Todos los Barbados están sobre la mesa
La nomenclatura chavista de los últimos 20 años se solapa ya con la lista de testigos protegidos del Departamento de Justicia gringo
Desde que Joe Valachi atestiguó contra Vito Genovese y la Cosa Nostra, allá por 1963, el toma y daca que entablan los llamados “testigos protegidos” con sus fiscales afianzó su dudosa moralidad en la estima del público y de Hollywood.
Para 1970, cuando entró oficialmente en vigor el programa del Departamento de Justicia estadounidense que ofrece el beneficio de conmutar un cargo por uno más leve o la reducción de una sentencia, a cambio de incriminarte a ti mismo y delatar a tus compinches, ya era pieza distinguida del instrumental de las agencias federales estadounidenses.
Hay muchos tratadistas del Derecho Comparado, gente toda muy docta, que en todo el mundo han condenado, con bien averiguados argumentos de filosofía moral, el recurso del testigo protegido, pero en la imaginación de un público como el venezolano, desmoralizado por la acción de todas las mafias y persuadido de que su sistema judicial no aguanta un cañonazo de calibre Odebrecht, nada supera en sublimidad al sueño de ver, digamos, a Diosdado Cabello abordar, debidamente esposado, un helicóptero Chinook de la DEA y que el “testigo protegido” que lo acuse sea, por ejemplo, el mismísimo Jorge Rodríguez.
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El desencanto y la méfiance de la justicia ordinaria local que desde siempre encapotan la región han deparado, lamentablemente, grotescos episodios, muchos de ellos sangrientos.
Las bombas de los extraditables colombianos de los años 80 y 90 del siglo pasado integran el mismo expediente al que hoy día pertenecen las sonadas deserciones de sanguinarios esbirros de la dictadura de Maduro, tales como la del general Manuel Chistopher Figuera. O las requisitorias de los 10 hombres más buscados por el FBI, en las que, desde la semana pasada, se reputa al vicepresidente venezolano Tareck El Aissami como narcotraficante de talla superlativa.
Los accidentes de la política venezolana —tan sin precedentes que puedan orientarnos— han llevado las cosas a un punto en que la nomenclatura chavista de los últimos 20 años se solapa ya con la lista de testigos protegidos del Departamento de Justicia gringo.
Gente toda que ha participado en los más nefandos asesinatos de estado, en la corrupción más Odebrecht y en el negocio narcomilitar.
Las masivas sanciones financieras y el retiro de las visas a los caimacanes de la dictadura, sus familiares y sus mascotas, sugieren que cada día que pasa son menos los lugares del planeta donde sus fortunas y ellos mismos puedan hallarse seguros. Sin embargo, lejos de flaquear, el régimen, o al menos sus voceros más audibles, se muestra más desafiante y numantino.
Paralelamente, los tribunales mercantiles estadounidenses, ya no solo los penales, fallan en juicios entablados por ansiosos tenedores de bonos y otros acreedores, atentos a que un inopinado cambio de régimen pueda dejarlos como al gallo de Morón: “Sin plumas y cacareando”.
Unida a todo ello, la encrespada controversia acerca de si el procurador del Gobierno Guaidó encarna o no un conflicto de intereses en el más gordo de esos juicios sobre el patrimonio petrolero nacional trasluce que el desenlace de este acto de la tragedia venezolana ya es también asunto de poderosos bufetes mercantiles internacionales y no solo de narcogenerales y agentes del G2 cubano.
Mientras tanto, la cancillería noruega se felicita de que dictadura y oposición, a la chita callando, hagan cosa permanente de los diálogos de Barbados. Y no solo Oslo, los mismísimos Elliott Abrams y John Bolton han moderado sus expresiones acerca de esas conversaciones permanentes.
En los mentideros del exilio venezolano en Miami, Madrid o Bogotá se barrunta elecciones parlamentarias, presididas por Maduro, aun antes que las ansiadas presidenciales en toda ley, vigiladas por la OEA y los Superhéroes Marvel.
La sorna criolla despacha “la opción TIAR” y las invocaciones al Comando Sur como cortina de humo para apaciguar a los partidarios de llamar a Tom Hanks y la Primera División de Infantería, esa que desembarcó en Normandía.
De todo esto andan ajenos los famélicos, mendicantes desplazados venezolanos con quienes en cada esquina topa uno en Colombia. Se acercan ya a los dos millones, solo en este país, todos es situación dolorosamente insostenible. Mientras crece la yerba de los tejemanejes de Barbados, sigue muriendo el caballo.
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