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navegar al desvío
Columna
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Los vencedores no saben vencer

Manuel Rivas

El feminismo, hoy, es el movimiento donde la libertad tomacuerpo, donde se percibe el acento de la verdad.

La primera fake news, filfa o mentira de difusión masiva apareció en un medio tan autorizado y prestigioso como es el Génesis y atañe al origen de la mujer, que habría nacido de una costilla del hombre. La teología más cabal interpreta hoy esa parte del relato mítico con el significado de una “unidad original”, la creación del ser humano, Adam, como varón y mujer. Pero el relato patriarcal quedó ahí en su literalidad y muy grabado en eso que llamamos subconsciente colectivo, con el estigma para la mujer de una posición subalterna. Todavía hoy, de vez en cuando, algún varón achulapado suelta la infausta sinécdoque: “¡Y aquí les presento a mi costilla!”. No, la culpa de la subordinación y de la historia dramática del género femenino no radica en esa primera fake news. Hubo muchas otras. Carros y carretas de patrañas, y no pocas veces en boca de los considerados más sabios.

Y sin embargo, en el propio Génesis, como ocurre en la gran literatura, el relato se libera de sí mismo, desequilibra y, más que cerrarse, nos deja en el enigma. Y la protagonista es Eva, la mujer. Es ella la activista de la desobediencia, la que toma la palabra y la que se atreve a probar el fruto del árbol del bien y del mal. Ese acto de desobediencia inaugura la libertad. Y el Dios del Antiguo Testamento, como inspirador del relato, podría decir lo que el escritor Isaac Bashevis Singer cuando le preguntaron si creía en el libre albedrío: “No tengo otra elección”.

Aquel castigo fue una bendición. Entre periodos de guerras, pandemias, pestes y exterminios, la humanidad y su salvaje compañía siempre conservó un secreto a voces: el paraíso está en la Tierra. En el mundo de hoy vivimos una angustia ambientalista que no se detiene en fronteras, como el humo de la Amazonia que oscurece el cielo de Buenos Aires. Todo está cada vez más envenenado y sometido al expolio y a la violencia catastral. Pero no sería acertado ponerle fecha al apocalipsis. En la época de los “alumbrados”, en Sevilla, la mayor celebridad fue el padre Méndez, con misas que duraban hasta 24 horas y sin que se moviese nadie. Hasta que profetizó el día de su muerte: sería el 20 de julio de 1616. Y ahí patinó. Pese a los rezos de toda Sevilla, el padre Méndez no se murió. Y un fraile guasón dijo: “Si no nos cumple la palabra, lo hemos de ahogar”.

No, no hay que ponerle fecha al apocalipsis. Hay que tomar la palabra, no dejarse paralizar por el miedo o el odio, y ponerle fecha, sí, a los objetivos y nombrar las causas y los responsables. Y nadie mejor, en cada catástrofe, en cada lugar, que la voz de las mujeres. Por una simple razón. Porque el feminismo, hoy, es el movimiento donde la libertad toma cuerpo, donde se percibe el acento de la verdad.

Una singularidad de la actual onda reaccionaria es que usa, conscientemente, la doctrina de las mentiras, el pensamiento grosero y el lenguaje intimidatorio. El estilo del macho vencedor. “Los vencedores no saben vencer”, dijo el aristócrata Villalonga cuando terminó la guerra española, y eso que él era un vencedor. Estamos en ese estilo bravucón. Los vencedores de hoy no saben hablar, solo insultar. Son las mujeres indígenas de la Amazonia las que mejor han desmontado las baladronadas de Bolsonaro. Son las feministas chinas, las cinco chicas detenidas por denunciar la discriminación en el capitalismo comunista, las que han desnudado al emperador Xi Jinping. Son la capitana del Sea-Watch 3, Carola Rackete, y la escritora italiana Michela Murgia, dos valientes entre tanto silencio, las que mejor han retratado al soez Salvini. Y si alguien ha puesto en el lugar que le corresponde, el de campeón chabacano, a Donald Trump, esa ha sido la capitana de la selección femenina de fútbol de Estados Unidos, Megan Rapinoe, que después de ganar el Mundial en París rechazó la invitación de ir a la Casa Blanca por considerar racista y xenófoba la política del anfitrión.

Y hay alguien que podría hablar por todas y por todos. Por indígenas, refugiados, migrantes, trabajadores empobrecidos, jóvenes precarizados, mujeres que sufren una guerra permanente, con miles de feminicidios, sobreexplotación y trata. Por la Madre Tierra. Podría hablar y lo hace, día a día, desde el 15 de abril de 1977, cuando una patota criminal secuestró a su hijo Carlos Gustavo, uno de los 30.000 detenidos-desaparecidos de la dictadura. El día 13 de septiembre, en Buenos Aires, el mundo de los derechos humanos homenajea a Nora, Norita, Morales de Cortiñas, cofundadora de las Madres de Mayo, 89 años con la esperanza en los dientes. 

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