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Columna
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Mayoría de Gobierno

Hay un punto común entre la convergencia italiana y la que pudiera darse entre nosotros

Antonio Elorza
El primer ministro italiano, Giuseppe Conte, habla con el presidente español en funciones, Pedro Sánchez, en una imagen tomada en mayo en Bruselas.
El primer ministro italiano, Giuseppe Conte, habla con el presidente español en funciones, Pedro Sánchez, en una imagen tomada en mayo en Bruselas. Francisco Seco

Ha sido explicada con meridiana claridad la exigencia de un acuerdo entre PSOE y Podemos, y que esa prioridad tiene una fórmula que es el Gobierno de coalición. Acaba de producirse en Italia el acuerdo, en principio casi imposible, entre Movimiento Cinco Estrellas (M5S) y el Partido Democrático (PD), después de años de enfrentamiento, superando rivalidades personales y descalificaciones.

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Hay un punto común entre la convergencia italiana y la que pudiera darse entre nosotros. En ambos casos existe una razón de peso para el acuerdo: la necesidad de frenar la amenaza de la extrema derecha, inminente con la ofensiva de Salvini en Italia, a medio plazo en España con la recuperación previsible del electorado de PP-Cs-Vox de celebrarse nuevas elecciones, mientras la izquierda quedaría encerrada en un callejón sin salida. Y, a pesar de las diferencias registradas en los últimos tiempos, también había antecedentes de aproximaciones, más acusadas incluso entre PSOE y Podemos desde el triunfo de la moción de censura a Rajoy, en tanto que la posibilidad de un acuerdo M5S-PD se había barajado en Italia frente a Salvini ya tras las últimas elecciones, pero fue reventada personalmente por Matteo Renzi desde un popular programa de televisión, Che tempo che fa. Además, con registros bien diferentes, ambas formaciones proponían políticas de cambios, ahora conjugados.

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La cercanía es mayor entre PSOE y Podemos, y sin embargo, tal vez por eso los puntos de fractura son más claros, en la medida que el partido de Pablo Iglesias, con la coalición, exige una nueva distribución del poder, en la línea paleocomunista de coaligarse buscando suplantar al hoy socio mayoritario. Los defensores de la unión sin más deberían preguntarse por la significación de momentos tales como el rechazo de Iglesias en la investidura a la oferta recibida, tan ridículo como que el obstáculo eran políticas ya transferidas. Se trataba de imposición o muerte. Vale la pena leer el reciente “programa” procoalición, donde Podemos afirma que “el PSOE representa la reacción más conservadora”, así como antes Sánchez-Borrell-Calviño formaban parte de la “coalición neoliberal” de Merkel. Curiosa forma de tratar al inminente aliado, actitud que además enlaza con el reiterado propósito de desgastarle, visible en la acusación a Carmen Calvo, blanco preferido, por su difícil labor en el Open Arms. ¿Cómo compaginar en un Gobierno la concepción de “diálogo” de Sánchez con el referéndum y la mesa de “diálogo” de Iglesias?

Proximidad y abismo. Convendría mirar retrospectivamente al proyecto de Aldo Moro y Berlinguer en 1978, de integrar al Partido Comunista Italiano (PCI) en la mayoría de gobierno, con responsabilidades concretas, y con la mira puesta explícitamente en la coalición en caso de ser el balance favorable.

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