_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Las malas buenas noticias

Al desdén de los países que anteponen la economía a las vidas, respondemos como si la sanación de los ancianos contagiados fuese una forma de homenaje, no una necesidad

Manuel Jabois
Una persona mayor ve la televisión en una residencia de ancianos en Madrid.
Una persona mayor ve la televisión en una residencia de ancianos en Madrid.VÍCTOR SAINZ

El mejor día de 2020 fue el día que murió mi abuela. Si Michi Panero salió a la calle a gritar “éramos tan felices” cuando se enteró de la muerte de su padre, yo debería salir ahora gritando “éramos tan felices” pensando en el funeral de ella. Pero entonces no lo sabía.

Más información
Los problemas de las cuarentenas sociales de los mayores ante el coronavirus
'Queridos abuelos' por Elvira Sastre
“Se había muerto y nadie me dijo que tenía el virus”

Una de las propiedades de la pandemia es la distorsión de la realidad hasta hacer temblar, y derrumbar, creencias fundamentales, como el recuerdo triste de un luto. Mi abuela murió el 21 de enero tras un célebre amago un año antes, cuando se dejó ir en el hospital sin querer comer y todos nos despedimos de ella, resignados, mientras contábamos por ahí que no haríamos nada esos días, abortando planes ya cerrados. Recibimos pésames y palabras de cariño. Al final mi abuela no murió y a mí se me caía la cara de vergüenza. Volví a Madrid y, en una estrategia imperdonable, no dije nada; nunca dejes de desmentir la muerte de alguien que no ha muerto: es casi seguro que lo volverá a hacer.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Vivió un año más, vio mucho a sus nietos, vio televisión a todas horas, salía de vez en cuando a tomar el sol (yo le pedía que no se dejase ver). Era una mujer, en los términos de pragmatismo económico que imperan en varios países del norte de Europa, improductiva. No se valía por sí misma, tenía 86 años, llevaba 20 sin caminar y siempre tenía que estar alguien con ella. En los términos sociales que imperan en el Norte, en el Sur y en todas partes, era una señora mayor cuya presencia aseguraba quiénes éramos y de dónde veníamos, la última de su generación aquí, alguien que recordaba lo que nadie podía recordar. No queda ya en nuestra familia alguien que haya vivido una guerra y una posguerra. Para muchas casas la desaparición de su último abuelo es la desaparición de la última persona de la familia que pasó hambre, con lo arriesgado que es eso. Hay lugares del planeta en los que la muerte del único anciano es la muerte de una lengua y una cultura. Cuando escucho de una persona decir que su abuelo hizo mucho por ella, pienso en cómo sabe que no lo sigue haciendo ahora, o incluso después.

Al desdén de Gobiernos que calculan, asumiéndolos, números de muertos con menos dolor que números de parados, se les responde desde España, Italia o Portugal con la deuda que tenemos con nuestros mayores, a sus servicios prestados, a todo aquello que fueron e hicieron por nosotros. Pero se elude el presente de tal forma que pareciera que su sanación fuese una forma de homenaje, no una necesidad. Da la falsa impresión de que curarlos se debe al resultado de una facturación previa, un detallado cálculo moral para llegar a la conclusión de que, efectivamente, merecen ser intubados. Hay cosas en la vida que se tienen que hacer porque sí; hay cosas en la vida que tener que defenderlas ya debería dar vergüenza.

Mi abuela fue enterrada con su velatorio y su funeral llenos de gente que la quiso. No faltó ni la tía abuela de 90 años que se acercó a preguntarme si ya había escrito la “nota” en el periódico, porque yo fui corresponsal de ese pueblo y en los pueblos un periodista es un campanario. No me quiero ni imaginar a mi abuela dependiente y al borde de la muerte estos días viendo la televisión sola y aislada. Tuvimos la suerte que le está faltando a miles de personas. El día que la enterramos fue un gran día pero no lo sabíamos y nadie, nunca, debería saber algo así. Para atenderla ni siquiera tuvo que arriesgar su salud el puñado de mileuristas que hoy está en los hospitales salvando el mundo, otra vez, sin cobrar horas extra.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_