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Seres Urbanos
Coordinado por Fernando Casado

Christiania: el experimento social que rechaza el control estatal

Freetown Christiania puede considerarse como una micronación, una ecoaldea o una comuna autónoma parcialmente autogobernada dentro de la ciudad de Copenhague.

Vista de una calle de Christiania, 2019
Vista de una calle de Christiania, 2019Teresa García Alcaraz
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Fue en 1971 (en plena explosión del espíritu de mayo del 68) cuando un grupo de familias se apoderaron de una base militar en desuso situada en el barrio de Christianshavn, en el centro de Copenhague, con el fin de establecer una comunidad alternativa. Fue entonces cuando Christiania se autoproclamó independiente del estado danés.

Influenciados por el movimiento cultural y político “Provo”, los residentes de Christiania quisieron ejemplificar las aspiraciones de la vida comunal fundamentados en el movimiento antisistema, no violento y de ideología anarquista.

Hoy por hoy, alrededor de unas 900 personas residen en un área de 34 hectáreas bajo un sistema de “autogobierno” al margen de Dinamarca e incluso de la Unión Europea. El Løn es la moneda local junto con la corona danesa, y su símbolo identificativo es una bandera roja con tres puntos amarillos alineados en el centro.

A pesar de que esta antigua base militar fue ocupada a principios de los años setenta, no fue hasta 1989 cuando se promulgó formalmente la Ley de Christiania donde se le transfería parte de supervisión al ayuntamiento de Copenhague. Esta institución mantuvo y aceptó el asentamiento supeditado a una futura legalización y normalización. En 2004 tuvieron lugar distintos conflictos con el gobierno danés con respecto a la propiedad de tierras, así como con el mercado de estupefacientes y, desde entonces, numerosas redadas y controles policiales empezaron a ser frecuentes en el lugar. En la actualidad, la compra y venta libre de marihuana en Christiania es un hecho y, a pesar de que es una actividad localizada y consentida por las autoridades danesas, la zona siempre está en el punto de mira pues es también una atracción de bandas organizadas y grupos violentos.

Uno de los puntos de inflexión sucedió en 2011, ya que el tribunal supremo danés otorgó el derecho de propiedad y de uso al estado; pero, gracias a donaciones y apoyo por parte de grandes personalidades danesas de la escena artística, los chistianistas lograron recaudar y comprar una pequeña parte de los terrenos al estado; lo consiguieron pidiendo un crédito bancario, constituyeron la fundación Fonder Fristaden Christianian, y se reconsideró su posición de ocupantes ilegales manteniendo los terrenos como comunales.

Freetown Christiania funciona alrededor de una calle principal (Pusher Street) y una plaza central donde se permite la venta y consumo de cannabis. Este hecho es principalmente por lo que el barrio recibe el apelativo de distrito verde y es lo que atrae a más de un millón de turistas al año, siendo uno de los lugares más visitados de toda Dinamarca después del parque de atracciones Tívoli (el segundo más antiguo del mundo). Distintas puertas de entrada hechas con madera y piedras dan la bienvenida al visitante, así como también se notifica la salida del recinto avisando al transeúnte que se entra al territorio perteneciente a la unión europea.

Dentro de este complejo auto-gestionado hay guarderías, un templo budista, cafés, bares y restaurantes, tiendas de ropa, parques, un teatro, un archivo, talleres, entre otros servicios… A pesar de que muchas calles no están asfaltadas, todas son peatonales y libres de coches –siendo la bicicleta el principal medio de transporte–. De hecho, en 1978 se patentaron las Christianiabikes, las bicicletas con una cesta de madera delantera usadas en toda Dinamarca para transportar a los más pequeños.

Las viviendas de Christiania no pertenecen a ningún individuo sino al colectivo y, por tanto, no pueden venderse a un particular. Desde la creación de este barrio, los residentes se reúnen en asambleas y se toman decisiones por consenso. En más de una ocasión, Christiania ha cerrado temporalmente sus “puertas” a los turistas para recapacitar y tomar ciertas decisiones conjuntas. Con los años, muchas de las normas han cambiado ligeramente como la prohibición de consumir drogas duras dentro del recinto, no acampar, mantener la armonía y respeto entre los residentes, así como no llevar armas. Hoy por hoy, los residentes de Christiania son conscientes de que ocupan una zona privilegiada de Copenhague y que, en cualquier momento, el recinto puede ser desmantelado. Aun así, sus habitantes pagan los correspondientes gastos de servicio (agua y electricidad) y un alquiler comunitario que se estipula en función de las dimensiones de la vivienda. A pesar de que no se pagan los impuestos de bienes inmuebles ni recogida de basura, algunos residentes reciben ayudas estatales.

Tanto jóvenes, familias y gente mayor convive y comparte en Christiania un estilo de vida alternativo soñando en poder comprarle al estado el resto de tierras antes de que el parlamento danés sucumba. Es en este punto donde se pone de manifiesto que hay un conflicto entre la comunidad de Christiania y el Estado por el uso y control de un lugar. Este caso ejemplifica que tanto el Estado y distintos grupos sociales son lo que negocian la conformación de lo público, significados de actividades dentro del recinto, recursos, así como leyes internas (incluso relacionadas a la actividad turística). ¿Sería entonces posible crear barrios, ecovillages o incluso pueblos desvinculados parcialmente del control estatal?

Cabe destacar que Christiania no es un caso anómalo en el mundo ya que hay otros territorios que no dependen de ningún estado y siguen funcionando, como es el caso de Sealand (Reino Unido), La Paz Ecovillage en Baja California (México), los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas en el estado de Chiapas (México), entre muchos otros.

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