Una (otra) piedra en el estanque vaticano
En la era del correo electrónico es imposible que una incursión policial en la Santa Sede pase desapercibida. Ni sus consecuencias.
Tirar una piedra en un estanque siempre tiene consecuencias, aunque a menudo en la superficie apenas se noten más allá de unas pocas ondas. Cuando se arroja un pedrusco los efectos se multiplican. Y un pedrusco es lo que arrojó la gendarmería vaticana –la policía de la Santa Sede—cuando a principios de este mes sus agentes, fuertemente armados, irrumpieron en las dependencias de la Secretaría de Estado y en las de la Autoridad de Información Financiera. Gritos, carreras y trabajadores encañonados en una escena que poco tiene que ver con los solemnes, plácidos y silenciosos pasillos vaticanos, con sus correspondientes monseñores hablando en susurros, a los que nos tienen acostumbrados la literatura y la filmografía. Los agentes identificaron a los trabajadores y requisaron numerosa documentación tanto en papel como en ordenadores. Todo en el marco de la investigación sobre la compra de un inmueble de lujo en el distrito de Mayfair en Londres cuya financiación no estaba clara. Horas después, el Papa –soberano absoluto— introdujo en la justicia vaticana –técnicamente lo nombró presidente del Tribunal de Primera Instancia de la Ciudad del Vaticano— al magistrado siciliano Giuseppe Pignatore, que ha labrado su reputación en investigaciones contra la Mafia.
Hasta aquí las ondas, que no son pocas, en la superficie. Lo interesante es lo que sucede debajo del agua. Cinco funcionarios fueron suspendidos y sus nombres y rostros enviados en un PDF a los puntos de acceso a la Ciudad del Vaticano con la orden explícita de impedirles el paso salvo para visitar los servicios médicos. Como no podía ser de otra manera en este mundo del email descontrolado, el PDF –que ciertamente tenía un aire a los “se busca” del Oeste– acabó más allá de sus destinatarios originales. A los nuevos receptores no les pasó desapercibido que uno de los funcionarios bloqueados era nada menos que el responsable de la Autoridad de Información Financiera, un organismo crucial para poner orden en las finanzas vaticanas, señaladas repetidamente en las últimas décadas en los circuitos financieros y organismos económicos internacionales tanto por su opacidad como por la peligrosidad de algunas de las personas de fuera del Vaticano que operaban con ellas. El resultado es que ayer dimitió el jefe de la policía –y de los servicios de información—, Domenico Giani. Poniéndolo en otra perspectiva, es como si en EE UU dimitieran a la vez el director de la CIA y el FBI.
Hay muchos factores que entran en este juego. Incluyendo algunos que parecen secundarios pero tienen su miga como, por ejemplo, la progresiva asunción de funciones de seguridad militar de una gendarmería que siempre fue la hermana pequeña de la Guardia Suiza. Mientras, el Papa tiene que desdoblarse para, además de dar al César lo que es del César, dar a Dios lo que es Dios, que también tiene su aquel. El estanque está de todo menos apacible. En realidad nunca lo ha estado, pero eran otros tiempos. Ahora las piedras llueven en forma de correos electrónicos.
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