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Columna
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Potencial de chantaje

La primera impresión de enfado ante el fracaso de la coalición debe ser revisada y sustituida por la de alivio

Enrique Gil Calvo
Pablo Iglesias este domingo en la cuadragésimo segunda edición de la fiesta del PCE en Rivas Vaciamadrid.
Pablo Iglesias este domingo en la cuadragésimo segunda edición de la fiesta del PCE en Rivas Vaciamadrid. David Fernandez (EFE)

La nueva convocatoria electoral se inicia bajo un clima de opinión netamente antipolítico, que culpa a los líderes de los partidos del fracaso en la formación de Gobierno. De ahí el repunte del rechazo a la clase política que registra el CIS. Y ese clima de desafección se dirige en particular contra el presidente en funciones, con acusaciones coincidentes tanto de los triunviros de la derecha como del “socio preferente” Pablo Iglesias, que se hace el inocente virtuoso. Sin embargo, creo que esa primera impresión de enfado ante el fracaso de la coalición debe ser revisada y sustituida por la de alivio.

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Disolver esta legislatura era una opción tan constitucional y legítima como tratar de evitarlo negociando una coalición, pues en democracia convocar a las urnas nunca es un sacrificio. Mientras que pactar con UP, que era lo que parecía más fácil, hubiera podido ser un error (y por eso Rivera empujaba a Sánchez a cometerlo), pues el Gobierno nacido de ese parto hubiera sido más vulnerable, por dividido, a las crisis por venir (sentencia catalana, Brexit, etcétera) que el actual en funciones. Menos mal que, finalmente, el veleidoso Sánchez supo evitar semejante tentación y, resistiendo el unánime coro de voces que le animaban a emprender la aventura, optó por renunciar a la coalición.

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Y desde entonces se han producido nuevos hechos que confirman su acierto. Uno es la nueva insurrección figurada del Parlament que, ante la detención del piquete de artificieros ERT, ha representado un ensayo general del tsunami de desobediencia civil e institucional que pretende escenificar cuando se haga pública la sentencia del procés. Y a ese auto de fe unilateralista se ha sumado ERC (con la abstención de los comunes: el que calla otorga), que tenía la llave del abortado Gobierno de coalición PSOE-IU. Y el otro hecho todavía más significativo es la botadura del nuevo proyecto de Íñigo Errejón, expresamente dispuesto a apoyar un Gobierno de progreso, lo que ha contribuido a definir por contraste la naturaleza de UP.

Aplicando la clásica distinción de Sartori, Más País se presenta como un partido con “potencial de coalición”; mientras que, a la luz de los precedentes, Podemos ejemplifica al partido con “potencial de chantaje”, caracterizado por su capacidad de veto. Y esta misma disyuntiva es la que centró el debate en la asamblea de Vistalegre II, cuando los errejonistas apostaban por reforzar el potencial de coalición de Podemos y los pablistas lograron imponer su potencial de chantaje. Aunque UP no es el único “partido del chantaje” (concepto que Sartori tomó de Downs), pues también lo son ERC y Ciudadanos. Y esos son los mimbres con los que Sánchez tendrá que armar su próxima investidura, tras haber aprendido la lección de que aceptar la extorsión de un chantajista jamás conduce a nada bueno.

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