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Columna
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Derecho a la inseguridad en México

México tiene cincuenta millones de pobres y un pavoroso déficit de fiscalías capacitadas para investigar delitos y actuar contra los cárteles de la droga

Juan Jesús Aznárez
Un policía observa dos coches calcinados durante los ataques en Culiacán.
Un policía observa dos coches calcinados durante los ataques en Culiacán.AFP

La irritación de los fontaneros presidenciales era vengativa cuando hace 20 años escribí que la impunidad en México superaba el 90% y que los jefes policiales de varios Estados eran tan secuestradores como Daniel Arizmendi, que prosperaba en el negocio de los rehenes desorejándolos con una tijera de destazar pollos. A los sacristanes de Los Pinos les sulfuraba leer en la prensa extranjera que políticos, magistrados, funcionarios e instituciones eran presa fácil de las chingaderas y el poder corruptor del narco. Hubieran preferido monografías sobre la modernidad nacional, la pujanza del Tratado de Libre de Comercio con Estados Unidos o la lúcida inteligencia de Carlos Monsiváis.

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Ni entonces pudieron ocultar las truculentas complicidades, ni sus émulos negar hoy los exiguos o nulos avances de Andrés Manuel López Obrador en la defensa del Estado de derecho, humillado por los pistoleros del cartel de Sinaloa. El debate sobre derechos humanos y seguridad pública en México nace del enquistamiento de la criminalidad, la incapacidad gubernamental para atajarla y un sistema judicial desnortado, responsable de la impunidad desde los tiempos en que Arizmendi rebanaba apéndices con escolta oficial.

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La Constitución consagra la división de poderes, el sistema federal y una amplia gama de derechos, pero ni la impecable dictadura del PRI, ni el conservadurismo del PAN, ni el batiburrillo ideológico de MORENA pueden con los cánceres de la arbitrariedad y la corrupción, que pervierten a los servidores públicos, minan la calidad de las leyes y disocian los reglamentos. Las autocracias se acompañan de legislaciones a gusto del déspota. No es el caso de la Nación azteca, comprometida con la democracia y la limitación de mandatos, pero alejada de un verdadero Estado de derecho porque derechos que son de todos, la vida, la propiedad y la libertad, se vulneran sin que los tribunales castiguen a los infractores.

México tiene 50 millones de pobres y un pavoroso déficit de fiscalías capacitadas para investigar delitos y actuar contra los cárteles de la droga. Semanas antes de que el hijo del Chapo Guzmán fuera liberado a tiros en Culiacán, un celestino negociaba el suministro de mujeres a un capo de Jalisco encarcelado. Le decía a la seleccionada que iba a estar súper bien en el penal porque su comprador vivía como en una suite, con lacayos y chef. De lujo, chiquita. Un rey. Guapo, guapísimo. Ya verás. El delincuente, de recreo, y la sociedad, en la ciénaga de la inseguridad, resignada a la obsolescencia de las leyes y al fracaso de las policías municipales, estatales y federales que debieran protegerla.

Buena parte de los latinoamericanos devalúan la democracia, y abrazarían al tirano que les garantizase amparo y paz. López Obrador ganó las elecciones ofreciendo justicia social y decencia. Casi un año después, los arsenales y descaro del hampa en Sinaloa evidencian la fragilidad del Estado de derecho y la vacuidad de las promesas presidenciales.

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