La polémica modernización de Arabia Saudí
¿Es el príncipe Mohamed Bin Salmán un líder visionario y reformista o un autócrata despiadado e imprudente?
Cuatro años atrás, el príncipe Mohamed Bin Salmán de Arabia Saudí acudió en vaqueros a entrevistarse con los grandes de Silicon Valley. La visita buscaba proyectarle como modernizador tanto entre los jóvenes de su anquilosado país como entre los empresarios cuyas inversiones cortejaba y con los que intercambió teléfonos. Hace unos días se ha difundido una investigación encargada por Jeff Bezos, el millonario fundador de Amazon, según la cual un whatsapp del príncipe sirvió para piratearle el móvil, posiblemente en relación con el asesinato del periodista Jamal Khashoggi, que la CIA y la ONU atribuyen al entorno del heredero. Khashoggi escribía en The Whasington Post, propiedad de Bezos. Es la última acusación que cuestiona el espíritu reformador del futuro rey saudí y llega en un momento clave en el que el Reino del Desierto preside el G20.
Empeñado en cambiar la imagen de Arabia Saudí, el príncipe Mohamed ha retirado a la policía religiosa de las calles, permitido conducir a las mujeres y abierto su país a conciertos de grandes figuras internacionales y espectáculos deportivos como la fórmula E, el París-Dakar o la Supercopa de España. Al mismo tiempo, ha logrado concentrar más poder que ningún otro gobernante saudí desde la fundación del reino en 1932, moldeando a su medida las instituciones del Estado y encarcelando a todos aquellos que estorban en su objetivo, sean activistas de derechos humanos, islamistas, liberales o miembros de la familia real.
“Se ha fomentado tal fiebre nacionalista y tal culto a la personalidad que hablar contra MBS es como hablar contra Dios”, asegura una bloguera saudí que vive en el extranjero, refiriéndose al príncipe heredero por sus iniciales. Ella no está en contra de las reformas emprendidas y reconoce que tienen amplio respaldo social, pero cuestiona las prioridades. “Es todo muy superficial, la sociedad está confundida”, añade convencida de que debiera haberse empezado por la educación y la sanidad antes que por el ocio. Además, no todos sus proyectos están logrando el resultado esperado.
“Hay tal culto a su personalidad que hablar contra él es como hacerlo contra Dios”
Antes incluso de ser nombrado heredero en 2017, el príncipe Mohamed ya había presentado su ambicioso plan para transformar Arabia Saudí, el principal exportador de crudo del mundo, en una economía sin petróleo. La Visión Saudí para 2030 anunciaba la venta de hasta un 5% del gigante petrolero Saudi Aramco y la creación del mayor fondo soberano del mundo, con el objetivo de que sus inversiones sustituyan al oro negro como fuente de ingresos. Tras varios retrasos por las discrepancias de valoración, el pasado diciembre se ejecutó la venta de un primer 1,5% de la empresa, aunque solo en el mercado local.
El terremoto que ha supuesto MBS en la política saudí se inició poco después de que su padre, el rey Salmán, llegara al trono en 2015 y le nombrara ministro de Defensa a los 29 años. Con el pretexto de frenar la expansión de Irán (a quien acusa de apoyar a los rebeldes Huthi), el bisoño príncipe lanzó una muy criticada guerra en Yemen que ha destruido ese país y a la que nadie sabe cómo poner fin. Al mismo tiempo, sus intentos de formar una fuerza militar árabe y una gran coalición islámica frente al terrorismo quedaron en agua de borrajas. Tampoco su apuesta por los grupos contrarios a Bachar el Asad en Siria (a los que aumentó la financiación) o el aislamiento de Qatar han tenido éxito.
A diferencia de la campaña militar, sus propuestas de diversificación de la economía recibieron una aclamación generalizada, dentro y fuera del país. Sin embargo, los resultados han sido modestos hasta ahora. Salvo en el aumento de la participación de la mujer en la fuerza laboral (que ha pasado de 19,4% en 2017 a 23,2% a finales de 2019), el paro supera el 12% y llega hasta el 30% entre los jóvenes. El Estado sigue empleando a dos tercios de los saudíes activos (cuyas nóminas suponen la mitad del gasto público), mientras el peso del sector privado recae sobre varios millones de trabajadores extranjeros (peor pagados y con menos prebendas).
Quienes le apoyan ven en él un líder visionario y reformista, que ha rejuvenecido una monarquía gerontocrática en un país donde dos tercios de sus 24 millones de nacionales tienen menos de 35 años. Para sus detractores, se trata de un autócrata despiadado, imprudente e impulsivo, que encerró a varios cientos de empresarios, ministros y príncipes para luchar contra la corrupción, a la vez que gastaba cientos de millones en un castillo, un yate y una pintura atribuida a Leonardo Da Vinci, y que no tolera la menor discrepancia.
El punto de inflexión fue el asesinato de Khashoggi, un periodista crítico con el proceder del hombre fuerte saudí. Su brutal muerte, descuartizado por un comando en el consulado saudí en Estambul en octubre de 2018, y el proceder de las autoridades negando inicialmente el crimen escandalizaron a los saudíes. La reciente condena a ocho sospechosos juzgados en secreto no ha borrado el malestar.
“¿Qué puedo decir? Han troceado a mi amigo… Lo que está sucediendo no se había visto nunca en la historia de Arabia Saudí”, confiaba poco después un veterano periodista que en sus inicios profesionales coincidió en la misma redacción que el asesinado Khashoggi. La diferencia, explicaba, es que “antes había un rey, pero también equilibrio [entre las distintas ramas de la familia real]; ahora está todo el poder concentrado en un solo hombre”. Lo que en su opinión resulta más grave, “está rodeado de gente que dice ‘sí, señor’ a todo”.
En la crisis que siguió al caso, los máximos ejecutivos de las principales multinacionales evitaron su asistencia al llamado Davos del Desierto y algunos comentaristas especularon con que el rey pudiera decidir apartarle de la sucesión. Un año después, los ejecutivos volvían a participar en ese foro y quedaba claro que “MBS está aquí para quedarse”, como escribió Ali Shihabi, un comentarista saudí próximo al Gobierno. “Sería virtualmente imposible para cualquier facción dentro de la familia real organizarse en su contra incluso si Estados Unidos amenazara con cortar lazos”, añadía tras recordar su control de todas las fuerzas de seguridad.
Al contrario. Aunque tanto la CIA como la relatora especial de la ONU que ha investigado el caso apuntan a la implicación del heredero, la Administración de Trump ha hecho la vista gorda. Pero al hombre llamado a dirigir los destinos del reino durante las próximas décadas le preocupa su imagen. Sabe que afecta a sus proyectos de desarrollo. Así que, en el aniversario de la muerte de Khashoggi, concedió una entrevista en la que dijo que aceptaba la responsabilidad en tanto que líder, pero negó haber ordenado el asesinato. “Lo importante es aprender de los errores y no repetirlos”, declaró.
Ante la presidencia del G20 este año, en cuya organización Arabia Saudí se está volcando, MBS ha reducido su exposición pública, tal vez esperando que pase la tormenta. Sin embargo, lo que más ayudaría a hacer creíbles sus palabras sería que dejara en libertad a los y las activistas que durante años, antes de su llegada, han trabajado para cambiar las actitudes sociales en el reino.
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