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“Si no es a chingadazos, nadie te escucha”

Anatxu Zabalbeascoa

Es una de las voces literarias más audaces de Latinoamérica. Barack Obama está entre los prescriptores de su tercera novela, Desierto sonoro. En ella, esta escritora mexicana relata una historia de carretera más política que aventurera, en la que la dura realidad de los niños migrantes convive con la desintegración de un matrimonio. La ficción se acerca a la vida de una autora que lleva 10 años en Nueva York tratando de reescribir una historia de Estados Unidos en la que los latinos tengan voz.

La escritora mexicana Valeria Luiselli y su perra, Lola, en el salón de su casa de Nueva York, ciudad en la que vive desde hace 10 años.
La escritora mexicana Valeria Luiselli y su perra, Lola, en el salón de su casa de Nueva York, ciudad en la que vive desde hace 10 años.Vincent Tullo

El padre de Valeria Luiselli (36 años) trabajaba en una ONG hasta que el presidente mexicano Carlos Salinas lo destinó al cuerpo diplomático. “Fue una manera de enviarlo lo más lejos posible de México, que en ese momento era Corea del Sur”. Allí creció la escritora hasta que en 1994 a su padre le encargaron abrir la primera embajada mexicana en Sudáfrica. Luego, con 16 años, Luiselli pasó dos cursos en la India rodeada de adolescentes de nacionalidades y clases distintas comprometidos en hacer trabajo social. Las escuelas como la suya, cerca de Pune, las creó la ONG United World Colleges (Colegios del Mundo Unido) durante la Guerra Fría con la intención de educar para evitar que se repitieran las guerras mundiales. “La idea, hermosa pero naíf, era que, si las personas que dormían a tu lado eran de Kosovo o Jamaica, iba a haber generaciones futuras que no permitiesen los desastres anteriores”. Luiselli sorbe un té de una taza alta metálica. Estamos en el salón de su casa de madera en una colina del barrio neoyorquino del Bronx, al norte de Manhattan.

¿El mundo ha repetido los errores?

No sé si vivimos en una época más cruel que hace 100 años. Hay seres humanos para quienes la vida de los otros importa poco. Hay, sin embargo, otras personas para las que eso no es así, y en ese balance el mundo se mantiene en pie.

Denuncia que a los niños migrantes se les trata como portadores de enfermedades y no como niños.

Es síntoma de cómo este país se cuenta su identidad colectiva. El mito fundacional de Estados Unidos excluye tanto a los hispanos como a los indios americanos. Hay algo en el imaginario colectivo que hace que lo hispano sea visto como extranjero, a pesar de que aquí somos más de 60 millones. Aquí hay más gente que habla español que en España. Lo que me interesa ahorita es rescribir la historia que se perpetúa y escribir la que falta.

¿Por qué entre todos los problemas del mundo se ha concentrado con los niños migrantes?

Es imposible ser latina en Estados Unidos y no estar perennemente preocupada y haciendo algo para los miembros de tu comunidad que no tienen los mismos derechos y privilegios que tú. Por eso me involucré dando clases de escritura a jóvenes inmigrantes y en la corte migratoria de Nueva York como traductora.

¿Se ha implicado especialmente por ser usted misma inmigrante?

No hace falta ser madre para preocuparse por los niños… Muchas abogadas que no son madres dedican su vida a defenderlos. Quisiera pensar que la empatía y el sentido de responsabilidad social no vienen solo de lo propio.

Ha pasado de una escritura intelectual a una que agita conciencias.

Pretender que la literatura sea activismo es limitado y puede no solo generar mala escritura, sino también ser pretencioso y peligroso. Como activista intento dar a otros herramientas para que un día puedan denunciar.

Con su último libro ha alcanzado el establishment literario, pero hace una década le rechazaban escritos. ¿Qué ha cambiado?

Es difícil publicar ensayo cuando eres joven. Si además eres mujer, es más difícil, o lo era. Como mujer joven tienes que ser el doble de seria, el doble de cabrona, el doble de todo para que te tomen en serio esos señores encorbatados y digan: “Ay, mira, quizá sí que es una escritora seria y no una chavita bonita”.

Parece haber dejado atrás también la cultura literaria para lanzarse a hablar de sentimientos: amor, miedo…

Al fin bajé la guardia. Desierto sonoro es una novela mucho más emotiva que mis otros libros, pero todos nacen de escuchar a otros. La historia de mis dientes sale de escuchar a un grupo de obreros en la fábrica de jugos Jumex discutiendo el valor de las piezas de arte que su trabajo financia. Mi mecanismo de escritura se basa en escuchar y en escribir sobre realidades que el arte muchas veces ignora.

¿Ha tratado de hacer más útil su escritura?

La ficción no la hago con el ánimo de dar, sino con el compromiso de explorar y explorarme con honestidad y con profundidad. No hay otro fin que el de darle palabras a lo que no tiene.

Enseña a escribir a menores migrantes y a sus familias. ¿Es posible transformar sus prioridades sin transformarse usted?

Por supuesto que no. Darle parte de tu vida a una cosa excluye a otras. Me interesaría encontrar un equilibrio entre mi obsesión, mi trabajo como madre y como escritora y mi labor política. No es fácil. Cuando salió la novela, viajar y hablar era parte de mi compromiso con la editorial, pero esa parte del trabajo te vacía el alma. Por eso luego es indispensable recogerse.

¿Intentar llegar a todo es una condición más femenina que masculina o un signo de las pasiones vocacionales?

Más lo último. A mí físicamente me hace daño no escribir. Me las arreglo como puedo; si a veces es dormirse a las cuatro de la madrugada, pues entonces es eso, y si, al contrario, es levantarse a las cuatro para tener dos horitas antes de que empiece la maquinaria del día, pues hago eso.

La parte reivindicativa es casi genética en usted.

Siempre ha habido en mi familia materna mujeres involucradas en luchas políticas y movimientos sociales. Mi abuela trabajó toda su vida en Puebla, en la comunidad de San Miguel Tzinacapan, claro que entonces no se concebía como trabajo político, sino como una ocupación caritativa.

Mientras vivió en Sudáfrica, su madre se quedó en México para colaborar con la Comisión para Mujeres y Niños Zapatistas. ¿La entendió?

Cuando era chiquita, me acuerdo que le molestaba cada vez que fumaba. Fumaba poco, pero cada vez que lo hacía yo le fastidiaba. Imagino que era el tira y afloja que hay entre los padres y los hijos. Pero mi madre es una figura generosa, luminosa. Ha sido no solo aguerrida políticamente, con ideas muy claras, también nos dio muchísima libertad. Con su ejemplo, a las otras mujeres de la familia nos ha enseñado a estar juntas, a hacer hogar y a apoyarnos unas a otras para que tengamos tiempo libre. Hoy en mi casa tenemos una convivencia de solidaridad y respeto por el tiempo de las demás.

Es una familia completamente femenina la que vive ahora mismo en esta casa.

Bueno…, hay un par de hombres por ahí que entran con cuidado.

Con su nomadismo, y salvando las distancias, ¿se sintió también una niña perdida?

Seguramente me falta la sensación de arraigo en un lugar. Pero también creo que mi infancia movediza generó las circunstancias para que encontrara en la escritura una manera profunda de arraigo. Suena un poco cursi, pero es verdad. En un espacio donde me siento extraña, saco mi cuaderno y, como si fuera una línea de vida, me conecto con el lugar.

Escribe: “Lloraba al aterrizar a México”. Parece que quiera ser mexicana…

Siempre he aspirado a ser chilanga.

Si alguna vez escribe su autobiografía, ¿hasta qué punto pasará por México?

Jamás la escribiría. Es lo que menos me interesaría en el mundo.

Pero buena parte de su vida aparece en sus libros. El declive de su matrimonio…

Escribo con lo que puedo y si lo que tengo es mi experiencia personal, pues entran fibras de eso en mi escritura. Para mí no cambia saber o no si es verdad, salvo satisfacer el morbo natural que todos tenemos. Pero todos mis libros tratan sobre el divorcio. Mi primer libro es sobre una pareja con un bebé que se divorcia. Y lo escribí recién casada.

¿El divorcio es una obsesión?

Es uno de los componentes más primarios del dolor humano: la pérdida de las relaciones.

¿Cuántos años tenía cuando sus padres se separaron?

Se separaron varias veces en mi vida. Yo tenía 14 años cuando se divorciaron. Es una explicación psicoanalítica posible, pero también barata.

En Desierto sonoro, la crisis migratoria se mezcla con el desmoronamiento del matrimonio de una protagonista que tiene mucho que ver con usted.

Una novela es una rebanada de vida: hay gente que respira, que se divorcia, que hace el amor, que se chupa el dedo, que se perdona, que se grita.

“Me interesa el trabajo de la comunidad chicana que tanto Estados Unidos como México ignoran y que por fin ahora se abre camino”

Usted fuerza la ficción incluyendo fotografías. ¿Por qué lo hace?

Me interesa que el acto de escribir esté presente como huellas dactilares. La ficción se fabrica.

Ha hablado de madres “entrenadas para asumir la porquería como destino”. ¿Le costó conciliar la maternidad con su vida?

Hablo mucho con mis amigas madres y siento que a mí me costó menos que a muchas de ellas por una razón: decidí integrar la maternidad en mi proceso creativo en vez de luchar contra ella. Todos mis libros son sobre la maternidad. Hice uno que es un mapa de los columpios en los parques de Harlem. Tenía que encontrar la manera de ocupar las tardes estando con mi hija, pero también haciendo mi trabajo porque vivía de eso, no tenía otra. Mientras ella corría, yo escribía. En esa época tenía migrañas y me puse a escribir sobre la migraña, sobre la luz, en vez de tratar de distanciarme de todo aquello que parece ser una ola contra la escritura.

En 2017 compró esta casa en el Bronx.

No es mía. El dueño es un pinche banco que me pidió un montón de intereses mensuales, pero por primera vez pude al menos tener un adelanto de mi trabajo que me dio para endeudarme.

¿Necesitó arraigarse?

Mira, sí. Los precios en Harlem estaban subiendo estrepitosamente. La ciudad te expulsa. Venirse al Bronx era muchísimo más sabio financieramente y lo que yo no sabía es que aquí se vive mucho mejor que en Harlem.

¿Por qué eligió emigrar a Nueva York?

Las razones que me trajeron se han ido renovando. Me vine porque quería ser bailarina, pero era pésima. A pesar de bailar durante tantos años, la mayoría era mejor que yo. Me di cuenta de mis límites físicos. Era frustrante no poder llegar.

¿Ya escribía?

Pasé un verano trabajando en la ONU y bailando. Decidí que quería estudiar aquí el doctorado porque me la pasaba yendo a [la Universidad de] Columbia y no me dejaban entrar en la biblioteca. Me colé y nunca había visto una biblioteca así. Pensé: “Aquí tengo que estar”. No me interesaba tanto la academia como esa biblioteca, tener ese espacio. Me vine por eso. Vine a estudiar con la intención de seguir bailando y poco a poco fui soltando la danza, dándome cuenta de que no iba a ser profesional, y me puse a escribir mi primer ensayo, Papeles falsos. Tardé mucho porque estaba aprendiendo a escribir.

¿Su hija es una de sus razones para quedarse en Estados Unidos?

Tuve a Maya en México. Es una historia complicada, pero quise que naciera allí donde estaba su padre. Yo era una estudiante de 25 años con dos pesos y simplemente no iba a haber manera de tenerla aquí. Luego, hasta que no tuve las condiciones económicas para volver no lo hice. Ahí Columbia fue generosa. Mi departamento de Hispánicas me ayudaba a pagar el seguro médico de Maya, porque en este país es la ruina ponerse enfermo. Costaba 7.000 dólares al año. Gracias a mis profesores pude terminar el doctorado, ser madre y escribir otros dos libros y la tesis doctoral.

Lleva 10 años en Nueva York. Es el lugar en el que más tiempo ha vivido. ¿Está arraigada por su hija, por su casa…?

Mi hija, mi casa, mi comunidad de amigas y amigos y mi grupo de sisters in arms [hermanas de lucha].

Escribe en inglés y sigue reivindicando que es mexicana.

Chilanga.

Su novela Desierto sonoro, elogiada por The New York Times como uno de los 20 libros de 2019, actualiza el road movie haciéndolo mestizo y político más allá de la aventura.

Después de tantos años con los latinos, y los mexicanos en particular, mal representados en este país, muchas personas estamos reescribiendo esa historia. Me interesa el trabajo de la comunidad chicana que tanto Estados Unidos como México ignoran y que por fin ahora se abre camino, como siempre a chingadazos, porque si no nadie te escucha. Las mujeres chicanas indignadas —y con mucha razón— con el libro American Dirt [Tierra americana,de Jeanine Cummins] han hecho mucho ruido. Es un libro indignante. Vivimos una oportunidad para que otras voces de latinos se den a conocer en Estados Unidos.

¿Las reivindicaciones latinas se han silenciado institucionalizándolas: haciendo museos a ambos lados de la frontera?

La peor parte es la mexicana. De todos los niños emigrantes, el 80% son violados antes de llegar a la frontera. Ha habido más de 11.000 secuestros, 120 muertos, 72 asesinados por la espalda por Los Zetas, cuando los migrantes se negaron a trabajar para ellos…

La oración del migrante dice que…

“Partir es morir un poco y llegar nunca es definitivo”.

Una niña perdida de su novela declara: “Vine porque quería llegar”.

Las generaciones que llegan y migran a Estados Unidos lo hacen para ofrecerles a sus hijos mejores vidas y para huir de la violencia y de la muerte, pero llegan a un lugar de extrema violencia institucional legitimada, con lo cual terminan por conocer dos violencias.

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