Delirio colectivo: cuando un tulipán llegó a costar lo que una casa y cómo los holandeses acabaron en la ruina
Desde que el botánico Carolus Clusius llevó a Holanda los primeros tulipanes desde Turquía, la vanidosa burguesía flamenca se vio sumida en una fiebre por estas flores que se convirtieron en objeto de especulación. Hasta que estalló la burbuja.
Burgueses convertidos en monos negocian con bulbos de tulipán, cuentan los montones de monedas y celebran copiosos banquetes. Al fondo, los comerciantes simios son llevados ante el magistrado o hasta su propia tumba mientras otros lloran en el muelle u orinan sobre las flores, ya sin valor, en las que se han gastado hasta el último florín. Así pintó Jan Brueghel el Joven el fenómeno de la Tulipomanía, una fiebre estrambótica y desmedida por los bulbos de tulipán que dio lugar en Holanda a una gran burbuja económica que estalló en 1637 y trajo consigo la primera gran crisis financiera de la que se tiene noticia. O al menos eso nos han contado a través del arte, los libros de historia, los manuales de economía e incluso el cine. Hasta ahora.
El relato, popularizado por el escritor escocés Charles Mackay en su libro Memorias de extraordinarias ilusiones y de la locura de las multitudes (1841), comienza a principios del siglo XVII, cuando los exóticos tulipanes originarios de Turquía se convirtieron en el principal objeto de deseo de la sociedad burguesa flamenca. El ansia de ostentación derivó en euforia, tanto en la producción como en la compra de sus bulbos. Se pagaban cantidades desorbitadas por tan solo una cebolla de un determinado tulipán y se vendían posesiones de todo tipo para hacerse con ellos. El récord de esta sinrazón fue la venta en 1635 por 6.000 florines –equivalente entonces a 24 toneladas de trigo– de un único bulbo de la variedad semper augustus, uno de los más codiciados de la época por sus pétalos rayados. Dos años después, la burbuja del tulipán estalló, el precio de los bulbos se desplomó y provocó la bancarrota de la economía holandesa.
La sátira de Jan Brueghel el Joven en sus dos obras homónimas, Alegoría de la Tulipomanía, ofrece una idea del grado de euforia especulativa que, al parecer, se alcanzó a principios del siglo XVII en torno a los bulbos de tulipán. Tanto el cuadro que se expone en el Frans Hals Museum de Haarlem (Holanda), como el que la casa Dorotheum subasta el próximo 28 de abril, cuyo valor estimado oscila entre 250.000 y 350.000 euros, fueron pintados alrededor de 1640, poco después del colapso del boom de los tulipanes.
De la misma época, el museo Frans Hals también conserva El vagón de los Necios de Flora, de Hendrick Gerritsz Pot. La pintura muestra a la diosa Flora sujetando ramilletes de tulipanes rayados sobre un carruaje de carnaval, acompañada de cinco personajes que representan la necedad. Tras el carro, aparecen los tejedores de Haarlem, uno de los gremios que más especuló con los bulbos.
En el Doble retrato de marido y mujer con tulipán, bulbo y conchas, de Michiel Jansz van Mierevelt (1609), pese a ser pintado muchos años antes de este fenómeno especulativo de masas, se presagia la moda que causará furor décadas después. El hombre sostiene un bulbo y una flor de tulipán, como símbolo de riqueza y prosperidad del matrimonio.
La Tulipomanía fue muy representada en la pintura flamenca de la época y así se plasmó en numerosos bodegones florales, como los de Hans Bollongier, Ambrosius Bosschaert o su hijo Johannes, que a través de la belleza de los tulipanes introdujeron temas como la fugacidad de los asuntos terrenales o la vanidad.
El cine no se ha quedado al margen. En una conocida escena de la secuela de Wall Street, estrenada en 2010, Gordon Gekko (Michael Douglas) define la Tulipomania como la mayor burbuja de todos los tiempos, mientras advierte a Jacob –el joven broker que va a casarse con su hija– sobre los peligros de la especulación financiera. Señalando un cuadro en el que se muestra el alza y la caída del valor de los tulipanes, le explica cómo "en 1600 los holandeses vivieron una fiebre especulativa de tal magnitud que se podía comprar una hermosa casa en el canal de Ámsterdam por el precio de un bulbo. Luego se desplomó y la gente lo perdió todo".
Esta fiebre alcanzó todos los estratos de la sociedad, así lo deja de manifiesto el drama romántico Tulip Fever (2017). La película cuenta la historia de amor entre un pintor y una joven casada a la que retrata y cómo, con la esperanza de labrarse un futuro juntos, ambos invierten en el mercado de esta flor, "la primera en florecer y la primera en caer".
La negación del mito
Otra de las vías por la que la crisis de los Tulipanes enraizó en el imaginario colectivo fueron las canciones satíricas holandesas que a partir de 1637, junto con los panfletos, centraban sus burlas en los ya arruinados comerciantes. Precisamente esta tradición es el centro de la tesis negacionista de Anne Goldgar, profesora de Historia moderna del King's College de Londres y autora de Tulipomania: dinero, honor y sabiduría en la Edad de Oro. Para la investigadora, la mayoría de lo que hoy sabemos sobre este fenómeno se basa en los temores de la sociedad holandesa del siglo XVII recogidos en esas canciones, no en hechos documentados.
"La crisis de los tulipanes no fue frenética. De hecho, la mayor parte del tiempo, la compraventa fue bastante calmada", afirma Goldgar en un artículo publicado en The Conversation. En cuanto a los precios desorbitados, supuestamente alcanzados por los bulbos, defiende que "subieron porque era difícil cultivar tulipanes con los pétalos rayados o moteados, los más populares". La historiadora sostiene que la mayoría de los precios no eran tan altos, "aunque es cierto que los tulipanes más caros podían costar alrededor de 5.000 florines (el valor de una casa bien equipada) solo conseguí identificar a 37 individuos que se hubieran gastado más de 300 florines en bulbos, el equivalente al salario anual de un maestro artesano". Para la investigadora, los casos de precios desmesurados eran excepcionales y sus compradores eran mercaderes adinerados que se lo podían permitir.
Goldgar trata de desmitificar así el fenómeno de la Tulipomanía. Reconoce que tampoco encontró en los archivos holandeses ninguna referencia en esos años de personas que murieran ahogadas en los canales o de bancarrotas que pudieran estar vinculadas al boom financiero. "Si los compradores y vendedores de tulipanes aparecían en los registros de insolvencia, era porque habían comprado inmuebles o bienes o se trataba de gente que había caído en quiebra por algún otro motivo".
La autora asegura que fueron los escritores del siglo XVII los responsables de plasmar para la posteridad esas historias cantadas y que, en 1841, Charles Mackay, plagiando un libro del escritor alemán de finales del siglo XVIII Johann Beckham, retomaría el tema en su Delirios populares extraordinarios y la locura de masas con el que cosechó gran éxito, implantando así definitivamente el mito sobre la Tulipomanía.
Mas allá de su mayor o menor impacto en la economía holandesa del XVII, lo que parece innegable, ateniéndose a las representaciones artísticas sobre el tema, es el furor que los tulipanes causaron en la sociedad de la época desde que en 1593, el botánico flamenco Carolus Clusius, introdujera los primeros tulipanes procedentes de Anatolia (parte de la actual Turquía). El Jardín Botánico de Leiden, en Holanda, fue el primero en albergar una colección de bulbos de tulipán y de ahí saltó a los jardines de la vanidosa burguesía flamenca.
Casi cinco siglos después, esta flor del género Tulipa, con 150 especies y unas 5.000 variedades cultivadas, es el símbolo de los Países Bajos, también de Afganistán, Irán y Turquía. Allí se producen aproximadamente 4.000 millones de bulbos al año, de los cuales casi la mitad se usa en el mercado de flor cortada y el resto en el comercio de bulbos secos. Estas cifras convierten al país neerlandés en el principal productor, con el 87% del mercado mundial.
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