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Lo que enseña sobre el alma humana un cerebro agujereado

Sam Kean recuerda en un libro a las víctimas de guerras y accidentes que sirvieron para comprender el funcionamiento del cerebro humano

Phineas Gage junto a la barra que le atravesó el cerebro y cambió su personalidad
Phineas Gage junto a la barra que le atravesó el cerebro y cambió su personalidad

Solemos creer que sabemos quiénes somos e incluso que sabemos quiénes son los que nos rodean. Y, probablemente, casi todos creemos que esa forma de ser, con pequeños matices, será la misma para toda la vida. Es probable incluso que haya quien crea que esa personalidad está inscrita en un alma inmortal que perdurará cuando el cuerpo se pudra. La historia de un número desconocido de mártires involuntarios de la ciencia sugiere, sin embargo, que estas creencias son, probablemente, erróneas.

El estudio de lesiones cerebrales muestra que la identidad de un individuo no es eterna y que depende de la integridad de un órgano más bien frágil. El paciente más famoso de la historia de la neurología, Phineas Gage, un trabajador del ferrocarril de EE UU que vivió a mediados del siglo XIX, fue un hombre admirable durante sus primeros 25 años de vida. De pronto, un día, mientras trabajaba, una explosión convirtió en un proyectil una barra de hierro que le atravesó la cabeza de abajo arriba, saliendo por la parte superior de su cráneo y cayendo a más de 20 metros de distancia.  No perdió la conciencia en ningún momento y una cirugía de urgencia le salvó la vida. Pero según decían quienes le conocían, Gage ya no era Gage. Se volvió inestable, no sabía controlar sus impulsos y perdió su trabajo.

Un cirujano observó que el pene podía seguir produciendo orgasmos después de amputado

Gage es uno de los protagonistas de Una historia insólita de la neurología, el libro de Sam Kean que se ha editado recientemente en español en el que el escritor recuerda cómo mutilados de guerra y víctimas de enfermedades terroríficas han servido para entender cómo funciona nuestro cerebro. Como dice Kean al final de su historia, las tragedias de todas esas personas nos han enseñado que cada atributo psicológico tiene una base física y una lesión desafortunada puede hacernos perder cualquier rasgo de nuestro repertorio mental, por sagrado que parezca.

Uno de los pioneros de la neurología, el cirujano Silas Weir Mitchell, trató a cientos de mutilados durante la Guerra de Secesión estadounidense. Allí pudo observar que el 95% de los soldados que perdían un miembro experimentaban el fenómeno de las extremidades fantasma. Su análisis permitió concluir que el cerebro tiene una representación mental de todo el cuerpo y que esa percepción puede durar mucho tiempo después de que las cosas hayan cambiado. Además, observó que no todas las partes del cuerpo reciben la misma cantidad de recursos neuronales. “Los pacientes sentían miembros fantasmas en la parte superior del cuerpo de forma más vívida que los de la parte inferior y sentían fantasmas en las manos, en los dedos de la mano y en los dedos del pie de un modo más agudo que en las piernas u hombros”, escribe Kean. En una especie como la humana, en la que la finura en el movimiento de los dedos es clave para crear y manejar la tecnología, el cerebro les ha dedicado una mayor cantidad de recursos. Pero sucede algo parecido con los labios. Mitchell observó también que el pene, otro de los órganos privilegiados por el cerebro, podía seguir produciendo orgasmos después de amputado.

El hecho de que existan miembros fantasma muestra hasta qué punto el cerebro puede recrear una realidad que no existe, pero la memoria, un rasgo fundamental de la identidad, ofrece casos aún más dramáticos. Como en el caso anterior, la guerra, en este caso los combates por Singapur durante la Segunda Guerra Mundial, ofreció sujetos de investigación para comprender parte del funcionamiento de la mente. Sometidos a una dieta pobre de arroz refinado, miles de soldados contrajeron el beriberi, una enfermedad carencial que provoca problemas cardiacos, tics o anorexia, y que, además, convierte a quienes la sufren en mentirosos. Los científicos identificaron la causa de esta dolencia en un déficit de vitamina B1, un elemento que sirve para extraer energía de la glucosa, el combustible del cerebro, y que además produce algunos neurotransmisores. Entre otros síntomas, observaron que los pacientes se convertían en fabuladores. Si le preguntaban a uno si había estado cabalgando junto al doctor en un corcel negro, el enfermo aseguraba que efectivamente así había sido y creaba una historia para darse credibilidad, pese a que jamás había tenido esa vivencia.

Muchos soldados con déficit de vitamina B1 sufrían problemas de memoria y se convertían en mentirosos

Tal y como comenta Kean, la sola falta de un nutriente puede cambiar la personalidad de un soldado, pero ese fenómeno también sirve para explicar cómo funciona una parte de la memoria. Como han mostrado muchos otros estudios, la memoria no es un sistema de registro objetivo de la realidad. Se trata de una herramienta más que contribuye a la supervivencia y para los humanos una parte importante de la vida es tener un relato coherente y que nos deje en buen lugar. Si a una persona con la memoria dañada, como sucede con los alcohólicos o los enfermos de beriberi, se le pregunta por sus hijos, el paciente puede pensar que es mejor inventarse algo que reconocer que no recuerda si tiene alguno. “Quizá lo más importante sea que sentimos que debemos salvar nuestro honor [...], ya sea pasando por alto hechos inconvenientes o distorsionándolos”, escribe el autor.

A lo largo de libro, Kean describe personas que por una lesión pierden parte del lenguaje o comienzan a ver visiones sobrenaturales y otras que, por una infección, se ven privadas de su memoria a corto plazo y sienten que cada minuto descubren el mundo por primera vez. También recuerda a personas que durante años fueron ciudadanos normales y más adelante, por un cambio en su cerebro, pudieron convertirse en asesinos de un presidente de EE UU. Junto a estos ejemplos que hacen dudar sobre la solidez de la propia personalidad, Kean recuerda otros que ofrecen cierta esperanza sobre la resistencia de la mente humana. Soldados que perdieron el rostro en la batalla y consiguen mantener su yo más o menos intacto o ciegos que aprenden a visualizar el mundo a través de los ecos que les devuelven los golpes de su bastón. El cerebro es frágil, pero también considerablemente plástico y el yo, aunque quizá no sea eterno, no es tan fácil de destruir.

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