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Brasil
Columna
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Los feminicidios aumentan con el Gobierno de Bolsonaro, ¿por qué las matan?

Mientras el mundo sea contado por los hombres blancos, seguirá siendo machista, porque ellos han sido los encargados de crear los mitos, entre ellos que la mujer es inferior al hombre

Juan Arias
Una manifestante durante la marcha por el asesinato de Marielle Franco, en 2018.
Una manifestante durante la marcha por el asesinato de Marielle Franco, en 2018.Gustavo Basso (GETTY)

El presidente de Brasil, el ultraderechista Jair Bolsonaro, celebra que durante 2019 se han reducido las tasas de homicidio y de estupro: al 20% y 12% respectivamente, según los datos del Ministerio de Justicia, controlado por el juez Sergio Moro. Sin embargo, estos datos conviven con el alza de los feminicidios, que este 2019 han aumentado un 44% en São Paulo, según datos compilados por el portal de noticias G1 de O Globo. En Brasil, una mujer es asesinada cada cuatro horas.

Brasil es el quinto país con más feminicidios en el mundo. Pero estas cifras podrían aumentar, ya que no todos los asesinatos de mujeres son catalogados como feminicidios, al igual que deberían serlo todas las violaciones de mujeres que terminen en su muerte por el desprecio y odio que emana tal acto.

Brasil vive una situación paradójica: cada vez menos hombres resultan víctimas mortales de la violencia, mientras tanto más mujeres —la mayoría negras y pobres— mueren cada mes. Mientras tanto, el Gobierno intenta activar los cánones de modelo de familia tradicional y cristiana, cuyos únicos valores son los que regían antes de la Constitución de 1988, cuando se consideraba que la mujer existía para servir al hombre. O, como reza la doctrina cristiana, para "obedecer al marido en todo".

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Días atrás me preguntaban si tengo esperanzas de que la mujer consiga la misma dignidad de la que goza el hombre en la sociedad, el mismo respeto como persona humana y el mismo derecho a la vida. Mi respuesta es que esa utopía solo se conseguirá cuando las mujeres —y en Brasil, sobre  todo, las negras y las pobres, que son mayoría— y no solo los varones, puedan escribir la historia.

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Mientras el mundo sea contado y gobernado por los hombres blancos, seguirá siendo machista. Porque ellos han sido los encargados de escribir las leyes y crear los mitos, entre ellos que la mujer es inferior al hombre y que debe someterse a él. Así, desde las cavernas hasta hoy. Incluso en las religiones. En la Iglesia católica, santo Tomás de Aquino llegó a poner en duda que la mujer tuviera alma. La Iglesia de Roma jamás dejó de creer y predicar que la mujer es motivo de pecado para el hombre. Por eso, quizá, la mujer todavía no puede acceder al sacerdocio: a los ojos de la Iglesia sigue siendo inferior.

El mundo, las guerras, el amor, la vida, la muerte y los sentimientos han sido forjados por la mitad de la humanidad. La otra mitad lo ha sufrido hasta hoy. Y en Brasil eso está en aumento. El machismo ha vuelto y mata a más mujeres que antes. Ya sé que me van a decir que ahora prefiero un mundo regido por el elemento femenino en sustitución del masculino. No. Pero ya que durante tanto tiempo fuimos los hombres quienes contamos el mundo a las mujeres, deberíamos dejar que ellas tengan el mismo derecho a equivocarse que tuvimos nosotros. ¿Y si ellas acertaran a idear un mundo diferente con menos odio y más colaboración? ¿Y si las mujeres fuesen capaces de crear una sociedad donde la violencia y la desigualdad escandalosa no sean la clave de la historia? ¿Que tampoco lo sean las guerras, ni el color de la piel o la sexualidad?

Si los varones fuéramos sinceros, aceptaríamos que hemos creado un mundo de excluidos para las mujeres y los negros. Les hemos escrito toda la historia. Hoy estamos ante un Brasil dominado por partida doble por lo peor de la masculinidad, por el mayor rechazo a la mujer y de los que no encajan en el modelo del macho alfa. ¿No será todo este odio suelto la razón por la cual el país está más dividido, menos alegre y más violento?

La diminuta porción de la historia que fue creada y contada por las mujeres es la de las madres que han tenido que sacar a flote a sus hijos y familias por su cuenta. Y en ese relato, a veces escrito con sangre, podemos sentir la fuerza, el sacrificio y el trabajo amoroso que esas mujeres heroicas despliegan, incluso, hasta con alegría. Las mujeres lloran, pero son más fuertes y menos cobardes que los hombres que las abandonan a su suerte. 

Son esas mujeres las que un día podrían escribir la historia de este país, como había empezado a hacerlo en Río de Janeiro la joven negra y lesbiana Marielle Franco, asesinada porque la historia que había empezado a escribir les dio miedo a los hombres que matan a las mujeres que pretenden vivir en libertad para crear un mundo que, como se cuenta en el mito bíblico de la creación, "dios vio que era bueno".

Sin embargo, en ese mismo libro de la Biblia (que es un formidable mito literario) se presentan enseguida, en el primer capítulo del Génesis, dos versiones distintas de la creación del hombre y la mujer. En la primera —la libertadora— dios crea al hombre y a la mujer del mismo barro. Ambos con la misma dignidad para que juntos tejieran la historia. En la segunda —la machista—, dios crea primero a Adán y de una de sus costillas hace nacer a Eva porque, según el relato, "no era bueno que el hombre estuviera solo". En este caso la mujer es creada para consuelo de la soledad del hombre, en el alba de la esclavitud femenina. 

Quizá solo en el mundo nuevo que está destinado a nacer, la humanidad recupere la versión de la mujer creada junto al hombre, con los mismos pecados, pero con la misma libertad de acertar y equivocarse. Solo entonces podremos tener un mundo donde conceptos como feminicidio, machismo y homofobia sean tan solo objetos de museo.

A las mujeres, como siempre, se las sigue asesinando porque se les tiene miedo. Al final, en este mundo, siempre se mató por miedo o por odio. El feminicidio, término creado por la socióloga sudafricana, Diana E.H. Rusell, para indicar cuando se mata a las mujeres por el solo crimen de serlo, es uno de los más cobardes y perversos que ha creado el hombre. ¿Hasta cuándo?

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