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Columna
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Los ‘versalleses’ y los ‘comuneros’

Las suspicacias en el seno de la izquierda desdibujan sus valores

José Andrés Rojo
Monumentos de Lenin, reunidos en el museo del realismo socialista en Frumushika-nova, en la región de Odessa (Ucrania).
Monumentos de Lenin, reunidos en el museo del realismo socialista en Frumushika-nova, en la región de Odessa (Ucrania).GLEB GARANICH (REUTERS)

En el prólogo a las ediciones francesa y alemana de Imperialismo: fase superior del capitalismo, que Vladímir Ilich Lenin firmó el 6 de julio de 1920, echaba pestes sobre “un puñado de países excepcionalmente ricos y poderosos” que se dedicaban a saquear el mundo entero. Lo que le servía para subrayar, además, que se dedicaban a corromper a “la capa superior de la aristocracia obrera”. Se refería a la Segunda Internacional y decía que los que allí estaban eran “verdaderos agentes de la burguesía en el seno del movimiento obrero” (el subrayado es suyo: quería dejarlo meridianamente claro). “En la guerra civil entre el proletariado y la burguesía se colocan inevitablemente, en número considerable, al lado de esta, al lado de los versalleses contra los comuneros”.

La observación la hizo Lenin hace casi una centuria, pero la vieja sospecha de que hay ovejas negras en las filas de la izquierda sigue intacta en el siglo XXI. Eso es, por lo menos, lo que se infiere del argumento que defendió Podemos durante las negociaciones que tuvieron con los socialistas para formar un Gobierno de coalición: si no estamos ahí para vigilar, estos se pierden. Ese fue el mensaje, sin que explicaran nunca con claridad (ni unos ni otros) cómo conseguirían el resto de apoyos para lograr la investidura de Pedro Sánchez: porque sumar, no sumaban.

El mundo ha cambiado mucho desde aquella época en la que Lenin denunciaba a “los lugartenientes obreros” de la clase burguesa. Lo hacía, además, dando por hecho que el capitalismo estaba moribundo, y animaba al movimiento comunista a prepararse ante la inminente revolución social. No parece que las cosas salieran tal como Lenin las había previsto, y, sin embargo, permanecen intactos algunos de sus dictámenes. Se han convertido en mitos, y a ver quién discute esa enorme ficción que sostiene que, por un lado, están los que defienden con fervor las causas de los desfavorecidos, y que, por otro, solo hay una serie de tipos blandengues que suelen rendirse ante los caprichos de los poderosos.

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El historiador marxista Eric Hobsbawm, al ocuparse del surgimiento del movimiento obrero a principios del siglo XIX, subrayaba que lo que deseaban los que lo estaban pasando mal era “respeto, reconocimiento e igualdad”. La izquierda se impuso la tarea de hacer lo posible para que lo consiguieran. En esta época en la que las cosas se están poniendo realmente feas para tanta gente, luchar por el respeto, el reconocimiento y la igualdad de cuantos se ven postergados y marginados y pasan hambre y no consiguen encontrar trabajo sigue siendo una tarea pendiente de la izquierda. De cómo conseguirlo tenían que haber tratado el PSOE y Unidas Podemos.

Lo que hicieron, en cambio, fue lanzarse paquetes de medidas (como si se tiraran piedras). Unos pusieron 290 y los otros les respondieron con 370. Una gratuita exhibición de músculo que nunca tuvo el menor sentido. Mucho antes que entrar en el detalle, lo lógico era que se hubieran sentado para tantear cuánto en común tenían para enfrentarse juntos a los cuatro grandes asuntos con los que España tendrá que lidiar antes o después: la desigualdad, Europa (y el Brexit), Cataluña y la desaceleración.

No lo hicieron. Más bien, airearon sus suspicacias y sus desconfianzas, y terminaron representando un burdo sainete con una única coda: ni respeto, ni reconocimiento, ni igualdad, todo eso nos importa un rábano. Un terrible mensaje para los votantes de izquierda.

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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