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Columna
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La nueva Comisión arranca entre la ilusión por la novedad y el escepticismo de los que pierden la fe en el proyecto europeo

Cristina Manzano
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, este miércoles durante una rueda de prensa en Bruselas.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, este miércoles durante una rueda de prensa en Bruselas.Olivier Matthys (AP)

Cuando en círculos europeos se habla de Ursula von der Leyen, la nueva presidenta de la Comisión Europea, y de la ingente tarea que afronta, se oye un comentario con un deje de admiración: “Ha criado a 7 hijos”. Ciertamente es un cambio. La maternidad, o en la mayoría de los casos la paternidad, no era un factor que contara demasiado a la hora de valorar a los líderes.

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La nueva Comisión arranca entre la ilusión por la novedad y el escepticismo de los que pierden la fe en el proyecto europeo; entre la frescura de ver a dos mujeres frente a dos de las principales instituciones —Christine Lagarde preside el Banco Central Europeo— y lo ambicioso del reto; entre un sentido de urgencia y la incertidumbre económica y geopolítica.

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Antes incluso de tomar posesión, Von der Leyen (VdL) se ha autoimpuesto un más que exigente plan para sus primeros 100 días: lanzar un Green Deal europeo; proponer un sistema legal para un salario mínimo justo; promover medidas de transparencia en los sueldos para alcanzar igualdad de género; e iniciar una legislación que tenga en cuenta las implicaciones humanas y éticas de la inteligencia artificial. Casi nada.

Y además se ha propuesto organizar una gran conferencia sobre el futuro de Europa, cuyo proceso comenzará en 2020 y culminará en 2022, y en la que, según la propia VdL, “los ciudadanos europeos tendrán un papel destacado y activo”.

No se sabe aún qué forma tendrá ni cómo se llegará a ella, pero en su espíritu está escuchar a las ciudadanías de la Unión sobre cómo diseñar el porvenir de su casa común.

El ejercicio recuerda a las consultas ciudadanas celebradas en la UE el año pasado con similar propósito y escasos resultados prácticos. Pero evoca, sobre todo, el gran debate nacional lanzado por el presidente francés Emmanuel Macron tras la crisis de los chalecos amarillos. Entre enero y marzo de 2019 más de 500.000 franceses han participado en 10.000 reuniones en todo el país. Su web recibió más de 1,8 millones de contribuciones.

La mayor crítica recibida es que sus resultados no han tenido un reflejo directo en las políticas del Gobierno galo. Pero el debate sí ha servido para movilizar una conversación general sobre los temas que realmente preocupan a la sociedad francesa, un ejemplo de democracia abierta.

VdL corre asimismo el riesgo de que su esfuerzo pierda credibilidad si no encuentra el modo de trasladar las conclusiones de esta futura conversación a las acciones de su mandato. En cualquier caso, en estos tiempos de sordera y ruido, todo lo que sea dialogar y escuchar debe ser bien recibido. Así que sí, presidenta. Escuche a las ciudadanías europeas. Hable con ellas.

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