, no es totalmente sombrío para las universidades, y aunque es difícil vislumbrarlo con una actitud optimista, las lecciones aprendidas en estos meses harán que, aunque a marchas forzadas, el binomio enseñanza-aprendizaje progrese hacia una mayor eficiencia y ductilidad.
Es seguro que en un futuro inmediato se potenciará en las revisiones de los títulos el aprendizaje combinado o semipresencial (sigo sin ser muy partidario de la generalización de la enseñanza en línea, al menos en las universidades públicas españolas), hecho que requerirá de una progresiva adaptación de las instituciones de enseñanza superior, potenciando las herramientas que faciliten este tipo de docencia.
Esta adaptación exigirá que las universidades aporten muchos de sus ya de por sí escasos recursos a esta nueva forma de trabajo, por lo que es probable que las prioridades estratégicas de nuestras universidades deban reordenarse y las sinergias entre los diversos campus deban potenciarse. Quizás esta crisis nos de la oportunidad de perfilar un nuevo rol social para las universidades, en definitiva, para la formación.
Sin duda, lo que la covid-19 ha dejado patente es que no podemos vivir sin ciencia, sin sanitarios y sin educadores. Pero la sociedad española y las universidades públicas todavía no se habían recuperado de la crisis de 2008 y nos metimos de lleno en esta. Después de la recesión que comenzó a finales de la primera década de este siglo y hasta hoy, hay más desempleo, salarios más bajos, mayor inestabilidad laboral y peores perspectivas laborales. Las generaciones españolas más jóvenes se enfrentan a la intolerable perspectiva de que, por primera vez en la historia reciente de nuestro país, van a vivir peor que sus padres. De todo esto solamente se puede salir con una apuesta decidida por la educación en todos los niveles y por la investigación y la transferencia. Apostar por las universidades públicas es crear riqueza y justicia social, conocimiento y progreso. La sociedad española merece eso y entre todos, con el apoyo indispensable de nuestros dirigentes, lo lograremos.
Joaquín Goyache es rector de la Universidad Complutense de Madrid.
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