Lástima
La realidad, que en tiempos fue temática, se ha tornado ya monotemática por obra y gracia de la globalización
La realidad, que en tiempos fue temática, se ha tornado ya monotemática por obra y gracia de la globalización. Cuando vivíamos desglobalizados, creíamos en las diferencias, de ahí que nos gustara tanto viajar. Los trotamundos del XIX y primeros del XX volvían a casa con la impresión de haber conocido al otro o lo otro. Ahora viajamos a las antípodas para encontrarnos a nosotros mismos. Tu pueblo y tú estáis en todas partes: en Berlín, en Roma, en París, incluso en Tokio. Quien dice tu pueblo dice Zara o Mango, en cuyas rebajas pretendemos recuperar la personalidad o los rasgos distintivos que la vida nos ha venido arrebatando a lo largo del año clausurado. Las grandes superficies, pese a ser cada una un reflejo de la anterior, han logrado mantener aún alguna discrepancia.
Esto, decíamos, es lo que tiene la globalización: que Madrid simula ser Londres, y Londres, Nueva York, lo que provoca que las sociedades, observadas a vista de pájaro, parezcan una bechamel de la que resulta la croqueta que llamamos Humanidad. El big data, analizado a fondo, deviene un small data debido a que las miserias y las grandezas son idénticas allá donde vuelvas la mirada. La angustia que me mata a mí es semejante a aquella que acaba con los franceses, los alemanes o los griegos.
Amazon vende lo mismo en todo el mundo. Las páginas web más visitadas de aquí son las mismas que las de allí. El color local, a menos que llamemos color local a la pobreza extrema, ha desaparecido, tal vez fue una alucinación de los sentidos. Si usted desea degustar comida japonesa auténtica, no se le ocurra ir a Osaka, vaya a Barcelona. Pero si prefiere llevársela a casa, acérquese al Mercadona de la esquina. Los temas han muerto. ¡Viva el monotema!
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