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Columna
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La trinchera infinita

Han pasado 80 años y los españoles seguimos sin superar las diferencias que nos llevaron a enfrentarnos en un momento de nuestra historia

Julio Llamazares
Antonio de la Torre en un fotograma de 'La trinchera infinita'.
Antonio de la Torre en un fotograma de 'La trinchera infinita'.

Alguien dijo que una guerra civil dura 100 años. Viendo el debate de investidura del presidente del Gobierno y escuchando a algunos políticos, creo que la cifra es corta. Tendrán que pasar 50 años más por lo menos para que la trinchera abierta entre los dos bandos que se enfrentaron en la guerra civil española desaparezca del todo.

Aunque durante la Transición se la dio por cerrada interesadamente y aunque durante algunos años parecía que, en efecto, así era, la gran trinchera abierta hace 83 años entre los españoles seguía ahí, oculta tras la modernización del país y la prosperidad económica vivida durante algunas décadas. Bastaron, sin embargo, algunos acontecimientos para que los españoles viéramos que era un espejismo, un deseo más que una realidad cumplida.

El primer acontecimiento fue el inicio de la apertura de fosas de desaparecidos de la Guerra Civil. Lo que comenzara siendo una reacción normal, la de enterrar dignamente a los muertos en un país cuya normalidad democrática ponderaban todos, demostró enseguida que esta tampoco era cierta y que los descendientes de unos españoles les negaban el derecho a enterrar dignamente a sus muertos a los otros bajo la acusación de querer reabrir heridas. El enfrentamiento iría a más cuando lo que comenzó siendo una acción de particulares un Gobierno socialista lo oficializó y le dio carta legal de naturaleza, aunque no tanto una financiación suficiente.

El segundo acontecimiento fue el rebrotar del sentimiento independentista en Cataluña, que sorprendió a todos, a los españoles y a los catalanes mismos. En poco tiempo, los balcones del país se llenaron de banderas como si hubiéramos vuelto al pasado y no estuviéramos ya en el siglo XXI, el de la globalización económica y la internacionalización política. Y junto con las banderas volvió a aflorar la trinchera que se necesita para separarlas.

Hubo más acontecimientos, como la exhumación de Franco del Valle de los Caídos (con 40 años de retraso), la celebración de un juicio por sedición contra un Gobierno catalán cuya sentencia fue acogida con altercados gravísimos o la repetición de elecciones ante la imposibilidad de formar Gobierno, que contribuyeron a agrandar esa trinchera, que ya existía pese a lo que muchos quisiéramos pensar. El resultado es ese paisaje que el Parlamento y los medios nos muestran y que desmienten que al cabo de 80 años los españoles hayamos superado las diferencias que nos llevaron a enfrentarnos en un momento de nuestra historia. Por suerte, las circunstancias y la propia evolución de la sociedad no permiten que eso vuelva a suceder, pero la similitud de algunos comportamientos y declaraciones de algunos políticos con otros de nuestra historia dan miedo.

Se proyecta estos días en los cines una película cuyo título, La trinchera infinita, define a la perfección el paisaje que los españoles volvemos a contemplar después de un tiempo convencidos de que la historia del siglo XX había quedado atrás y de que por fin éramos un país como cualquier otro, con sus problemas y sus diferencias ideológicas, pero no dividido en dos. La realidad, por desgracia, nos ha vuelto a demostrar que no es así, que, como presumía el eslogan turístico franquista, España sigue siendo diferente y que la trinchera que se abrió hace más de 80 años entre los españoles de bien y de mal sigue ahí, partiéndonos por la mitad.

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