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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Enfrentarse a Puigdemont

Waterloo regala todo el espacio a la disidencia interna del partido postcatalanista

Xavier Vidal-Folch
Carles Puigdemont, en el Parlamento Europeo.
Carles Puigdemont, en el Parlamento Europeo.KENZO TRIBOUILLARD (AFP)

El presidente del PDeCat —la post Convergència—, David Bonvehí, sufrió el frío de un jarro de agua fría, o de aceite hirviendo, en su reciente visita a Waterloo.

Aquel a quien todavía creía su líder, Carles Puigdemont, le dijo que el partido no valía para nada; que sus siglas eran basura; que se ciscaba en sus derechos electorales/televisivos; y que su nutrido poder municipal, con centenares de alcaldes, era prescindible.

O sea, que la única baza frente a la enemiga Esquerra era el cartel Puigdemont, y que si le apoyaba, bien, y si no, ajo y agua. Bonvehí, tipo empático, que fue ducho en la dureza del fútbol comarcal y lo es en las zancadillas partidistas, se quedó de pasta de boniato.

Este ha sido el segundo error colosal de Puigdemont en este inicio de 2020. El otro, dejar que su reaparición estelar en Perpinyà, fuese modelada por su muleta, la exconsejera Clara Ponsati, que no hay ninguna más desbocada: dijo que la mesa de diálogo en que se empeña Esquerra es “una engañifa”, con igual caradura con que dijo que el 1-O el Govern jugaba “al póquer” e iba “de farol”.

La trilera a punto estuvo de estropear las apariencias negociadoras de su patrón, más sofisticadas que los boicoteos iniciales de Quim Torra a conversar; su intento posterior de capitalizar la mesa; y su afán por machacar a Esquerra. Este, plasmado ya en la dimisión del consejero Alfred Bosch, por encubrir como los monjes de Montserrat los abusos sexuales de un ayudante delincuente.

Así que, pese a su éxtasis de apoyos excursionistas, Waterloo regala todo el espacio a la disidencia interna del partido postcatalanista. Uno: machaca la vía del diálogo, la que avanza pese a los bloqueos de tirios y troyanos; la factible y característica en democracia; la única no fracasada; y la que cada vez más gente acaricia, pese a las romerías patrióticas.

Y dos: al despreciar a su partido —que existe y resiste pese a sus oligarquías corruptas, al menos como poder municipal—, viene a entregarlo a quien le ofrezca una alternativa viable, una esperanza, una escapatoria frente a las fracasadas Hazañas bélicas.

Hasta ahora, esto apenas importaba, no le implicaba costes. Pues el único que se había atrevido a plantarle cara era el exconsejero Santi Vila. De forma valiente, arriesgada y más que digna. Pero aún no amenazante, porque Vila no dispone de estructura ni de plena libertad de acción, al seguir inhabilitado para la acción política por la condena del Tribunal Supremo del 14 de octubre.

Pero ahora sí importa, aunque ya veremos cuánto. Porque alguien con libertad de movimientos (siempre habló claro), con apoyos tangibles (el grupo de Poblet, el de más futuro en el mapa de la recomposición catalanista) y con esforzada determinación personal, ha empezado a demostrar que está dispuesta a desafiar la endogamia unilateralista, cesarista y suicida de Waterloo.

Los columnistas apenas han resaltado que ella, la excoordinadora del PDeCat, Marta Pascal, haya dimitido de su escaño de senadora. Ya antes renunció a su función partidaria, porque Puigdemont se enfrentaba a ella.

Pero ahora apuesta a lo casi nunca visto en esa familia: renuncia a un generoso sueldo público. Jordi Pujol vivió de la pública evasión de impuestos. Artur Mas fue un funcionario pulcro que antes se ganó la vida en empresas que llevó a la quiebra. Puigdemont, un ingenioso periodista sin obra. Torra mendigó cargos tras despedirle la aseguradora en la que decía trabajar. Cuando Marta Pascal entregue su carnet del partido, muchos acudirán a ella. Buscando dignidad y moderación.

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