Telfar: “No creo en la moda como algo exclusivo”
Lo suyo es la provocación, el desafío a las convenciones. Defensor de la inclusión y la moda democrática, el diseñador más pujante de la cultura urbana estadounidense rompe moldes con su lujo asequible. “Quiero hacer cosas poco normales”, insiste en esta entrevista en la trastienda de un desfile en Florencia.
Palacio Corsini, Florencia. Nueve de la mañana del pasado 9 de enero. La rueda de prensa de la firma neoyorquina Telfar comienza en una hora, pero una afortunada cadena de errores lleva a un pequeño grupo de periodistas españoles a aparecer antes de lo previsto. En mitad de uno de los salones del siglo XVII aguardan aún los restos de la cena pantagruélica con la que, al parecer, el diseñador Clemens Telfar (Nueva York, 35 años) ha querido agasajar a los 40 artistas venidos desde Estados Unidos para colaborar en el desfile que se celebrará ese mismo día auspiciado por Pitti Uomo, la feria de moda masculina más importante de Europa. Bandejas con costillares a medio comer, colillas en los platos, una cabeza de jabalí en el suelo y, junto a ella, una bañera llena —aparentemente— de vino y flores. La escena evoca la resaca de un aquelarre más que la jam session que, según el creador, tuvo lugar la noche anterior. Resulta tentador pensar que se trata de una escenografía, pura performance. Pero Telfar asegura que es una suerte de experimento: “Pusimos micrófonos en la mesa como si fuese Naciones Unidas y animamos a la gente a improvisar, algunos solo escuchaban, otros empezaron a hacer música juntos por primera vez. El desfile fue el resultado poco planificado y natural de esa cena. Era como unas sobras, por eso dejamos la comida y las botellas”.
Efectivamente, horas después, el diseñador sentó a compradores y prensa internacional alrededor de los restos ligeramente alterados —no había colillas— de la fiesta. E hizo a los modelos desfilar entre calabazas reventadas y racimos de uvas mientras los músicos tocaban en directo. Hombres y mujeres de razas y complexiones diferentes ataviados con prendas que tienen cabida en ambos armarios: sudaderas con logos enormes, camisetas trenzadas, pantalones que pasaban del vaquero al plumífero a mitad de pierna, blusas con cuellos barrocos.Puede que parezca extravagante, pero también lo era lanzar una colección sin género; apostar por el see now, buy now (que consiste en poner a la venta las prendas justo tras el desfile); defender la estética normcore (como se viste la gente normal), o plantear una marca como un proyecto de creación colectiva en 2006, cuando surgió Telfar.
Entonces, muchos dijeron que era una locura. Pero el diseñador siempre lo supo: “Para vender no necesitaba hacer vestidos”. El tiempo ha terminado dándole la razón: hoy todos los conceptos que siempre ha defendido —inclusión, igualdad, diversidad, accesibilidad— han sido asumidos por las marcas más ortodoxas. De Tommy Hilfiger a Stefano Pilatti. “Han terminado alcanzándonos”, bromea en el backstage de su desfile. Y es que Telfar representa un perfil insólito en la vetusta y endogámica industria de la moda: una figura de la comunidad LGTBIQ underground neoyorquina, hijo de inmigrantes liberianos, con un universo creativo que ha sido objeto de una retrospectiva en la Bienale de Berlín hace cuatro años y dispuesto a dinamitar el sistema desde dentro. Por todo ello, el creador está conectado con las nuevas sensibilidades de una forma que muchas marcas tratan de forzar artificial e infructuosamente, y con la que pocos diseñadores pueden competir. Una cualidad que no ha pasado inadvertida y que le valió en 2017 el premio del Consejo de Diseñadores de Estados Unidos (CFDA). No es un secreto que los pesos pesados le observan cada vez más de cerca; sobre todo desde que ha convertido uno de sus bolsos en “un éxito internacional”, como reconoce sin falsas modestias.Se trata de un modelo amplio —luego se fabricaría en distintos tamaños—, sencillo y cómodo, con el logo de la marca impreso en el centro.
En principio, nada nuevo bajo el sol. Si no fuera porque ha sido catalogado por la revista Dazed and Confused como “historia de la moda reciente” y porque es uno de los favoritos de Rihanna, Beyoncé y cualquiera que tenga los 150 euros que cuesta. Su precio es, sin duda, una de las claves de su éxito, según Telfar, y también lo que hace de este un fenómeno tan extraordinario. “Es muy inusual que, siendo asequible, se haya convertido en un status bag, que te haga sentirte especial y orgulloso cuando lo llevas”. Salió a la venta en 2017 y durante los dos primeros años “nadie lo quería”, pero, una vez más, Telfar decidió perseverar y confiar en su instinto. “El comprador se fue enamorando, el diseño fue calando. Primero lo quisieron las señoras mayores, y ahora lo quieren los skaters”.
Lanzar un bolso con vocación de icono por menos de 200 euros —y triunfar— es todo un desafío a las reglas del juego de la industria de la moda. Su bolso es cool porque es asequible, no a pesar de ello. Y eso ejemplifica la postura provocadora que la firma ha adoptado desde sus inicios. Su eslogan “no es para ti, es para todo el mundo” habla de un deseo de socavar el elitismo que define al sector. Mientras la mayor parte de los creadores huyen de esta etiqueta como de la peste, para Telfar ser comercial —vender, ser accesible económica y creativamente, gustar al mayor número de gente posible— constituye la postura más revolucionaria que un diseñador puede adoptar hoy en día. “No creo en la moda como algo exclusivo. Todo el mundo tiene estilo. Si lo que quieres es intervenir en el día a día de la gente, tiene que ser a través de algo que pueda llegar a todo el mundo. En el debate sobre lo que es moda y lo que no, yo me posiciono más bien en lo que no es moda”.
Muchos de sus compradores llevan el bolso —y la ropa— de Telfar simplemente porque es tendencia, pero para otros también es una declaración de intenciones. Vestir de Telfar lanza un mensaje que tiene que ver con una actitud disruptiva, con compartir conceptos como el de moda democrática. “La moda ha cumplido históricamente el papel de separar a la gente, ya sea por clase, género, etcétera. Desde el punto de vista de la inspiración y la cultura es posible ser más democrático: reconocer de dónde proviene el poder, la energía y la genialidad, y no siempre tratar de elevar el estilo de un grupo de personas para vendérselo a otras. Pero la cuestión de quién tiene acceso a la ropa es más complicada porque ahí el factor económico es determinante”. Pese a este discurso incuestionablemente reivindicativo, Telfar asegura que no le interesa la política lo más mínimo. “Ni siquiera voto. Yo solo hago mi historia”, explica antes de explotar en una carcajada que resuena en los techos del palacio Corsini.
La parte teórica de su marca-proyecto parece más coherente en manos de su socio Babak Radboy, un artista iraní criado en Seattle y cofundador de Shanzhai Biennal, el colectivo artístico que una vez utilizó su stand en la feria de arte de Florencia para vender un inmueble en Londres por 150 millones de dólares. Ese cerebro ocupa desde 2013 el cargo de director artístico de Telfar. Y defiende que el afán de la marca por integrar a todo el mundo tiene que ver con que sus responsables siempre han sido excluidos. Porque la historia de Telfar es el perfecto cuento de la Cenicienta —en este caso, autovengada— que la industria de la moda ama y teme a la vez.
Nacido en Queens e hijo de inmigrantes liberianos, pasó cinco años en este país hasta que la guerra civil forzó a su familia a regresar a Nueva York. Allí vivió en un apartamento de tres habitaciones con otros 15 parientes antes de trasladarse a Maryland. Con 15 años su madre se negó a comprarle un crop top y él decidió confeccionarse uno. “No me sentía cómodo llevando ropa que se supone que era para niñas. Pero me gustaba, así que me diseñé uno. Siempre he estado muy interesado en las prendas femeninas porque me gusta la libertad que transmiten, no como las masculinas. Así que podríamos decir que el genderless [sin género] empezó conmigo”, recuerda.
Al terminar el instituto volvió a Nueva York, donde entró en contacto con una comunidad de artistas y creativos alternativos entre los que se encontraba el también diseñador Shayne Oliver, fundador de la enseña Hood by Air. Celebrada como la gran esperanza de la moda de autor estadounidense hace unos siete años, fue abanderada de una nueva generación de diseñadores que desafiaban las convenciones creativas y abrió el camino para otras marcas como Pyer Moss o Telfar. Clemens y Shayne fueron pareja durante esa época y aún hoy mantienen tan buena relación que el primero agradeció al segundo —a través de la invitación a su desfile— su colaboración en la colección presentada en Florencia. En aquellos años, Telfar estudiaba Económicas en la Universidad de Pace de Nueva York y vendía camisetas de Bob Marley en las tiendas del Downtown para poder sufragar su propio proyecto. Una marca que buscaba reflejar un estilo “netamente estadounidense” y ligada sin complejos a la cultura del centro comercial. “Cuando vives en los suburbios, las opciones son limitadas. Acabas yendo a las mismas tiendas que todo el mundo, y el reto es crear con esos elementos algo que no se parezca a los demás”. Telfar recuerda esos primeros años con orgullo: “Iba a clases a las seis de la mañana. Luego trabajaba en mi colección, pinchaba hasta las cuatro de la madrugada y vuelta a empezar”.
Es un hombre hecho a sí mismo, pero encarna un sueño americano en peligro de extinción. “La industria es igual de racista que era cuando empecé. Pero yo voy a lo mío, nadie me ha dado una oportunidad, me la he ganado yo mismo trabajando”. Y su currículo, que se ha convertido en fuente de inspiración para la industria tradicional, lo demuestra: en 2015 buscaba un patrocinador para su desfile y decidió ponerse en contacto con la cadena de hamburgueserías White Castle. Llamó directamente al número de atención al cliente y consiguió el dinero para organizar una fiesta tras el show en su restaurante de Times Square. El evento —hay vídeos en YouTube— convirtió sus afterparties en un fenómeno del que todo el mundo quería formar parte. Después, firmarían un contrato para fabricar los uniformes de los 30.000 empleados de White Castel.
Otro ejemplo: tres años después, desarrollarían una colección cápsula para Century 21, el outlet más popular de Nueva York, mediante una de sus “experiencias de moda democrática”. El experimento consistió en mostrar al público todos los prototipos y dejar que votasen —a través de Instagram o analógicamente— cuáles se fabricarían finalmente. “Ahora mismo no podríamos permitirnos ese ejercicio. En ese momento tenía sentido, pero hoy sabemos que cuando algo se agota es bueno, y ese es el feedback con el que trabajamos”. Asegura que quiere crecer “sin miedo, todo lo que sea posible”, pero al mismo tiempo insiste en que prefiere mantener su estatus de firma independiente y no pasar a engrosar el porfolio de un gran grupo de moda. No quiere venderse. Si consigue hacer funcionar también esta fórmula, habrá que empezar a estudiar su caso en las escuelas de negocios. “Quiero estar en todas partes y hacer cosas poco normales”.
Telfar da por terminada la entrevista. Tiene que prepararse para la fiesta que celebrará esa noche en una discoteca de Florencia con peceras debajo de las barras. “No tenemos millones de dólares ni inversores. Hemos perfeccionado y apostado por aquello que nadie más tiene y que el dinero no puede pagar”. Podría referirse al descaro, el pulso de las nuevas generaciones o a lo que algunos consideran una de las visiones más preclaras sobre cómo será la moda en la próxima década. Pero hablamos de gente bailando entre peces payaso hasta la madrugada y cabezas de jabalíes.
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