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Columna
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Los carteristas

No ha sido ninguna dictadura progre la que se ha llevado por delante la vida de seis personas y las pertenencias de muchas otras bajo el rigor de la última gota fría que golpeó el Levante español

David Trueba
Vecinos de la población alicantina de Dolores siguen con las tareas de limpieza e intentan retomar la normalidad.
Vecinos de la población alicantina de Dolores siguen con las tareas de limpieza e intentan retomar la normalidad.Manuel Lorenzo (EFE)

Cuando éramos jóvenes seguíamos en la televisión las noticias habituales sobre las temporadas del monzón en Asia. Nos sorprendía esa región del mundo que de manera irremediable recibía una descarga brutal de agua concentrada en algunas semanas. Los muertos se contaban por cientos y determinadas regiones eran devastadas. Nadie hubiera pensado entonces que un fenómeno tan puntual se trasladara a nuestro país décadas después. Pero a eso se parece esta cadencia de lluvias incontroladas que nos visita ahora cada final de agosto y comienzo de septiembre. Hay miles de personas afectadas, muchas de ellas armadas de móvil grabador, y que cada día más adoptan el fatalismo zen de sus paisanos asiáticos. Al temporal se une la pésima política de conservación y de infraestructuras; en aras del negocio se tiende a ignorar que el impacto ecológico es de ida y vuelta. Tú agredes a la naturaleza y la naturaleza te devolverá el golpe con fiereza. Sin embargo, a raíz de los incendios devastadores en Canarias durante el verano pasado, el Senado español trató de pronunciarse con una declaración unánime de apoyo y solidaridad. El día de la votación, la unidad fue resquebrajada por un elegido para la Cámara que consideró una determinada frase inasumible. La frase en cuestión hacía referencia a los peligros del cambio climático y al senador le indignaba sumarse, según aclaró, al dictado de la dictadura progre.

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No ha sido ninguna dictadura progre la que se ha llevado por delante la vida de seis personas y las pertenencias de muchas otras bajo el rigor de la última gota fría que golpeó el Levante español. El terrorismo peligroso se esconde hoy bajo el negacionismo que abomina de la ecología, porque se está cobrando la vida y la salud de muchas personas. En esos mismos días, quizá sin el eco merecido precisamente porque llovía a cántaros en otra esquina del país, unos diputados han clamado para que la valla en Ceuta y Melilla se convierta en un muro infranqueable. Según ellos, los africanos que la saltan traen consigo enfermedades contagiosas muy peligrosas. Pero los únicos muertos por enfermedades han tenido más que ver con el envasado de carne de producción dudosa, negocio manejado en esta ocasión por empresarios ni demasiado escrupulosos ni demasiado amantes de la transparencia sanitaria. Sin embargo, así funciona la política del carterista. Te toca en la espalda, te señala una mancha en la camisa para poder robarte el móvil o el dinero sin que prestes atención.

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Y, para terminar la semana de charcos, un responsable de los editores de libros de texto escolares repitió la falsa leyenda de que en cada comunidad autónoma se explica una geografía y una historia al gusto del poder regional. Es cierto que la idea es apetecible para nuestros caciques locales, pero, como los mismos representantes del gremio de editores corrieron a declarar días después, esto no pasa. Es, por tanto, otro sueño húmedo de quienes, si no encuentran razones para su desasosiego, las inventan. Pero esta repetida mentira de la ESO fake funciona como denuncia. A cualquiera le encantaría confrontar sus convicciones contra argumentos, pruebas y razones. Lo terrible es comprobar que solo se esgrimen falsedades. Hay que animar a quienes sostienen posiciones distintas a armarse de datos veraces; no es tan complicado, basta observar, estudiar y trabajar con ahínco.

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