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Así somos capaces para hacer el mal

El reconocido psicólogo Jordan B. Peterson aborda en su último libro la capacidad del hombre para el mal así como el momento en que decidió empezar a intentar entender sus propios sueños

getty images

Una noche llegué tarde a casa de una fiesta de la universidad en la que se había bebido. Me sentía asqueado conmigo mismo, y enfadado. Cogí un lienzo y unas pinturas. Esbocé la imagen tosca de un Cristo crucificado de ojos iracundos, demoníaco, con una cobra que le rodeaba la cintura desnuda como si de un cinturón se tratara. Aquella imagen me perturbó: a pesar de mi agnosticismo, me resultaba sorprendentemente sacrílega. Sin embargo, no sabía qué significaba, ni por qué la había pintado. ¿De dónde había salido? Yo llevaba años sin prestar atención a ninguna idea religiosa. Oculté la pintura bajo unas prendas de ropa viejas del armario y me senté en el suelo con las piernas cruzadas. Bajé la cabeza. En ese momento se me hizo evidente que no había adquirido una comprensión real de mí mismo ni de los demás. Todo lo que en otro tiempo creía sobre la naturaleza de la sociedad y de mí mismo se había revelado falso, el mundo, al parecer, se había vuelto loco, y algo raro y temible ocurría en mi cabeza. James Joyce dijo: "La Historia es una pesadilla de la que intento despertar". Para mí, la historia era literalmente una pesadilla. En aquel momento, más que cualquier otra cosa, lo que quería era despertar y hacer que mis espantosos sueños desaparecieran.

Desde entonces, siempre he intentado entender la capacidad humana, mi propia capacidad, para el mal, sobre todo para esos males asociados con la creencia. Empecé intentando entender mis sueños. Después de todo, no podía ignorarlos. ¿Tal vez intentaban decirme algo? No tenía nada que perder admitiendo esa posibilidad. Leí La interpretación de los sueños de Freud y lo encontré útil. Al menos Freud se tomaba en serio el tema, pero yo no podía considerar que mis pesadillas fueran cumplimientos de mis deseos. En realidad, parecían ser de naturaleza más religiosa que sexual. Yo sabía, vagamente, que Jung había desarrollado un conocimiento especializado sobre el mito y la religión, así que empecé a leerlo. A su pensamiento se le concedía poco mérito en el mundo académico que yo conocía, pero es que en él no se preocupaban demasiado por los sueños. Yo no podía evitar prestar atención a los míos. Eran tan intensos que temía que pudieran trastornarme. (¿Cuál era la alternativa? ¿Creer que los terrores y dolores que me causaban no eran reales?)

En su mayor parte, no entendía de qué trataba [Carl] Jung. Pretendía demostrar algo que yo no alcanzaba a captar, en un lenguaje que no entendía. Sin embargo, de vez en cuando, sus afirmaciones daban en el clavo. Ofrecía, por ejemplo, esta observación:

Hay que admitir que el contenido arquetípico de lo inconsciente colectivo puede asumir con frecuencia formas grotescas y espantosas en sueños y fantasías, así que ni siquiera el racionalista más recalcitrante es inmune a pesadillas perturbadoras y miedos inquietantes.

los significados de los sustratos más profundos de los sistemas de creencias pueden hacerse explícitamente comprensibles, incluso para el pensador racional escéptico

La segunda parte de aquella afirmación parecía claramente aplicable a mi caso, aunque la primera («el contenido arquetípico de lo inconsciente colectivo») seguía pareciéndome misteriosa y oscura. Con todo, aquello era prometedor. Jung, al menos, reconocía que las cosas que me estaban ocurriendo a mí podían ocurrir. Es más, ofrecía alguna pista sobre su causa. Así que seguí leyendo. No tardé en encontrarme con la siguiente hipótesis. Ahí estaba una posible solución a los problemas a los que me enfrentaba, o al menos la descripción del lugar en el que buscar dicha solución:

El esclarecimiento psicológico de [...] imágenes [de sueño y fantasía], que no pueden pasarse por alto en silencio ni ignorarse ciegamente, lleva por lógica a las profundidades de la fenomenología religiosa. La historia de la religión en su sentido más amplio (que incluye, por tanto, mitología, folclore y psicología primitiva) es un tesoro de formas arquetípicas de las que el doctor puede extraer paralelismos útiles y comparaciones reveladoras con el fin de calmar y clarificar una consciencia desconcertada. Es absolutamente necesario proporcionar a esas imágenes fantásticas, que se alzan de manera tan extraña y amenazadora ante el ojo de la mente, cierto contexto a fin de hacerlas más inteligibles. La experiencia demuestra que la mejor manera de hacerlo es mediante el uso de materiales mitológicos comparativos.

El estudio de esos "materiales mitológicos comparativos", de hecho, hizo que mis espantosos sueños desaparecieran. Pero la cura que me proporcionó este estudio la compré al precio de una transformación completa y a menudo dolorosa: lo que hoy creo sobre el mundo, y mi manera de actuar de manera consecuente con esa creencia, difiere tanto de lo que creía cuando era más joven que de hecho podría ser una persona totalmente distinta.

Descubrí que las creencias conforman el mundo, de una manera muy real: las creencias son el mundo en un sentido más que metafísico. Sin embargo, este descubrimiento no me ha convertido en un relativista moral, sino más bien en todo lo contrario. He llegado a convencerme de que el-mundo-que-es-creencia es ordenado; que hay absolutos morales universales (aunque éstos están estructurados de tal manera que un espectro diverso de opiniones humanas sigue siendo tanto posible como beneficioso). Creo que los individuos y las sociedades que desdeñan esos absolutos (ya sea por ignorancia o por una oposición deliberada) están condenados a la desgracia y, tarde o temprano, a la disolución.

Aprendí que los significados de los sustratos más profundos de los sistemas de creencias pueden hacerse explícitamente comprensibles, incluso para el pensador racional escéptico, y que, una vez expuestos de ese modo, pueden ser experimentados como algo fascinante, profundo y necesario. Aprendí por qué la gente hace la guerra: por qué el deseo de mantener, proteger y expandir el dominio de la creencia motiva incluso los actos más incomprensibles de opresión y crueldad propiciados grupalmente; y qué podría hacerse para mejorar esa tendencia, a pesar de su universalidad. Por último, aprendí que el aspecto terrible de la vida podría ser, de hecho, una condición previa para la existencia de la vida, y que es posible considerar esa condición previa, en consecuencia, como algo comprensible y aceptable.

Jordan B. Peterson es profesor de Psicología en la Universidad de Toronto y psicólogo clínico. Este texto es un extracto de 'Mapas de sentidos. La arquitectura de la creencia', de Ariel, que se publica hoy, 25 de febrero.  

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