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La soledad y el declive de Margaret Thatcher

Una biografía describe a la política británica como “calculadora, pero con principios; con una mirada de hielo y un corazón cálido”

Margaret Thatcher, en Chequers en septiembre de 1993.
Margaret Thatcher, en Chequers en septiembre de 1993.Jeff Overs (BBC News & Current Affairs via Getty Images)
Rafa de Miguel
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En los últimos años de su vida, Margaret Thatcher visitaba de vez en cuando la casa de campo de uno de sus muchos admiradores. Se sentaba sola frente a un cuadro victoriano llamado The Leamington Hunt que representaba una escena de caza con decenas de sabuesos. La Dama de hierro contaba una y otra vez los perros. La repetición tenía un efecto terapéutico en una mujer de más de 80 años cada vez más derrotada por la demencia senil.

El periodista y escritor Charles Moore, director en su día de The Daily Telegraph —la Biblia del conservadurismo británico más duro— ha terminado el tercer volumen de su monumental biografía de Thatcher. Herself Alone (Ella a Solas) es un relato, quirúrgico en su precisión, del golpe interno en el Partido Conservador que derribó a la primera ministra que más huella dejó en el Reino Unido del siglo XX. Pero esa es ya una historia mil veces contada, cuyas versiones interesadas nunca concluirán en una síntesis definitiva. Moore, por ejemplo, se suma a la propia tesis de la Dama de hierro que coloca en el centro de la conspiración a su ministro de Economía y luego sucesor, John Major. Es probable que más que una conspiración, su caída fuera el desenlace inevitable de una dirigente cada vez más encerrada en sí misma, más ajena a la realidad de su partido y más alejada de un sentir popular del que, tiempo atrás, había sido intérprete exquisita.

Es la última parte del libro la que desgarra hasta al lector más contrario al personaje. No tanto, quizás, como para comprar sin escepticismo la descripción que Moore hace de ella —“agresiva, pero amable; ruda y educada; calculadora, pero con principios; con una mirada de hielo y un corazón cálido”—. Pero con un contenido trágico ante el que es imposible no sentir compasión.

Margaret Thatcher, regresó al 10 de Downing Street, para asistir a la inauguración de su retrato en 2009.
Margaret Thatcher, regresó al 10 de Downing Street, para asistir a la inauguración de su retrato en 2009.REUTERS

Cuando Thatcher abandonó el número 10 de Downing Street, la residencia oficial de los primeros ministros y su lugar de trabajo, había pasado allí los 12 años más intensos de su vida madura. Salió sin amigos, arruinada, incapaz de manejar un control remoto de televisión (una de las novedades de la década) y sin entender cómo podía dejarse un mensaje telefónico en un contestador automático. Aislada en su domicilio de Dulwich, cuenta Moore cómo, en su desesperación, llamó a quien durante años había sido su secretario particular, Charles Powell, para decirle que no tenía agua caliente. Cuando Powell le sugirió que llamara a un fontanero, la política le explicó que no sabía cómo hacer eso. “Pruebe con las páginas amarillas”, le sugirió su fiel aliado. Imposible. Powell tuvo que desplazarse hasta allí y solucionar él mismo el problema.

Hubiera podido hacerlo su hijo Mark, pero la relación entre ambos se había vuelto inexistente. La ayuda que en su día le proporcionó para impulsar sus negocios con el mundo árabe se convirtió en constante fuente de escándalo político y acabó en un desencuentro definitivo. Con su hija Carol, la relación nunca fue buena, y a punto estuvo de desheredarla cuando reveló al mundo que su madre había emprendido un viaje hacia el olvido con sus primeros síntomas de demencia senil. Su nieta Amanda recuerda cómo, cuando tenía cinco o seis años, su abuela se sentó junto a su cama para contarle un cuento de buenas noches. Inadvertidamente, acabó disertando consigo misma en voz alta sobre las razones por las que condujo al Reino Unido a una guerra contra Argentina por las Islas Malvinas. “¿Entendía por qué era tan importante para nuestro país reclamar ese territorio? ¿Tenía claras las razones por las que nuestras tropas debían permanecer allí una vez hubiera concluido el conflicto?”, se preguntaba Thatcher ante el pasmo de la pequeña.

Su marido, el hombre que durante años fue su más firme apoyo, comenzó a volar por libre. Denis dedicó sus días al golf y otras pasiones, y resucitó una extraña amistad con Mandy Rice-Davies, una de las dos mujeres, junto a Christine Keeler, que protagonizó en los años sesenta el "escándalo Profumo".

Denis murió pocos años antes que su esposa. Thatcher se consumió en la recta final en una soledad absoluta. La política que marcó el carácter con el que el Reino Unido entró en el siglo XXI (no se puede entender a Tony Blair sin entender su fascinación por ella) pasó su última noche viendo Songs of Pray, un clásico programa de himnos religiosos de la BBC, y repasando viejas fotos de cachorros de perro.

Thatcher vivió para la política y fue incapaz de realizar una transición suave hacia la vida ordinaria. Anclada en un pasado que ella fue capaz de forjar contra todos los elementos, no pudo ni supo encarar el futuro. Sus memorias, Los Años en Downing Street, siguen las más vendidas por un ex primer ministro. Un millón de ejemplares, frente a los poco más de 30.000 de Tony Blair. Thatcher quedó fijada como una leyenda odiada o reverenciada por los británicos, mientras el ser humano de carne y hueso languideció en un triste olvido.

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Sobre la firma

Rafa de Miguel
Es el corresponsal de EL PAÍS para el Reino Unido e Irlanda. Fue el primer corresponsal de CNN+ en EE UU, donde cubrió el 11-S. Ha dirigido los Servicios Informativos de la SER, fue redactor Jefe de España y Director Adjunto de EL PAÍS. Licenciado en Derecho y Máster en Periodismo por la Escuela de EL PAÍS/UNAM.

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