Investigación pública contra el cáncer
El dominio de la ‘Big Pharma’ impide aprovechar todo el potencial de los medicamentos
Los países occidentales hemos dejado el desarrollo de nuevos medicamentos en manos de la gran industria farmacéutica, la Big Pharma, y esto conlleva un grave inconveniente del que los gobiernos no parecen ser conscientes. La industria compra moléculas prometedoras, o directamente a las startups (pequeñas empresas emergentes) que las han inventado, y concentra su colosal maquinaria de I+D en desarrollar un fármaco que logre devolverles con creces su inversión. Esta es una política excelente para los accionistas, pero no para los pacientes, porque se deja fuera muchas investigaciones alternativas que, aunque son tan prometedoras como la elegida por la industria, tienen menos expectativas de generar beneficios económicos, o incluso ninguna en absoluto. Resulta evidente que solo la investigación pública puede enderezar este entuerto. Lee en Materia hasta qué punto esto es importante en la lucha contra el cáncer, con una entrevista a Miguel Martín, jefe de oncología del Gregorio Marañón y presidente de los investigadores españoles en cáncer de mama.
Los beneficios aquí no se miden en euros, sino en cánceres curados o incluso evitados
Crear las estructuras de investigación clínica pública no es el mayor problema. El propio Grupo Español de Investigación en Cáncer de Mama que preside Martín podría perfectamente ocuparse de ello para ese tipo de tumores, y hay otras redes de investigadores médicos centrados en distintas enfermedades. Pero desarrollar las aplicaciones olvidadas de un solo fármaco requiere un ensayo clínico de 20 millones de euros. Y si esa investigación debe ser independiente de la Big Pharma, la industria no puede intervenir en financiarla, como suele hacer. Ese dinero debe proceder de las arcas públicas, que además no deben esperar ningún retorno económico por ello. Los beneficios aquí no se miden en euros, sino en cánceres curados o incluso evitados. Los retornos para las arcas públicas solo se percibirán a largo plazo, por los ahorros ingentes que supone prevenir un cáncer en lugar de tratarlo, o tratarlo antes que después. Pero pedir a un Gobierno que piense a largo plazo es como convencer a un burro de que se tire por un barranco, que produce fatiga y desaliento.
Otros países están haciéndolo algo mejor, sin tirar cohetes. Francia ha financiado un ensayo de este tipo, pero solo porque le permitía ahorrar costes de inmediato (al reducir el uso de un fármaco de un año a seis meses). Estados Unidos y el Reino Unido tienen sistemas consolidados de mecenazgo, que permiten al dinero privado de origen no farmacéutico financiar investigaciones clínicas a cambio de incentivos fiscales. En España tampoco gustan estas cosas, porque suponen una merma de la recaudación de Hacienda. El proyecto de ley de mecenazgo lleva décadas languideciendo en un vetusto cajón ministerial, en otro ejemplo de miopía macroeconómica que el país lamentará algún día, y los pacientes están sufriendo ya.
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