Así se derrite un glaciar ante tus ojos (por si aún niegas el cambio climático)
No hay que ser un sesudo científico para comprender que la Tierra se está calentando a un ritmo inusitado. Las evidencias salpican todo el planeta. Esta es la que he vivido en primera persona
En mayo de 2009, crucé con esquís junto con otros tres amigos igual de pirados que yo una parte del Inlandsis, el bloque de hielo que cubre el interior de Groenlandia. Fue una expedición autónoma, arrastrando en pulkka todo el equipo necesario para dos semanas de travesía cuyo objetivo era escalar un pico que emergía del hielo y que nadie había coronado aún.
La expedición empezó en la base del glaciar Qaleraliq, uno de los pocos puntos de accesibilidad en el sur de Groenlandia a ese interior helado. Recuerdo el impresionante frente del glaciar: un muro de 100 metros de alto y un par de kilómetros de ancho ante el que nuestra zódiac parecía una insignificante pulga (el de la foto que abre esta noticia).
Cinco años después, en el verano de 2014, volví a Groenlandia y volví al glaciar Qaleraliq. Lo primero que pensé al verlo es que el barquero (en Groenlandia no hay carreteras, todo desplazamiento ha de realizarse en barco o en helicóptero) se había equivocado de lugar. ¡Aquello no era el frente glaciar que yo recordaba de cinco años atrás!
Como siempre llevo mi archivo fotográfico encima, busqué una foto de la expedición de 2009 y la comparé con lo que estaba viendo. Fue un mazazo de realidad incontestable. Estaba en el mismo lugar que en 2009, solo que el glaciar había perdido cientos de miles de metros cúbicos de hielo y se había retirado casi un kilómetro.
Esta foto es del Qaleraliq en 2009. Tras desembarcar en un lateral, ascendimos por la lengua glaciar entre grietas. Al fondo se veía una punta de roca que sobresalía a duras penas del hielo. La recuerdo porque la tomamos como referencia para avanzar.
Esta es una foto desde la misma posición pero en 2014. El lugar donde hice la de 2009 es ahora agua. Y la punta de roca es ya una montaña entera libre de hielo, a punto de convertirse en una isla en medio del fiordo. ¡¡En solo cinco años!!
Pero es que volví en 2016. ¿Y cómo estaba el glaciar? Como veis en esta foto. La montaña de piedra ya tocaba el mar.
En definitiva, la bahía llena de hielo que yo fotografié en mi expedición de 2009 (la de la foto de apertura), siete años después era el plácido fiordo lleno de agua de esta foto superior.
Podría seguir poniendo ejemplos que he visto con mis propios ojos hasta aburrir: el glaciar Pastoruri, que es un importante recurso turístico en la cordillera Blanca de Perú y que desaparecerá completamente en una década, según pronósticos. El glaciar Franz Josef, en la isla sur de Nueva Zelanda, a cuyo frente glaciar se llegaba en un paseo hace 10 años, y ahora hay que andar dos horas ladera arriba para encontrarlo. Especies tropicales, como el pez loro, que ya viven en las aguas del Mediterráneo, o caballas de climas cálidos que ya se pescan en Groenlandia.
Que el clima de la Tierra es cíclico y sufre alternancia de periodos fríos y cálidos es una verdad incuestionable. Pero, ¿alguien en su sano juicio puede negar que esta velocidad no es natural? Los tiempos de un cambio climático son tan lentos que nunca en la historia de los seres humanos pudo ser apreciado uno de esos cambios en el infinitesimal plazo de siete años.
Estos días se celebra en Madrid la Cumbre del Clima COP25. Y a mí me pasa como decía Bjorn Stevens, director del Instituto Max Planck de Meteorología, con sede en Hamburgo, que no espero nada de ella, y lo siento (ojalá me equivoque).
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