Septiembre
La naturaleza producirá las catástrofes consabidas, pero ninguna será tan grave como las que se generan en el cerebro de algunos líderes políticos
Cada verano que termina siempre es el último verano de nuestra vida, pero en septiembre comienza una y otra vez el año nuevo, según el cambio fundamental que se establece en el ciclo de la naturaleza. Si llueve largo y despacio en septiembre habrá una buena sementera, y de la misma forma que sembrador echa en el surco la semilla del cereal, que después de pudrirse germina bajo tierra, así sucede también con nuestros sueños. A fin de cuentas qué es la vida sino un juego de dados que se desarrolla, año tras año, entre la siembra del trigo y la siega, entre el despertar de los sarmientos y los alegres días de Baco que son las fiestas de la vendimia. Durante ese espacio de tiempo se crean el pan y el vino, que en nuestra cultura son el cuerpo y la sangre de Dios. Mientras una luz de moscatel se instala en la copa de los árboles, en septiembre se producen las migraciones de las aves, la berrea de los ciervos, el inicio del calendario escolar, la apertura del curso político y la puesta a punto de los rifles y escopetas para montar cacerías de animales. Pasan por el aire las aves hacia el sur y sus gritos se confunden con los que emiten en el recreo los colegiales, quienes también viajan hacia la Isla del Tesoro con el cofre del pirata en la mochila. Desde el fondo de la melancolía uno se pregunta qué placeres y desgracias, éxitos y fracasos nos deparará el destino este curso que empieza. En medio de la confusión política puede que la berrea de los venados y la caza de la perdiz roja se realicen en el Congreso de los Diputados. La naturaleza producirá las catástrofes consabidas, pero ninguna será tan grave como las que se generan en el cerebro de algunos líderes políticos, a los que están ligadas como una maldición nuestras vidas. Llevados por este loco azar, ¿podremos cumplir acaso ese sueño que salve la cosecha de todo el año?
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