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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cuestión de derechos

Es necesario defender el derecho de acceso a la información que personajes como Assange o Snowden han reivindicado con sus denuncias

Assange, camino de un tribunal en Londres el pasado mes de mayo.
Assange, camino de un tribunal en Londres el pasado mes de mayo.Daniel LEAL-OLIVAS (AFP)

El fundador de WikiLeaks, Julian Assange, se enfrenta a una demanda de extradición por espionaje presentada por EE UU a la justicia británica, que deberá resolverse en un tribunal de Londres el próximo mes de febrero. El carácter controvertido del personaje y su torturada peripecia para sustraerse a la acción de las justicias sueca e inglesa han tendido una peligrosa cortina de humo sobre una persecución que afecta a las libertades fundamentales y, en especial, al derecho a la información. La principal dificultad para la comprensión del caso es la necesaria separación que requiere de los elementos que no son sustanciales respecto a la cuestión que está en juego, fundamentalmente el derecho a la información. Ni su comportamiento personal en la relación con dos mujeres suecas —que condujeron a su procesamiento, su demanda sueca de extradición y su reclusión como asilado en la Embajada ecuatoriana en Londres durante siete años—, ni sus relaciones con la cadena de televisión rusa RT o sus contactos con el entorno de Donald Trump para infectar la campaña electoral de Hillary Clinton, permiten mirar hacia otro lado cuando están en juego las libertades.

Julian Assange, como es el caso también de Edward Snowden, ha rendido un notable servicio, también a los ciudadanos de Estados Unidos, con las revelaciones sobre actuaciones ilegales o irregulares de su ejército, sus servicios secretos o su diplomacia. El fundador de WikiLeaks defiende la difusión de las informaciones relevantes a las que ha tenido acceso, tomando como fundamento la Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos. También podría acogerse, al igual que Edward Snowden, a la figura de más reciente reconocimiento del whistleblower, el ciudadano y especialmente el funcionario que denuncia las irregularidades y malos comportamientos de su Administración.

Si alguna crítica merecen estos perturbadores del orden informativo no son las que tienen como motivo las revelaciones de irregularidades o incluso delitos cometidos por los Gobiernos y las Administraciones sino las fantasías respecto al próximo advenimiento de un nuevo mundo transparente e inmaculado en el que ellos destacarían como héroes redentores. Por desgracia, los escándalos suscitados por Assange y Snowden son la premonición de unas distopías totalitarias en las que las tecnologías digitales han devenido instrumentos de control y no herramientas de emancipación. Para evitar precisamente que estas distopías lleguen a ser realidad, nada más oportuno que defender el derecho al libre acceso a la información que personajes como Assange o Snowden han reivindicado con sus denuncias.

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