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“No ser sumisa exige un combate constante y agotador”

La filósofa francesa Manon García es heredera del existencialismo de Simone de Beauvoir y aborda un tabú del feminismo: la sumisión

Manon Garcia en casa de su madre en París el pasado 9 de enero. 
Manon Garcia en casa de su madre en París el pasado 9 de enero. BRUNO ARBESU
Marc Bassets

Se podría hablar de filosofía del #metoo, nacida al abrigo de la ola de denuncias por abusos sexuales a raíz del caso Weinstein en 2017 y la posterior liberación de la palabra por parte de las mujeres. Pero el pensamiento de Manon Garcia, exalumna de la prestigiosa Escuela Normal Superior, doctora en Filosofía y docente en varias universidades de Estados Unidos, va más allá. Hunde sus raíces en la corriente filosófica que, hace 70 años, marcó desde París el paso intelectual en buena parte del planeta: el existencialismo. Y propone una relectura del feminismo clásico y lo actualiza. Por eso no sorprende que la figura y la obra de Simone de Beauvoir —feminista y a la vez existencialista— planeen sobre su primer libro, On ne naît pas soumise, on le devient (No se nace sumisa, se llega a serlo). Desde el mismo título —una paráfrasis del “No se nace mujer, se llega a serlo” de Beauvoir— hasta la reivindicación de la autora de El segundo sexo como filósofa de primer orden, Garcia (París, 1985) se inscribe en una tradición. Pero no se conforma, sino que le da varias vueltas de tuerca —más que de dominación masculina, o de explotación, o de patriarcado, o de lucha por la igualdad, se dedica a diseccionar el concepto de sumisión, “punto ciego” y “tabú” del feminismo— y la proyecta en el siglo XXI.

PREGUNTA. ¿Por qué se fija en la sumisión? Podría haber hablado de dominación o de igualdad.

RESPUESTA. Al hablar de dominación, hablamos de lo que los hombres hacen a las mujeres. La sumisión es lo que ocurre cuando existe una relación social de dominación, pero desde el punto de vista del dominado. Supone un cambio de punto de vista: escuchar a las mujeres. Una de mis tesis es que no son pasivas ante la dominación.

P. ¿Qué hacen las mujeres ante la dominación?

R. No digo que todas las mujeres sean sumisas, sino que, en función de la dominación masculina, muchas adaptan su comportamiento. Y a esta adaptación se le puede llamar sumisión. No es ninguna estupidez por parte de las mujeres. Saben que, si son sonrientes y delgadas y guapas, obtendrán cosas que de otro modo no obtendrían. Y que, por tanto, someterse al orden patriarcal conlleva beneficios.

P. ¿Cuáles?

R. Si usted busca un empleo y es simpática y más bien guapa y delgada, lo obtendrá más fácilmente que si tiene el pelo corto, se comporta como un hombre —es decir, no se excusa por sus opiniones o propuestas— y no encaja en los criterios de mujeres guapas y delgadas. Y esto es algo que han mostrado las lesbianas, castigadas por escapar al sistema heterosexista o heteronormativo. No entrar en el juego de la seducción tiene un alto coste en la sociedad, y las mujeres lo saben bien.

“Las mujeres saben que, si son sonrientes y delgadas y guapas, obtendrán cosas que de otro modo no obtendrían”

P. También hay placer en la sumisión, dice usted.

R. Uno de los ejemplos más evidentes es la sumisión sexual. Pero no solo. Lo que está en juego aquí es que a las mujeres se las educa según normas sociales marcadas por el género. Estas normas dicen que la mujer debe esperar al príncipe azul, que un hombre vendrá a seducirla, que hay una oposición entre la pasividad de las mujeres y la actividad de los hombres, y que todo esto construye un erotismo y una vida interior que consiste en considerarse como una presa. Y al considerarse una presa, hay un sentimiento de haber cumplido con aquello para lo que una ha sido programada. Es complicado, especialmente para las mujeres feministas: casarse y decirse: “Finalmente un hombre se ha casado conmigo”. Es difícil escapar a estas normas sociales. Y producen placer, la impresión de que se han hecho bien las cosas. Encuentro interesante la relación de algunas mujeres con las tareas del hogar. Conozco a mujeres independientes y feministas que tras planchar la ropa, y por mucho que lo vean como una alienación, se dicen: “Ah, soy una buena madre y una buena esposa”.

P. ¿Hay consentimiento en la sumisión?

R. Un significado de consentir es no decir no cuando alguien nos propone algo. Ante las normas sociales sexistas, el comportamiento por defecto es la sumisión, no la libertad. En mi libro me apoyo en Simone de Beauvoir porque pienso que la idea existencialista según la cual la libertad es algo que hay que conquistar permanentemente, y no algo que tenemos de una vez por todas, nos permite pensar en esta cuestión. Solemos pensar en la libertad de la mano de los filósofos del derecho natural o de la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano: nacemos libres. Pero si nacemos libres, se comprende mal cómo acabamos sometidos, porque significaría que renunciamos a la libertad.

P. ¿Cómo acaban sometidas las mujeres entonces?

R. La sumisión es más una renuncia al combate que a nuestra libertad. Requiere una energía enorme no someterse. Y esto es muy importante a la hora de condenar a las mujeres por ser sumisas. Si comprendemos que no es que sean débiles y pasivas, ni que hayan renunciado a su libertad, sino que no ser sumisa exige un combate constante y agotador, y que no siempre se disfruta de las condiciones sociales y materiales adecuadas para librarlo, seremos más justos con ellas, con todas.

P. ¿Es posible que, en este sistema de costes y beneficios, al menos para algunas, los beneficios sean muy superiores a los costes y la sumisión, al hacer el cálculo, pueda ser un bien?

R. Es la pregunta fundamental. Sí y no. Los beneficios pueden ser enormes, pero filosóficamente estoy convencida de que lo que hace que los seres humanos sean seres humanos es una inclinación hacia la libertad. Y por eso pienso que la sumisión tiene un coste enorme: renunciar a algo precioso en la existencia como es la libertad de decidir cómo queremos llevar nuestra vida. Los costes pueden estar ocultos: a veces llevamos existencias en las que los beneficios de la sumisión son muy aparentes y los costes de permitir que otro decida sobre nuestra vida no se ven. Pero son enormes.

P. ¿Por qué presta usted atención a esta sumisión occidental mientras que hay mujeres realmente sumisas en Irán, en Afganistán o incluso en las banlieues francesas?

R. Mi idea de sumisión implica un mínimo de capacidad de acción. No puede hablarse de sumisión a menos que las mujeres tengan más o menos los mismos derechos que los hombres en el plano legal. No podemos decir que una mujer que no tiene ninguna existencia jurídica esté sometida a un hombre: es su esclava. No tienen la libertad de consentir su sumisión.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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