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Columna
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De la discreción al secretismo

El silencio, la falta de explicaciones políticas de Pedro Sánchez alimenta a los apocalípticos y deja sin argumentos a los escépticos, optimistas o pesimistas

Pepa Bueno
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, el pasado 20 de noviembre en Madrid.
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, el pasado 20 de noviembre en Madrid. Juan Carlos Hidalgo (EFE)

No son simétricas las discusiones estos días. Por un lado, están los apocalípticos que anuncian la entrada de España en el averno por la presencia en La Moncloa de la izquierda a la izquierda del PSOE, por primera vez desde la II República. Junto a ellos, y no siempre los mismos, los apocalípticos ante la posibilidad de que el Gobierno de España dependa de un partido con su máximo dirigente en la cárcel por haber roto el orden constitucional y una trayectoria de comportamiento impredecible en los momentos decisivos. Los apocalípticos no ofrecen alternativa; solo que el PP se abstenga. Pero el PP no quiere, salvo, quizás, para dejar un Gobierno en solitario socialista con 120 escaños a merced de la tormenta, y con España sin un partido de oposición, de envergadura suficiente salvo los ultras, dentro del sistema. Les queda el comodín del voto afirmativo de Ciudadanos, y hoy no emiten en esa dirección. Llegados al final del razonamiento sin salida, vuelven al apocalipsis.

Del otro lado están los que quieren creer que salir de esta es posible todavía, pero sin euforia. Son los escépticos pesimistas o los escépticos optimistas ante la filigrana sobre la que debe alzarse el pacto PSOE-Unidas Podemos para llegar a buen término. Superar la mutua desconfianza, olvidar reproches y descalificaciones, torcerle el brazo a la historia cainita de comunistas y socialistas, domeñar el ego de los machos alfa, todo eso que protagonizó discusiones durante los últimos años, ha acabado relegado a un segundo término; casi ni se habla de ello. La realidad se ha impuesto con una fuerza arrolladora. La extrema derecha no era un episodio y la política española sufre del mismo mal de nuestra economía. Cuando nos va bien, nos va mejor que a nadie, pero cuando vienen mal dadas, los monstruos se nos hacen grandes muy rápido. Y pasado el juicio del procés y la sentencia, las calles de Barcelona en llamas y las manifestaciones, la fractura catalana sigue ahí. Con dos comunidades compartiendo un mismo territorio y una pelea feroz entre los partidos independentistas por quedarse con el relato heroico y por ganar las siguientes elecciones autonómicas.

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El silencio, la falta de explicaciones políticas de Pedro Sánchez, alimenta a los apocalípticos y deja sin argumentos a los escépticos, optimistas o pesimistas. La discreción es necesaria; el secretismo intolerable y peligroso.

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