A temblar
Como aficionado a las películas de terror, la cuarentena me ofrece posibilidades de verlas en sus contextos mas potenciadores
Nunca he visto en un avión películas de catástrofes aéreas, ni siquiera un Aterriza como puedas, aunque hubiera apreciado la experiencia. Como aficionado a las películas de terror, la cuarentena me ofrece posibilidades de verlas en sus contextos más potenciadores. A veces el ambiente es tan adecuado que casi hace innecesaria la ficción: ¿qué puede aportar a un vejete como yo —salve, colegas— la impresionante La balada de Narayama que no aparezca más crudamente en las opiniones de un ahorrativo ministro holandés? ¿En qué supera el desencajado Donald Sutherland, señalando con un rugido al outsider en La invasión de los ultracuerpos, al honesto ciudadano que desde su balcón acusa al atrevido que deambula por la calle vacía? Y creo que aunque la convivencia hogareña en la impresionante The Babadookno es tranquilizadora, probablemente pasan cosas peores en las casas del confinamiento...
Hace pocos días murió Stuart Gordon en Los Ángeles. Le conocí personalmente hace más de una década en el Festival de Sitges, cuando yo era feliz. Fue un director obsesionado por Lovecraft y firmó la mejor película inspirada por el solitario de Providence: Dagon, en la que trasladó con acierto la brumosa Innsmouth a Galicia y contó con la última interpretación del gran Paco Rabal. Pero su mayor éxito lo obtuvo con Re-Animator, también vagamente sustentada en uno de los relatos juveniles de Lovecraft, cuando todavía no se le habían revelado los Grandes Antiguos. Ahí perpetró la obra icónica de la tragicomedia gore y lanzó al culto de los posesos, entre los que figuro, al actor Jeffrey Combs. La he visto en mi encierro con deleite porque transcurre en hospitales y morgues. Pero la diferencia es que hace reír al temblar. Y su título reanima, lo que no consiguen los telediarios.
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