Argel en claro
Es hora de que España establezca su aproximación al país norteafricano
El Gobierno de Argelia canceló de improviso la visita que la ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, tenía previsto realizar a aquel país. La decisión corrobora que la rudeza en las formas sigue siendo la principal característica de la diplomacia argelina, que, por lo que parece, desconoce los medios habituales para expresar el desacuerdo o, incluso, el malestar en sus relaciones internacionales. El coste principal de esta desabrida actitud, que lo mismo desaira a responsables gubernamentales, rechaza acreditar a diplomáticos o elabora listas negras de periodistas, lo están pagando los propios intereses argelinos, cada vez más marginados en la región y en los foros multilaterales. Y ello en un contexto interno de fuerte contestación política y social contra un régimen opaco y paralizado, en el que una espesa red de fuerzas oficiales, tejida desde la independencia, pretende que toda tentativa de cambio en el país se reduzca a una fórmula de continuidad.
Este es el laberinto al que, lo quiera o no, tendrá que buscar una salida el nuevo presidente, Abdelmadjid Tebboune, y la cancelación de la visita de la ministra González Laya no parece un signo de que las cosas hayan empezado a marchar en la buena dirección tras la caída de Abdelaziz Buteflika bajo presión de la calle. No solo porque, en lo formal, el Gobierno argelino parece persistir en la idea de que son siempre los demás los obligados a descifrar las razones políticas detrás de sus malos modos, sino también porque, en las cuestiones de fondo, sigue sin definir un encaje regional que permita, cuando menos, que el equilibrio entre los principales actores no se confunda con el interminable sueño de la marmota que ha sido hasta ahora. La frontera con Marruecos lleva años cerrada, y las relaciones con España parecen condenadas a orbitar exclusivamente sobre los suministros de gas.
Como viene siendo habitual, detrás del nuevo gesto argelino se vislumbra el problema del Sáhara y, vinculado a él, el desarrollo de las relaciones de España con Marruecos. La reciente decisión de este último país al ampliar sus espacios marítimos de soberanía afectaba a España, puesto que se solapaban con los que corresponden a Canarias. Pero, al mismo tiempo, se arrogaba los del Sáhara, algo a lo que la legalidad internacional no autoriza a la potencia administradora de un territorio reconocido como no autónomo. Argelia ha debido de considerar que la respuesta española a la decisión marroquí se ha centrado en sus propios intereses, olvidando los saharauis, y, según su interpretación, avalando indirectamente los de Rabat. A ello podrían sumarse unas declaraciones del presidente Sánchez obviando los términos autodeterminación y referéndum referidos al Sáhara, así como el juego de noticias y rectificaciones por la entrevista de una dirigente saharaui con un alto cargo de la vicepresidencia que dirige Pablo Iglesias.
Poner las decisiones del Gobierno de Argel en claro es sin duda un objetivo diplomático. Pero, a los efectos de España, no se referiría tanto a interpretar por qué Argelia hace lo que hace como a establecer qué aproximación se desea hacia este país. Después de años de abandono de la política exterior, tal vez haya llegado la hora de que España restablezca sus principales diseños internacionales. Y, con ellos, los imprescindibles consensos internos que permanecen rotos.
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