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Las encrucijadas de América Latina
Columna
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América Latina: del estallido al coronavirus

La erosión de la hegemonía estadounidense y la debacle del bloque bolivariano producen un evidente vacío de liderazgo regional

Una vista aérea del Paseo de la Reforma en Ciudad de México, vacío por el coronavirus.
Una vista aérea del Paseo de la Reforma en Ciudad de México, vacío por el coronavirus.PEDRO PARDO (AFP)

Los últimos años de la pasada década, en América Latina, estuvieron caracterizados por una sucesión de estallidos sociales que evidenció el agotamiento de dos modelos que, aunque caracterizados por importantes diferencias internas, se disputaban la hegemonía de la región desde principios de siglo: el neoliberal y el progresista. Los estallidos habían comenzado emplazando a gobiernos ubicados en el polo de izquierda (Brasil, Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Bolivia) y rápidamente se extendieron a gobiernos que impulsaban proyectos de derecha (Argentina, Chile, Perú, Colombia, Puerto Rico).

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A lo largo de los últimos meses, la serie Encrucijadas ha intentado ofrecer hilos analíticos que permitan ordenar la comprensión de estas crisis, en un espacio político, económico y social, como el latinoamericano, movedizo, inquieto y, por su complejidad, tradicionalmente difícil de observar en su conjunto. El reto era fijar una imagen capaz de mirar más allá de lo evidente y lo superficial o de cubrir la distancia entre la compleja realidad y su representación analítica, a través de un campo visual más profundo que el que predomina en los debates de opinión.

Los artículos publicados en “Las encrucijadas de América Latina” han recorrido algunas de esas crisis y han llamado la atención sobre fenómenos transversales, que impactan todo el espectro político de la región, como la dependencia de instituciones financieras internacionales, el aumento de la desigualdad y la violencia, el reordenamiento de la geopolítica global, la erosión de la hegemonía estadounidense, el ascenso del poderío de China y la recuperación del de Rusia, y, finalmente, el estancamiento de los foros de integración continental o hemisférica.

La imagen que resulta es la de una región donde el quiebre de los dos polos ideológicos que habían vertebrado la política latinoamericana, después de la Guerra Fría, no encuentra todavía una fisura, sino solamente esbozos de posibles salidas. Una región donde la reubicación internacional de América Latina en un contexto poco definido no acaba de sedimentarse. De este repaso se desprenden algunas conclusiones que habrá que preservar como posibles claves para los estudios latinoamericanos en los próximos años.

La serie muestra, en toda su gravedad, el costo social de políticas económicas neoliberales que, en materia de ingreso, educación, salud, vivienda y trabajo, han pasado factura por medio del descontento con la democracia y las movilizaciones populares. Es significativo que sea justamente en Chile, el país que en los años 70 empezó la experimentación neoliberal latinoamericana, donde la crítica a tal modelo ha encontrado su oposición más radical. Como explica Raúl Letelier, la revuelta chilena permite visualizar todos los límites de un modelo que ha favorecido el empoderamiento de exiguas élites económicas, sin ofrecer a la mayoría una respuesta creíble a sus problemas de subsistencia digna. Parte importante de las tensiones, violencia social y estado de inquietud que atraviesa la región procede justamente de los estragos generados por las recetas desreguladoras y del impacto que han tenido en las instituciones y normas democráticas. Es muy probable que la crisis sanitaria del coronavirus exalte de manera más dramática esas limitaciones. Los recortes a programas sociales, típicos de la agenda neoliberal, dejan una región con un sistema sanitario público cuyas capacidades de hacer frente a la actual emergencia, protegiendo a los sectores más vulnerables, están colapsadas.

De la serie se desprende, también, la forma problemática con que los progresismos latinoamericanos intentaron corregir las deficiencias estructurales del modelo neoliberal, por medio de estrategias desarrollistas y extractivas. Estas, en muchos casos, los llevaron a descuidar o abandonar políticas sociales a favor de los pueblos originarios, las comunidades rurales, el medio ambiente y los derechos de género. Los gobiernos progresistas, más que una transformación radical de las sociedades y los sistemas político-económicos, produjeron una contención, en muchos casos moderada, de déficits históricos. Las experiencias progresistas de Brasil, Uruguay, Argentina y Chile tuvieron un impacto positivo sobre la redistribución de la riqueza, pero no empujaron aquellos procesos de transformación hacia horizontes más ambiciosos. El reto actual, señalan varios autores de la serie, es, justamente, volver a reelaborar una agenda transformadora, capaz de integrar ejes estratégicos, como el feminismo y el ambientalismo, en las nuevas agendas de izquierda. En otras palabras, los progresismos latinoamericanos se enfrentan a la encrucijada de completar su transición hacia una izquierda democrática, con una agenda de transformación radical de la sociedad.

Frente al agotamiento de los modelos delineados en las dos primeras décadas del siglo XXI se abrió un flanco de experimentación que intentaron cubrir los últimos proyectos de izquierda de la región, especialmente, los de Andrés Manuel López Obrador en México y Alberto Fernández en Argentina. Aunque que con la ventaja que ofrecen los diagnósticos de las crisis previas, esos gobiernos, como apuntan autores como Maristella Svampa y Humberto Beck, no se libran totalmente de algunas inercias ideológicas de las izquierdas anteriores.

Otra lección que emerge de los últimos estallidos en América Latina es que el universo de los movimientos sociales, tan importante en los años 90, no está paralizado y se revitaliza con actores cada vez más plurales: estudiantes, mujeres, comunidades indígenas, grupos LGTBIQ, sindicatos. La represión de las revueltas ha sido brutal en algunos países, como Chile, Bolivia y Venezuela, lo que confirma lo poco que cuentan las ideologías a la hora de aplicar doctrinas de seguridad nacional y estados de excepción en América Latina. Si bien es evidente que hubo una clara tendencia al autoritarismo en la rama bolivariana del heterogéneo bloque de izquierdas (reelección indefinida, concentración de poder, partidos hegemónicos, criminalización de medios de comunicación independientes…), no es menos cierto que las nuevas derechas gobernantes también apelan a la polarización de la sociedad, la militarización de la seguridad nacional y diversas formas de exclusión política, como ilustran los casos de Sebastián Piñera en Chile, Jair Bolsonaro en Brasil o Iván Duque en Colombia, estudiados por Marisa von Büllow, Mariana Llanos y Luciana Cadahia.

Estas múltiples crisis se dan en un contexto internacional donde una lenta, pero sensible transición hacia un orden o, más bien, un desorden multipolar genera importantes incertidumbres. La erosión de la hegemonía estadounidense y la debacle del bloque bolivariano producen un evidente vacío de liderazgo regional. Sin embargo, la re-emersión de China y Rusia como posibles contrapesos a la hegemonía estadounidense no parece tener ni la fuerza ni la aceptación suficientes como para representar alternativas tangibles.

La región enfrenta este tránsito, además, en medio de la conclusión del súper ciclo de los commodities, que le había permitido disfrutar de recursos económicos y financieros sumamente importantes, añadiendo así incertidumbre a la incertidumbre. La coyuntura internacional sería favorable a la rearticulación de nuevos proyectos de integración latinoamericanos, no solamente comerciales, como los que se dieron en la etapa neoliberal, sino políticos. Estos podrían servir para reforzar el margen de gobernanza frente a los dilemas que la interdependencia plantea y reforzar la capacidad de iniciativa de cara a un orden internacional incierto. Sin embargo, como muestran los artículos de esta serie, con la posible excepción de Argentina, ningún gobierno parece tener la legitimidad y la convicción para reactivar alguno de los foros integracionistas latinoamericanos ya existentes.

En el arranque de 2020, estas encrucijadas de América Latina se ven rebasadas por la emergencia sanitaria que impone la pandemia del coronavirus. En algunos países –los menos-, la amenaza del Covid-19 provoca la unificación de la clase política en el trazado de una estrategia de Estado. En otros, como Brasil o México, la ambivalente actitud gubernamental ha provocado un desplazamiento de la polarización al debate sobre las mejores opciones de política pública para enfrentar la expansión del virus.

La pandemia parece relegar a un segundo plano problemas regionales como el golpe de Estado en Bolivia y las próximas elecciones en ese país andino, las derivas autoritarias en Venezuela y Nicaragua o la crisis de legitimidad en Chile y el proceso constituyente en esa nación del Cono Sur. También difiere a un mediano plazo realidades del contexto internacional, como la posible reelección de Donald Trump o el avance de la nueva derecha en Europa, que tendrán un efecto negativo en una América Latina que enfrenta el coronavirus con economías frágiles y sociedades presas de la inseguridad.

América Latina entra a la tercera década del siglo XXI en medio de una contingencia sanitaria, que nadie sabe, con certeza, cuanto durará ni cual será el volumen final de sus daños a la salud y a la economía. No es este el momento de olvidar o considerar superadas las demandas de los estallidos sociales y la crisis de gobernabilidad en tantos países de la región. Esas demandas no solo no desaparecerán , sino que se profundizarán si los gobiernos persisten en los mismos errores de las dos últimas décadas.

Vanni Pettinà y Rafael Rojas son profesores de El Colegio de México.

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