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Columna
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Sentir la llama

Después de Sanders, Biden es otro Biden, por eso está obligado a incluir en la ecuación la sensibilidad que Sanders abanderaba

Máriam Martínez-Bascuñán
DEL HAMBRE

Melancholia, la película de Lars von Trier, es la imagen que emplea Eva Illouz para entender lo que nos ocurre. El planeta Melancholia está a punto de chocar con la Tierra. El extraño astro es un punto que aparece a lo lejos, pero conforme se aproxima, se convierte en una enorme esfera que invade toda la pantalla; y así, nuestro mundo, tal y como lo conocíamos, desaparece. Es un evento que, poco a poco, paraliza el globo y cuya magnitud comprendemos solo a medida que se acerca. La descripción de Illouz muestra ese algo que lo redimensiona todo, haciendo que las cosas cobren otro significado. Lo hemos visto esta semana con la renuncia de Sanders a la carrera por la nominación presidencial de EE UU. Otra autora, Elizabeth Bruenig, escribía en The New York Times un artículo de título elocuente: Bernie Sanders tenía razón.

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El virus confirma la vulnerabilidad humana, la radical igualdad de este hecho. Es capaz de golpear a las naciones más ricas hasta detener, incluso, la maquinaria del capitalismo. No está de más recordar que “el capitalismo también tiene límites”, como contestó el ministro de Sanidad alemán a Trump cuando quiso hacerse con la vacuna para uso exclusivo de los estadounidenses. Pero la forma en la que hemos organizado nuestra red de protección social, señalaba Judith Butler, hace que el virus no golpee a todos por igual, como de hecho sucede en Nueva York, donde se ceba con negros, latinos y clases empobrecidas. Algunos bienes, como el dinero, no deberían ser imprescindibles para acceder a otros, como la sanidad. Esta era la escandalosa perspectiva socialdemócrata de Sanders, defendida a lo largo de toda su carrera. Su obsesión fue lograr un consenso social para que nadie negara la atención médica a nadie, al igual que el acceso a la vacuna de la Covid-19 tendrá que ser universal, y no depender del PIB de cada país.

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Pero en política, dice Bruenig, tener razón no es necesariamente recompensado, aunque “al menos hay algo de dignidad en ello”. Nos cuesta aprender que, para las fuerzas progresistas, siempre hay más límites a la “radicalidad”, aunque Sanders supiera hacer una fotografía de su país, denunciando sus injusticias, mucho más certera que la de Trump. Aún y todo, Bernie ha hecho emerger un espacio que estaba silenciado en el Partido Demócrata, y que también ha cambiado el discurso de Biden. Después de Sanders, Biden es otro Biden, por eso está obligado a incluir en la ecuación la sensibilidad que Sanders abanderaba. El nuevo partido demócrata, tras la influencia del viejo senador, debería estar más cerca de la realidad de su país. Quizás, al cabo, ese “Feel the Bern!” de las camisetas de la campaña de las primarias se haya hecho realidad, y todos hayan acabado “sintiendo la llama”.

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