Qué me pasa, doctor: no soporto a mis amigos en Instagram y no sé cómo decírselo
Es el caso de personas estupendas que trasladadas a las dos dimensiones de la pantalla del teléfono móvil resultan irritantes
Las redes sociales me tienen últimamente hecho un lío. Y no es por ellas, es por mí. He caído en la cuenta de que hay mucha gente analógica, o sea de carne y hueso, que me cae genial, pero cuya personalidad digital ya no trago. No puedo con ellos.
Cuando alguien me comenta lo majo que es mengano, estoy tentado de responderle que eso es porque no le sigue en Twitter o que tendría que ver lo tonto que se pone en Instagram
De momento, el caso contrario no se ha dado, lo que también es lógico porque no tengo por costumbre seguir a mostrencos a los que no soporto en vida. Volviendo a lo primero, es como si fueran dos personas distintas. Amigos estupendos con los que llevo años teniendo cosas en común y grandes momentos compartidos que, trasladados a las dos dimensiones de la pantalla de mi teléfono móvil, a mi yo de toda la vida le resultan irritantes (unos cuantos) o perfectamente odiosos (muchos, de verdad).
Cuando alguien me comenta lo majo o buena gente que es mengano, estoy tentado de responderle que eso es porque no le sigue en Twitter o que tendría que ver lo tonto que se pone en Instagram. No lo hago, claro, porque está feo hablar mal de la gente, sobre todo cuando en realidad ni siquiera existe.
Tampoco me atrevo a dejar de seguirlos, no vaya a ser que se den cuenta y se ofendan, porque ahí, claro, la ofendida no es la personalidad más o menos ficticia, sino su creador. También podría darme de baja de las redes, pero eso en los tiempos que corren es morir un poco, un sucidio digital en toda regla que tampoco me conviene. Aunque quizá sea lo mejor, porque, ahora que lo pienso, ¿a cuánta gente que conozco le caeré virtualmente como el culo?
La vida digital es un sinvivir. Nunca mejor dicho.
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