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“Si el ballet es elitista porque cuesta dinero, más elitista es el fútbol”

Española nacida en Canadá, bailarina formada en el Reino Unido y triunfadora global, la exestrella del Royal Ballet y actual directora del English National Ballet mantiene al mismo nivel tres señas de identidad: el prestigio artístico logrado con esfuerzo en escenarios de todo el mundo, la voluntad innegociable de promover nuevas figuras de la danza y un ímpetu verbal contra la ausencia de compromiso de los gobernantes españoles de todo signo por erigir estructuras culturales independientes.

Tamara Rojo, en la sede del English National Ballet, en Londres.
Tamara Rojo, en la sede del English National Ballet, en Londres.PEDRO ÁLVAREZ

La entrevista se desarrolla en una especie de salita de reuniones de estilo minimalista en el moderno edificio que alberga el English National Ballet, la compañía que dirige Tamara Rojo desde 2012. La sede está enclavada en un barrio modesto del este de Londres que se gentrifica a toda prisa. La que fuera bailarina estrella del prestigioso Royal Ballet de la Royal Opera House, competencia del que ahora dirige, ha estado ensayando toda la mañana. Delgada y menuda, pero con aspecto sólido, Rojo viste informalmente suéter azulón y pantalones negros. Antes de posar para el fotógrafo se someterá a una sesión de maquillaje de 45 minutos. La entrevista con la estrella de la danza, premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2005 y miembro de la Orden del Imperio Británico, no ha estado exenta de incidencias. Rojo canceló con antelación mínima la cita inicial porque el huracán Dennis la retenía en algún lugar fuera de Londres. Nacida en Montreal en 1974 —sus padres residían allí en esos momentos—, llegó muy pequeña a Madrid, donde recibió su formación artística, aunque toda su carrera la ha desarrollado en el Reino Unido.

El English National Ballet es una compañía de ballet clásico, pero usted viene haciendo en ella una labor de acercamiento al contemporáneo, con obras como Dust y ahora Creature, ambas con coreografía de Akram Khan, además de la nueva versión de Giselle. ¿Es ese el camino para mantener vivo el ballet?

Las artes escénicas no pueden sobrevivir solo con lo que se creó en el pasado. La creatividad es parte del ADN de las artes y cada generación de artistas ve el mundo de una forma diferente dentro de su contexto cultural e histórico. Una de las razones por las que para mí es tan importante traer otras voces —no solo contemporáneas, porque Akram viene de la tradición khata, de Bangladés— es que Londres es una ciudad muy diversa y me parecía que el ballet no puede hablar solo con la voz del ballet clásico, que realmente viene de un hombre, Marius Petipa, y de un determinado contexto histórico.

Pero si desaparece la frontera entre el ballet clásico y el contemporáneo como usted vaticina, ¿no desaparecerá el clásico?

No necesariamente. De hecho, nosotros seguimos haciendo las dos cosas. Lo importante es hacerlas con conocimiento del contexto en el que se crearon. Lo que sí es cierto es que hay ballets clásicos que por las sensibilidades sociales de hoy ya no interesan al público o no van a ser aceptados, porque representan el mundo de una forma con la que no estamos de acuerdo. Entonces, hay dos soluciones, hacerlos de todas maneras explicando al público el contexto en el que fueron creados, para que lo entiendan, o hacer como se hace aquí con las obras de Shakespeare, que se respeta el texto, pero se adapta a un contexto diferente. Una cosa es clásica porque plantea temas que son relevantes siempre si se saben contar.

El ballet clásico es un arte muy frágil, como usted misma reconoce. ¿No están conservadas las coreografías de los principales ballets?

Algunas sí, otras no. Hay que entender que en el ballet, si alguien escribe una pieza y la olvida en un cajón y tú te la encuentras muchos años después, no sabes qué hacer con ella. Es imposible entenderla a no ser que sepas ese idioma específico, y son diferentes los idiomas en los que están escritos los ballets. No se saben leer, es como si fueran jeroglíficos.

Usted se ha propuesto que el ballet clásico no sea un arte elitista. ¿Gracias a las subvenciones?

No necesariamente. El National Theatre firmó un acuerdo con una entidad privada y daba entradas muy baratas a estudiantes. Es cierto que ese teatro, al igual que nosotros, recibe una subvención pública que asegura un cierto grado de tranquilidad. Nosotros ofrecemos miles de entradas todos los años a 12 libras [13,37 euros]. Pero eso no significa que sea imposible para otras instituciones artísticas rebajar los precios. Aunque la visión de algunas es ser elitistas. Pertenecer a un teatro específico y procurar que las entradas sean lo más caras posible.

Como el Royal Ballet… Pero en realidad, con sus producciones carísimas, ¿no es elitista el ballet clásico?

No puedo estar de acuerdo con esa afirmación. Si decimos que el ballet clásico es elitista porque cuesta dinero, entonces es mucho más elitista el fútbol, porque ir al estadio es carísimo. Yo no puedo. Y el pueblo viaja por todo el mundo a ver mundiales. No tiene que ver con los costes de los montajes ni con las entradas. Tiene que ver con percepciones. Y son percepciones que se repiten porque se escribe sobre ellas, y la gente lo lee. Y si escribes que el ballet es elitista, la gente lo lee, y entonces no irán…

Salvo los que quieran ser elitistas…

Exacto. Por eso se requiere un trabajo de comunicación, que nosotros hacemos, de abrir el arte a la sociedad. Hay que trabajar con las poblaciones locales. Invitarlos a ver el proceso creativo, crear una compañía local de jóvenes, ir a los colegios, para que se den cuenta de que para ser bailarín no hace falta ser de familia rica.

Usted insiste siempre en sus entrevistas en que no tenía las cualidades físicas necesarias para llegar a donde ha llegado. ¿Qué le faltaba?

Muchas cosas: una flexibilidad que no tenía, una elevación que no tenía. Pero lo bueno de la danza es que una parte es naturaleza pero mucho es voluntad y técnica, y eso depende de ti. De lo que quieras estudiar, de lo que quieras trabajar para adquirir esa técnica.

¿Y qué bailarina tiene esas condiciones físicas innatas?

Sylvie Guillem. Sin ninguna duda, ella es una de las personas más superdotadas que yo he conocido, y también una de las más inteligentes y trabajadoras con las que he colaborado.

El coreógrafo Russell Maliphant dice, sin embargo, que usted tiene todo lo necesario para ser primera bailarina. Eso le habrá costado muchos sacrificios…

“Las artes escénicas no pueden sobrevivir solo con lo que se creó en el pasado. Cada generación de artistas ve el mundo diferente”

Yo creo que es mejor hablar de decisiones que uno toma en la vida, y todos lo hacemos. Si quedarte a vivir en una ciudad o trasladarte a otra. Yo prefiero verlo como decisiones que he tomado y no como sacrificios.

Pero empezó a bailar a los cinco años. A esa edad no se toman decisiones.

En eso es en lo que más suerte he tenido. Mis padres, que no se dedicaban a la danza, no tenían ambiciones personales con respecto a mi carrera, y me apoyaban en mis decisiones, pero también ponían condiciones para poder continuar sin dejar de estudiar. Vamos, que tenían un plan B, un plan C. Pero muchas han sido decisiones mías. Si ir de vacaciones o no, si salir de noche o no, si quedarme en España a vivir o irme al extranjero.

Respecto a las condiciones físicas, muchas bailarinas vivieron el siglo pasado bajo el yugo estético del gran coreógrafo George Balanchine y algunas terminaron anoréxicas o dejaron el baile. Pero todavía recientemente, la actriz Mia Wasikowska contaba que dejó el ballet a los 14 años porque le dijeron que no tenía el cuerpo adecuado, y se quejaba de la obsesión tóxica por la belleza en ese mundo. ¿Es realmente así?

Yo puedo hablar por mi compañía. Y si hay algo de lo que me siento orgullosa es de la diversidad étnica y física que tenemos en ella. Hay gente de todos los tamaños, de todas las características. Sí es cierto que en algunas escuelas tradicionalistas hay una visión muy rígida, pero aunque digan que defienden una norma estética ligada al ballet, en realidad están aceptando la moda del momento. Por ejemplo, la moda de los sesenta y los setenta —la de la minifalda y el infantilismo que se buscó en la mujer con modelos como Twiggy— se impuso también en el ballet. Yo no estoy en absoluto de acuerdo con esos criterios estéticos que ni impongo ni busco, porque para mí el cuerpo es, sobre todo, una herramienta de expresión. Y un bailarín tiene que tener la capacidad física de usar su cuerpo de la mejor manera posible. Y eso significa que no puede estar ni muy flaco ni muy gordo. Tiene que estar bien. Sano y fuerte, con capacidad de resistencia, y energía. Tenga en cuenta que tenemos 140 actuaciones al año.

Es una profesión de gran desgaste físico. A lo largo de su carrera usted ha tenido algunas lesiones, una de ellas en el pie. He leído en su página web que su padre inventó un pequeño artilugio para que pudiera calzarse la zapatilla.

Sí, tuve una infección y tuvieron que abrirme la zona del juanete y el pie se me deformó. Las zapatillas de ballet son algo muy personal, se tarda mucho en encontrar las que te van bien y las opciones de cambiar eran difíciles, y a mí me salvó la carrera el invento de mi padre. Él se dedica a eso, a hacer maquinaria, y le pedí que pensara en algo para poder seguir utilizando mis zapatillas de siempre, pero adaptadas a mi pie.

En junio de 2013 hizo unas declaraciones al diario The Times en las que denunciaba la politización de la cultura en España y el amiguismo que imperaba en los nombramientos. No sé si su crítica obedecía a alguna experiencia personal.

No. Lo dije porque lo veo. Es evidente. Cambian los partidos y cambian las personas que están a cargo de la cultura y cambian los puestos de muchas de las instituciones culturales. A veces hay una parodia de concurso abierto, pero en el fondo ya todos sabemos quién se va a llevar el cargo.

Se lo pregunto porque en 2010, antes de ser elegido José Carlos Martínez al frente de la Compañía Nacional de Danza, se citaba su nombre y el de Ana Laguna como candidatas a la dirección.

Puedo decir que nunca me presenté a ese cargo, que nunca mostré interés ni hablé con nadie para el puesto porque la Compañía Nacional de Danza no me interesaba.

En 2006 sí se entrevistó con el entonces presidente, José Luis Rodríguez Zapatero.

Me entrevisté pero no para ser yo directora de nada. A mí me invitaron a explicar cuáles serían las condiciones necesarias para tener en España una compañía de las características del Royal Ballet o del English National Ballet. Qué pasos habría que dar para construirla a largo plazo.

Tamara Rojo, en la sede del English National Ballet, en Londres.
Tamara Rojo, en la sede del English National Ballet, en Londres.PEDRO ÁLVAREZ

Han pasado ya unos años, no parece que haya cuajado completamente la Compañía Nacional de Danza.

Creo que no tienen las condiciones mínimas para ir más allá de lo que hacen. Pero lo más importante no es la cuestión de la Compañía Nacional de Danza, sino la completa falta de compromiso por parte de los políticos de todas las ideologías en nuestro país para tener unas instituciones culturales independientes, cuyos puestos no estén nombrados a dedo, y donde haya un organismo como aquí el Consejo de las Artes, que aísle la cultura del interés, en mi opinión incorrecto, de ciertos partidos por usarla como propaganda.

Dejó su puesto de primera bailarina en el Royal Ballet por la dirección del English National Ballet, ¿qué le decidió a dar este paso?

Comencé mi carrera en Londres en el English National Ballet y muy pronto descubrí que esta compañía tenía una conciencia social que yo no había conocido antes. La visión original de llevar la danza más excelente al mayor número de público esté donde esté y tenga los medios que tenga me pareció revolucionaria para su época. Cuando supe que pasaba por un momento difícil y que se hablaba incluso de cerrarla, sentí que debía hacer todo lo posible para que esto no sucediera y me presenté al concurso para su dirección.

¿Está más a gusto en esta tarea?

Ah sí, para mí es mucho mejor. Intelectualmente hablando, me llena mucho más y me motiva mucho el poder crear una plataforma que tiene un impacto social, que va más allá, digamos, de una satisfacción personal.

Pero hace un par de años algunos miembros del English National Ballet la acusaron de autoritaria y de “favoritista” por su relación con el bailarín Isaac Hernández. ¿Ha superado la prueba de las críticas internas?

Las críticas las acepto con normalidad y las agradezco porque aprendo de ellas. Los libelos anónimos y las informaciones falseadas que ocultan intereses personales espurios las trato como lo que son.

Una de sus primeras iniciativas al frente del English National Ballet fue encargar coreografías a mujeres. Pero se encontró con que algunas coreógrafas no se sentían capaces de afrontar ese reto, otras tenían hijos pequeños… ¿Somos las mujeres también víctimas de nosotras mismas?

“En España hay una completa falta de compromiso de los políticos de toda ideología para tener unas instituciones culturales independientes”

No me gusta la palabra víctima ni el victimismo. Desde hace más de un siglo, con mucho esfuerzo, las mujeres estamos logrando la igualdad de derechos y oportunidades, pero es obvio que por motivos culturales y circunstanciales todavía tenemos barreras que franquear. Mientras que bailar profesionalmente hace siglos que lo hacemos en paridad con los hombres, coreografiar, inexplicablemente, ha sido más complicado, pero estoy satisfecha de haber liderado el cambio.

Y ¿qué opina del caso Plácido Domingo?

Yo solo puedo hablar de mi experiencia personal al haber trabajado junto a él durante 12 años en la Royal Opera House, donde siempre fue un gran profesional, amable y atento con todos.

¿Se ve dirigiendo la compañía mucho tiempo más?

Me encantaría. Estoy enormemente satisfecha de lo que hemos logrado en estos siete años, pero todavía quedan muchas cosas importantes por conseguir. Pero eso no depende solamente de mí, sino del consejo directivo, que debe evaluar mi labor y decidir si la visión que he presentado para el futuro es la más adecuada.

El mundo del ballet es multiétnico, ¿teme el impacto del Brexit en la compañía? ¿Y en su vida personal?

Sí, lo temo, y por ello trato de avisar de las nefastas consecuencias que para las artes escénicas y otros sectores puede tener una política de inmigración restrictiva. Hace solo unos días, la Creative Industries Federation del Reino Unido, de cuyo consejo soy miembro, publicó una declaración en la que exponía que el sistema de inmigración por puntos propuesto por el Gobierno no es el apropiado para atraer el talento creativo internacional, vital para nuestro sector. El impacto que esta situación pueda tener en mi vida personal lo desconozco, pues a las declaraciones que nos aseguran derechos les suceden otras que los ponen en duda.

En su camerino del Royal Ballet tenía un retrato firmado de El Juli. ¿Es aficionada a los toros?

No me considero una aficionada, solo habré asistido a una decena de espectáculos, pero reconozco en la tauromaquia valores artísticos indudables.

Cuando tu vida está volcada en una actividad artística tan absorbente como el ballet, ¿no existe el riesgo de vaciarte como persona en lo que haces, de ser exclusivamente tu arte?

En mi caso, desde luego no. El ballet es mi profesión y es mi vocación, pero a mí me interesan millones de cosas. Me interesa la política, el teatro, me interesa viajar, y conocer gente. Y no veo que mi vida vaya a ser siempre el ballet, ni que esta vaya a ser mi única profesión.

¿Cómo es su relación con el público y con los críticos?

Con el público es muy buena. Cada vez mejor, porque vendemos cada vez más entradas, rompemos nuestros propios récords. A los críticos los veo con respeto y a distancia.

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