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Greta Thunberg: vais a morir todos

Tiene 16 años y una misión: salvar el planeta. No es SU culpa que hayamos llegado hasta este punto

Greta Thunberg conteniendo las lágrimas al hablar en la Cumbre de Acción Climática 2019 que se celebró antes del debate general en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Fue el 23 de septiembre de 2019 en Nueva York.
Greta Thunberg conteniendo las lágrimas al hablar en la Cumbre de Acción Climática 2019 que se celebró antes del debate general en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Fue el 23 de septiembre de 2019 en Nueva York.Foto: Getty

Cuando alguien se sube a un estrado y, con la más frágil de las dulzuras, suelta eso de “me llamo Greta Thunberg, tengo 16 años, vengo de Suecia y quiero que sientas pánico”, justo es reconocerle que tiene una carta de presentación tan inmejorable que Chucky y la muñeca Annabelle se astillarían las articulaciones por haberla acuñado. Pero lo que no es justo, sin duda, es convertir a esta precoz candidata al Nobel de la Paz en diana de los más feroces linchamientos mediáticos dispuestos a ver al lobby feroz de las energías renovables asomando las orejas tras su perfil de icónica caballera sin espada, movida por un idealismo que hubiese aplaudido el mismísimo Frank Capra.

De alguna manera, lo de lanzar mensajes que sacuden al receptor le viene de casta. Mucho antes de que a Bolsonaro se le quemara una selva amazónica supuestamente sin querer, la Madre Tierra tampoco tenía el punto G para farolillos. Corría el año 1963 y aunque la catástrofe ya empezaba a ser, también, ecológica, lo que por aquel entonces convertía el silencio de Dios en algo especialmente retumbante era la guerra de Vietnam, la feroz lucha por los derechos civiles y otros conflictos surtidos.

Greta es una voz llena de encanto, un rostro adorable y una mente focalizada en el tema más urgente en todas las agendas que contemplen un futuro compatible con la vida

Ingmar Bergman intentó canalizar su crisis de fe en una película titulada Los comulgantes, en cuyo tramo final aparecía un organista que aliviaba con un consejo humanísimo y vitalista a los atormentados protagonistas: un sacerdote y su examante. El organista era Olof Thunberg, el abuelo de Greta Thunberg. Y resulta casi de justicia poética que el inconfeso remake que Paul Schrader hizo de la película de Bergman –El reverendo (2017)– pusiese el acento, precisamente, en el cambio climático.

Greta es una voz llena de encanto, un rostro adorable y una mente focalizada en el tema más urgente en todas las agendas que contemplen un futuro compatible con la vida. Si bien su ética compromete su velocidad –¡qué largos son los viajes en barco!–, Greta tiene otros superpoderes: ojalá se cuente entre ellos el de materializar casas en llamas en algunas de las cabezas más tóxicas que comandan el planeta.

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