‘Dramavirus’
Los periodistas vivimos de las malas noticias. Nos gusta un drama más que a Medea


Pasaba un minuto de las tres de la tarde. La hora más tonta de un jueves tonto. Uno de esos días en los que no pasa nada, o nada dramático, que viene a ser lo mismo en un diario. El blablablá político, el jajajá del fútbol. Los rifirrafes rutinarios, vamos. Quedábamos en la Redacción cuatro gatos esperando ir a comer o recién comidos luchando contra el sopor de la sobremesa. De repente, saltó la liebre. Y qué liebre, colegas. Un tuit del 112 alertando de la caída al mar de un avión en Canarias. La modorra mutó en adrenalina. El hambre, en histeria. Las imágenes mostraban, hipnóticas, lo que parecía una aeronave flotando en Las Palmas. Nervios, carreras, órdenes, contraórdenes. Jefes e indios debatiendo a gritos si esperar acontecimientos o mandar a redactores a reportar sobre el terreno. El veneno del oficio manando a chorro por la aorta. Diez minutos después se quedaba todo en nada. El avión no era un avión, sino un barco. Las imágenes, ilusiones ópticas. La alarma, falsa. La primera sensación fue de alivio. La segunda, casi simultánea, de desencanto. No había tragedia. Sin tragedia, no había noticia.
Algo parecido, sin remontarnos a 2014, pasó la tarde del aterrizaje en Barajas del avión con el tren roto. Había que oír a la Redacción soltar un suspiro entre orgasmo y coitus interruptus cuando el jet tomaba por fin tierra. Cualquier periodista sabe a qué me refiero, aunque no esté fino admitirlo. Nadie desea que muera nadie, ni que fuéramos Bin Laden. Pero, en tiempos de hecatombes en directo y curación general de espanto, muchas noticias se miden por el número de muertos y, si no hay muertos, falta algo. Sucede con el coronavirus. Pareciera que algunos están deseandito que haya fallecidos y, así, justificar su alarmismo. Los periodistas vivimos de las malas noticias. Nos gusta un drama más que a Medea. Pero supónese que llevamos la responsabilidad de serie. Se supone.
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