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EN CONCRETO
Columna
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Aguililla o el discurso como método

Cada día es más evidente que las palabras no van a transformar por sí mismas la realidad que nos gustaría modificar, ni la que quisiéramos establecer

José Ramón Cossío Díaz
La camioneta de los policías atacados, tras ser incendiada en Michoacán.
La camioneta de los policías atacados, tras ser incendiada en Michoacán. Armando Solís (AP)

Apenas 48 horas después de la masacre, Aguililla muestra cabalmente lo mal que van las cosas en materia de seguridad pública. Los policías son emboscados y muertos a mansalva, sin ningún tipo de apoyo logístico o de inteligencia. Sus unidades de transporte son quemadas por completo, como una forma de mostrar la más completa superioridad numérica, de fuego y de dominio sobre el territorio. Los mensajes de apoyo a la corporación se escamotean, al extremo de tener a sus elementos como una especie de ejército policial de reserva.

De lo ordinario de los hechos, los señalamientos pasan, casi imperceptiblemente, a identificar la posibilidad de fáciles sustituciones. Poco se advierte que los policías no estuvieron en un combate frontal. Que fueron emboscados, y que ello sucedió no cuando perseguían a alguien, sino cuando iban a cumplir una orden judicial. Su muerte se diferencia de otras por haberse dado al quererse imponer algo de Estado de derecho. Su muerte no solo es grave por lo que en sí misma implica, sino también por haberse truncado la posibilidad de imponer la existencia de las normas con las cuales se quiere imponer cierta racionalidad a la cotidiana convivencia social. Los mensajeros del derecho fueron exterminados y, con ello, su mensaje.

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Aguililla muestra lo mal que se hicieron las cosas en materia de seguridad en el pasado. Esto, sin duda, es irrefutable. Pero también nos permite saber lo mal que se están haciendo en el presente. Sobre el pasado hay una crítica abierta, la identificación de errores, de corrupciones y de incapacidades. Del presente, no hay nada de ello. Lo único que existe es el trillado y ya cansón señalamiento de lo mal que recibieron las cosas quienes hoy son Gobierno. Tampoco hay autocrítica ni el mínimo balance de lo que en los meses transcurridos se ha hecho mal o dejado de hacer. No hay un diagnóstico de lo avanzado y de lo por avanzar. Se siguen repitiendo las más básicas condiciones del mal hacer del Gobierno anterior, solo que con un discurso nuevo. Con un arropamiento discursivo algo distinto que, sin embargo, conduce a lo mismo. Mucho Ejército desplegado en las calles, directamente o bajo las siglas de una Guardia Nacional que se mantiene en precarísimas condiciones de operación. La ilusión de que el despliegue de fuerza sin labor de inteligencia de por medio resolverá, por sí mismo, muchos de los problemas. El total abandono a las policías locales al tenérseles como fuente de males o, de plano, como parte de la delincuencia misma.

Lo único que de nuevo hay es la idea de que el discurso, una vez más, constituye y constituirá realidad. Que lo dicho sobre paz, pacificación, recuperación de espacios, invitaciones o modalidades semánticas parecidas, tiene la capacidad de transformar la realidad. De esto ya nos hemos dado cuenta todos. Cada día es más evidente que las palabras no van a transformar por sí mismas la realidad que nos gustaría modificar, ni la que quisiéramos establecer. Lo que no había quedado tan claro, pero lo está siendo cada vez más, es que las palabras pronunciadas encierran, también, el método mismo de diagnóstico y acción. Que aquello que se dice no solo pretende transformar, sino que encierran el modo en el que se quiere transformar.

Una cosa es expresar un deseo y otra poner los medios para alcanzarlo. Cuando el presidente de la república afirma que quiere la paz, nos transmite un mensaje de esperanza que, uno supondría, vendrá acompañado de acciones concretas por realizar. Cuando se piensa que la sola invocación va a transformar la realidad, las cosas se complican un poco más. Pero cuando se asume que en el mero decir está contenido tanto el diagnóstico como el plan mismo de acción, es decir, la totalidad del fenómeno que quiere corregirse y las formas para hacerlo, las cosas están ya en otro nivel. El discurso presidencial puede expresar el método, siempre que asuma lo que este es. Un conjunto de objetivos y pasos, reglados y ordenados, para alcanzarlos. Si, por el contrario, se piensa que en el decir está el hacer, que querer es poder o alguna otra fraseología motivacional semejante, muchas más aguilillas habrán de sobrevenir.

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