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Columna
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El procés en el diván

Adorno ya advirtió que en psicoanálisis nada es verdad salvo las exageraciones, y en eso siguen unos y otros

Teodoro León Gross
El 'president' de la Generalitat, Quim Torra, saluda a la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, durante la primera reunión de la mesa de diálogo el miércoles.
El 'president' de la Generalitat, Quim Torra, saluda a la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, durante la primera reunión de la mesa de diálogo el miércoles.Kiko Huesca (EFE)

A menudo, se ha intuido que el procés requería más psicoanalistas que politólogos. No es raro que Carlos Cué titulara su crónica de la mesa bilateral como “tres horas de terapia sobre el origen de la crisis catalana”. Con un problema político de primera magnitud que ha fracturado la España constitucional, ha debilitado la cohesión autonómica despertando el fuego de los agravios volcánicos, ha internacionalizado una imagen devaluada de la democracia española, ha fomentado la irrupción de la extrema derecha con un patriotismo trasnochado…la obsesión del lado indepe todavía ahora, ya con la mesa tan anhelada, ha sido establecer cuándo empezó el procés, por supuesto para buscar el primer culpable como se busca al paciente cero de una epidemia. Esa obsesión por mirar atrás es uno de los males de un nacionalismo cada vez más patológico, aunque esto resulte una tautología. En lugar de explorar insistentemente sus heridas, casi siempre ficticias como el ens roba, deberían explorar las soluciones.

El matemático Terence Tao sostiene que cuando no tienes las respuestas adecuadas, al menos deberías tener las preguntas adecuadas. La mesa, de momento, demuestra no solo no tener respuestas sino además no hacerse las preguntas. Y no podrá ser mientras el nacionalismo siga empecinado en 1714 o en los artículos del Estatut con su mecano de melancolías, y desde luego tampoco si se lee que “ambas partes coincidieron en responsabilizar al PP” por cierto debatiendo sobre una sentencia con mayoría progresista…Claro que quizá mantenerse ahí sea un ejercicio necesario de pragmatismo político. Definitivamente, mientras haya mesa, hay legislatura. Y habrá que templar los tiempos. Con los nacionalistas no se puede ser demasiado beligerantes pero tampoco demasiado afectivos, porque como decía el viejo Karl Abraham, a quien Freud definió como su mejor alumno, el psicoanálisis ha demostrado que el afecto excesivo a menudos suscita una hostilidad agresiva. El diván no es tan sencillo, y por ahora manda el equilibrio, porque además los indepes hacen causa común en la mesa mientras libran una batalla preelectoral implacable entre bastidores.

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Las soluciones siempre están en el futuro, no en el pasado, suele recomendar Jeff Jarvis ante la fatigosa tentación de quienes se empeñan constantemente en creer que sus respuestas están en los días felices de la memoria, rara vez demasiado reales. Eso vale para todos. Los indepes no pueden seguir aferrados a su imaginario cada vez más delirante de mitos primitivos y un proceso democrático impecable zanjado con presos políticos, pero tampoco la izquierda puede seguir actuando como si el nacionalismo fuera un aliado progresista y otro tanto la derecha con su competición de mano dura…¿o de verdad creen que un 155 o el Estado de excepción arreglará esto? De momento estar en la mesa evita estar en los peores frentes del conflicto, pero el problema sigue localizado en el principio de realidad. La terapia debería consistir en eso. Claro que Adorno ya advirtió que en psicoanálisis nada es verdad salvo las exageraciones, y en eso siguen unos y otros.

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Sobre la firma

Teodoro León Gross
Málaga, 1966. Columnista en El País desde 2017, también Joly, antes El Mundo y Vocento; comentarista en Cadena SER; director de Mesa de Análisis en Canal Sur. Profesor Titular de Comunicación (UMA), licenciado en Filología, doctor en Periodismo. Libros como El artículo de opinión o El periodismo débil... Investigador en el sistema de medios.

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