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Columna
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El mundo en 2050

Las verdaderas innovaciones son por definición impredecibles. Recuerden eso si leen a Hamish McRae

Javier Sampedro
Un trabajador inspecciona un modelo en miniatura del vehículo lunar para la sonda china 'Chang'e 4', en una fábrica en Dongguan, China.
Un trabajador inspecciona un modelo en miniatura del vehículo lunar para la sonda china 'Chang'e 4', en una fábrica en Dongguan, China.REUTERS

El periodista económico británico Hamish McRae está considerado uno de los más destacados futuristas del mundo, y por una buena razón. Escribió en los primeros años noventa un libro titulado El mundo en 2020 y, ahora que estamos en ese futuro, podemos certificar que sus predicciones fueron certeras. Vaticinó que los votantes frustrados desafiarían el poder de los expertos y de la prensa, que China estaría cerca de convertirse en la mayor economía mundial, que un envejecido Japón se volvería más ensimismado, que Estados Unidos experimentaría un cambio drástico de actitud política y que el Reino Unido dejaría de ser miembro de la Unión Europea. También metió la pata en unas cuantas cosas, pero eso también le pasó a Nostradamus, y en todo caso basta la lista anterior para justificar que echemos un vistazo a sus predicciones para 2050 (las publicó en el número especial que The Economist dedica cada año a la futurología).

Según el profeta McRae, en el ecuador del siglo el mundo tendrá 10.000 millones de habitantes y tres de cada cuatro serán de clase media. Este es un augurio bien chocante en un tiempo en que la clase media parece estar perdiendo fuelle a manos de una élite cada vez más enriquecida y una creciente población de pobres, desclasados y supervivientes. Pero esto es seguramente una percepción estrecha y occidentecentrista, porque el crecimiento de la clase media mundial se nutrirá sobre todo de las enormes burguesías emergentes de China e India y en menor medida de África. El liderazgo intelectual de EE UU tendrá que atemperarse para acomodar el flujo de ideas procedente de las nuevas masas educadas del mundo emergente.

Pese a todos nuestros recelos sobre la tecnología, con sus embestidas a nuestra intimidad y sus evidentes aplicaciones militares, los avances tecnológicos permitirán “un estilo de vida decente” a la mayoría de la población mundial, siempre según McRae. En el otro platillo de la balanza, la lucha contra el cambio climático y el deterioro ambiental seguirá siendo encarnizada dentro de 30 años y no está en absoluto claro que el problema pueda encauzarse, mucho menos revertirse, para entonces. McRae, por otro lado, es lo que hoy llamaríamos un tecnooptimista. Pese a los inevitables ajustes laborales que impondrán la robótica y la inteligencia artificial, el gran incremento de eficiencia que introducirán estas tecnologías en el sector servicios seguirán impulsando la mejora del nivel de vida de la gente.

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No hace falta ser McRae para pronosticar que China será la mayor economía del mundo, pero quizá sí para formular un corolario sorprendente: que abandonará su carrera actual por la dominancia planetaria. La razón es que su población empezará a declinar y envejecer en las próximas décadas, y eso desviará las prioridades del gigante chino desde la conquista del mundo hacia la seguridad y el cuidado de su propia gente. Esto es lo mismo que ya está pasando en Japón y ocurrirá pronto en Europa. Por lo demás, el mayor factor unificador entre países será el lenguaje compartido, no la proximidad geográfica.

“Ningún periódico publicó en 1900: ‘Ya solo faltan cinco años para que se descubra la relatividad”, decía el matemático John Allen Paulos para burlarse del futurismo. Las verdaderas innovaciones son, por definición, impredecibles. Recuerden eso si leen a McRae.

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