Inalterable
Nada es tan peligroso como la actitud de una derecha presuntamente democrática pero incapaz de aceptar serenamente sus derrotas
Podemos decir muchas cosas, y todas serán ciertas. Que el bipartidismo se ha ido para no volver. Que las dificultades para formar Gobierno que nos han llevado a las urnas cuatro veces en cuatro años revelan la resistencia de los grandes partidos a aceptar una nueva realidad. Que la inesperada proliferación de opciones con representación parlamentaria, que ha obligado a trocear el Grupo Mixto, pone de manifiesto la necesidad de reformar unas cámaras que fueron diseñadas para una coyuntura muy diferente. Todo eso es tan cierto como la incertidumbre con la que todos los ciudadanos, tanto los partidarios como los detractores del próximo Gobierno, contemplamos el futuro inmediato. Pero en la política nacional existe un factor absolutamente inalterable, que se repite una y otra vez desde mucho antes de que estrenáramos el actual sistema democrático. La derecha está convencida de que España es un objeto de su exclusiva propiedad, y cuando los resultados electorales la apean del poder, se comporta como si se lo hubieran robado. El debate de investidura ha aportado un nuevo ejemplo de esta larga y detestable tradición. Cuando la izquierda gobierna, no solo la bronca, el histrionismo, la manipulación, el pateo y las difamaciones están garantizados. Cuando la izquierda llega al poder, la derecha trabaja para extender una sombra de ilegitimidad —cuanto más turbia, mejor— sobre cualquier Gobierno cuya legitimidad se asiente en la voluntad popular expresada en unas urnas que le han sido adversas. El principal riesgo que corre la democracia española no es la abstención de ERC y Bildu. Nada es tan peligroso como la actitud de una derecha presuntamente democrática pero incapaz de aceptar serenamente sus derrotas.
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