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Columna
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¿Es viable la negociación?

La mesa de diálogo no puede funcionar sin ambición, pero la ambición no puede ser la coartada para cargársela

Josep Ramoneda
Pedro Sánchez y Quim Torra antes de la reunión de la mesa de diálogo entre Gobierno y Generalitat.
Pedro Sánchez y Quim Torra antes de la reunión de la mesa de diálogo entre Gobierno y Generalitat.Kiko Huesca (EFE)

La mesa de negociación entre el Gobierno español y el Gobierno catalán arranca, en medio de una carga ambiental de recelos y desconfianzas. No hay que escandalizarse por ello. Es lo mínimo que se puede esperar de un diálogo que llega después de dos años de confrontación, en que ni siquiera parecía posible que los interlocutores se dieran el mutuo reconocimiento necesario para poder hablar.

El presidente Sánchez tomó la iniciativa y parece decidido a defenderla. De momento no se ha inmutado ante las pequeñas provocaciones con las que Torra ha amenizado el estreno. La última de ellas meter en la delegación de su gobierno a dos personas que no son consejeros. Pero ¿es viable esta negociación? Todo depende de las verdaderas intenciones de cada parte. ¿Realmente unos y otros están dispuestos a aprovechar la oportunidad o lo único que pretenden es demostrar que la negociación es imposible cargando la responsabilidad del fracaso en la otra parte? Cataluña está además en campaña electoral, de manera que la mesa de negociación es también territorio de disputa interna del soberanismo. ¿Está dispuesto Torra a actuar con responsabilidad institucional o solo tiene prisa para demostrar que la negociación es una quimera para que el fracaso explote en la cara de Esquerra Republicana?

No hay duda de que los obstáculos son grandes y los frentes de rechazo están al acecho, en un momento en que el PP ha optado por la vía regresiva como método para recuperar su hegemonía en la derecha, zampándose a Ciudadanos y buscando complicidades con Vox, abandonando cualquier veleidad centrista. De modo que si algo está contraindicado con la negociación son las prisas. La base de partida es el reconocimiento del conflicto catalán como un problema político a resolver en este ámbito y el compromiso de que se puede hablar de todo. Pero hablar de todo no quiere decir que se acepte cualquier cosa. Y desde luego lo que no se puede pretender es empezar por el final. El Gobierno catalán quiere colocar en la agenda la autodeterminación. Las casas no se construyen por el tejado y menos cuando ni siquiera se han puesto los cimientos.

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Crear las condiciones para una negociación fructífera es asumir la posibilidad de ensanchar el espacio de lo posible. Pero eso se consigue palmo a palmo, no empezando por lo que, hoy, es una quimera inviable. ¿Qué podría permitir que el camino se hiciera transitable? Resolver la situación de los presos, como forma de sellar el reencuentro del que habla Pedro Sánchez. Y, a partir de ahí, establecer una agenda política concreta para finalmente plantear un marco de reforma del campo de juego al que fueran susceptibles de ser convocados todos los actores políticos. Esta negociación no puede funcionar sin ambición, pero la ambición no puede ser la coartada para cargársela.

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