_
_
_
_
IDEAS | LA PUNTA DE LA LENGUA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

No tengo palabras

Lo siguiente de “grandísimo” puede ser “grandioso”; lo siguiente de “carísimo”, “inaccesible”.

Tara Moore (Getty Images)
Álex Grijelmo

Recuerdo haber oído de niño al joven presentador de un festival de fin de curso que, cuando estaba hablando del artista que intervendría a continuación, dijo: “No tengo palabras para describir su arte”. Me sorprendí en mi butaca de la fila tres y me dije para los adentros: “Pues vaya un presentador, si no tiene palabras”. Pero un directivo del colegio, sentado en la fila dos, comentó con su vecino: “Qué buen presentador es este chico”. Entendí entonces que en ese oficio se usaban fórmulas absurdas que un presentador necesitaba conocer para que le considerasen un buen presentador. Y que “no tengo palabras” era sin duda una de ellas.

Más información
Español o castellano, Carmen o Gisela
La ortografía como imagen de empresa

Pero años después empecé a cuestionar mi propia deducción, hasta decidir que “no tengo palabras”, lejos de constituir una frase inteligente, representaba un fracaso para quien ejerciera precisamente como profesional de las palabras. En un presentador, “no tengo palabras” equivalía a “no tengo fruta” en un frutero o a “no tengo libros” en una bibliotecaria.

Desde entonces desconfío también del traductor que señala un término como intraducible o del periodista que califica de “indescriptible” una situación.

Ideas que inspiran, desafían y cambian, no te pierdas nada
SIGUE LEYENDO

Y en los últimos años me vengo topando a cada rato con dos frases hechas que me evocan todo eso.

Una es “y cuando digo todo, es todo”. O “ y cuando digo nadie, es nadie”. O “y cuando digo mucho, es mucho”. Entiendo que se usen coloquialmente, y que a los interlocutores les resulte útil esa vehemente contundencia. Pero si se la oigo a un presentador, aunque se trate de un festival de fin de curso, me pregunto si no le estará restando valor al significado de las palabras; o si en realidad será responsabilidad de todos (y cuando digo todos, es todos) el hecho de que ciertos vocablos necesiten una repetición para que no parezcan de menor cuantía. En este caso, más que no tener palabras lo que nos sucede es que no tenemos significados.

La segunda expresión reciente que sugiere esa supuesta incapacidad de la lengua para nombrar la idea que deseamos transmitir se oye hoy en día a cada rato: “Grande, no; lo siguiente”. “Caro, no; lo siguiente”. “Largo, no; lo siguiente”. Parece de nuevo que no tuviéramos recursos para elevar la gradación.

En la mayoría de los casos, “lo siguiente” es el superlativo: grandísimo, carísimo, muy largo. Caramba, no costaba tanto decirlo. Ahora bien, si se enuncia ya de entrada (“grandísimo, no: lo siguiente”), ¿qué es lo siguiente de grandísimo, larguísimo o muy caro?

El asunto se pone difícil si quien habla evita aparentar la edad que no tiene y desecha expresiones juveniles como “supergrande”, “hipercaro” o “megalargo”; o si le suenan demasiado ajenas opciones como “archicaro”, “extralargo” o “requetegrande”.

Pero el idioma siempre brinda soluciones. Lo siguiente de “grandísimo” puede ser “grandioso”, lo siguiente de “carísimo”, “inaccesible”; y para lo siguiente de “larguísimo” cabría acudir a “interminable”. A “buenísimo” le puede suceder “formidable”; a “sorprendidísimo” le superan “perplejo” o “estupefacto”; alguien que está “lo siguiente de tristísimo” puede sentirse “abatido” o “sobrecogida”; “colosal” o “gigantesco” elevan el grado de “grandísimo”… Y hallaremos otros adjetivos contundentes como “descomunal”, “eterna”, “bárbaro”, “tremendo”, “morrocotudo”…, todos ellos en el límite donde comienzan las exageraciones. Pero cualquier opción, incluida la desmesura, será mejor que no tener palabras, porque eso implica carecer de los recursos que nos sirven para argumentar, convencer, seducir, enamorar... o lo siguiente.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Álex Grijelmo
Doctor en Periodismo, y PADE (dirección de empresas) por el IESE. Estuvo vinculado a los equipos directivos de EL PAÍS y Prisa desde 1983 hasta 2022, excepto cuando presidió Efe (2004-2012), etapa en la que creó la Fundéu. Ha publicado una docena de libros sobre lenguaje y comunicación. En 2019 recibió el premio Castilla y León de Humanidades

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_