La epidemia de opioides de la que no se habla
Los analgésicos poco regulados están causando daños incalculables en África Occidental, pero un control más estricto podría tener consecuencias nefastas para los pacientes
Ayao* es un chico de 15 años alto y robusto. Como tantos jóvenes de su edad, cuida mucho su aspecto. Lleva una camiseta blanca con un colorido diseño en el pecho, pantalones blancos y chancletas Kappa. Disfruta dedicando esfuerzo a acicalarse el pelo, cortado con estilo. Está en su dormitorio de la humilde casa de ladrillo de una sola planta de su familia en Lomé, capital de Togo; se mira a un espejo diminuto y hace muecas de dolor cuando el peine se enreda.
Ayao trabaja para una empresa de venta de agua potable. Se levanta a las cinco para cargar los triciclos de transporte con los pesados paquetes de bolsitas de agua que luego distribuye a las tiendas de la zona. Esta mañana, antes de empezar, se toma dos pastillas blancas de tramadol de 225 miligramos, según indica el envase.
El muchacho lleva cuatro años tomando entre 450 y 675 miligramos de este medicamento casi cada día. La dosis máxima diaria recomendada por los médicos es de 400. "Con él tengo la sensación de que puedo hacer cualquier cosa. Nada parece imposible", cuenta. "Si no lo tomo, no tengo fuerza. No me encuentro bien". Después de ingerir el medicamento, habla a tal velocidad que tartamudea y se le traban las palabras.
El fármaco también tiene otros efectos. Puede actuar como un tranquilizante, pero si se toma por vía oral a dosis lo bastante altas puede producir una sensación eufórica estimulante similar a la de la heroína.
Los refugiados del norte de Nigeria lo utilizan para aliviar el estrés postraumático. En Gabón se ha infiltrado en los colegios con el nombre de kobolo, provocando que los niños sufran ataques en clase, mientras que en Ghana está de moda el baile del tramadol, cuyos movimientos como de zombi se inspiran en la manera en que se comportan quienes se colocan con el analgésico.
Diversos músicos de Sierra Leona, Togo y Nigeria han escrito canciones sobre el medicamento, que también goza de popularidad en Malí, Níger y Burkina Faso. Los combatientes de Boko Haram y el Estado Islámico toman tabletas de tramadol, razón por la cual se las conoce como píldoras de los yihadistas.
Sin embargo, dado que el fármaco solo tiene alrededor de una décima parte de la potencia de la morfina, se considera que la probabilidad de que cree adicción es baja. En consecuencia, no está controlado internacionalmente por Naciones Unidas. En lugar de ello, cada país tiene que establecer sus propias normas para su producción, importación, exportación, distribución y uso.
La eficacia de estas normas es irregular, y en el norte y el oeste de África y Oriente Próximo el abuso de la sustancia está generalizado.
El tramadol puede actuar como un tranquilizante, pero si se toma por vía oral a dosis lo bastante altas puede producir una sensación eufórica estimulante similar a la de la heroína
Cuando Ayao empezó a tomar tramadol todavía iba al colegio. Recuerda que se encontraba cansado constantemente, mientras que algunos de sus compañeros estaban siempre en buena forma. "Los veía y me preguntaba por qué reaccionaban tan deprisa". Uno de ellos lo llevó a ver a una mujer mayor que vendía dulces, galletas y medicinas en una tienda minúscula cerca de allí. Compraron varias pastillas verdes y así empezó la adicción de Ayao. Le gustaba la sensación que le producía el fármaco. "Me sentía ligero y a gusto en mi cuerpo", recuerda.
Pero la realidad no era tan sencilla. El comportamiento del chico cambió. "Empecé a portarme mal en clase", confiesa. Perdió el respeto a los profesores, y al final, una discusión por un corte de pelo que no se atenía a las normas acabó con su expulsión. No lo admitirán en ningún otro centro público, y no tiene dinero para uno privado.
Como ya no puede ir al colegio (aunque, estrictamente, a su edad es obligatorio), la mayoría de los días trabaja. Entre semana reparte agua, y los sábados ayuda a su padre, que es albañil. Los domingos sale a correr y, por la tarde, a veces juega al fútbol con otros chicos del barrio. Actualmente necesita tomar tramadol para poder realizar todas estas actividades.
Sus padres saben que consume el medicamento. "Si es para trabajar, puede tomarlo, pero si no, ni hablar", zanja su madre. Aunque piensa que es bueno si ayuda a su hijo a ganar dinero, le preocupa que dependa de él. "Destruye a las personas. Lo veo. La gente se vuelve loca y hace cosas estúpidas".
El padre de Ayao también trabaja como vigilante nocturno. Por eso compra las cápsulas azules de Ibucap —etiquetadas made in India y compuestas por ibuprofeno, paracetamol y cafeína— a uno de los incontables vendedores ambulantes de medicamentos que deambulan por las calles de Lomé. Las toma para aliviar los dolores que sufre después de una jornada de trabajo físico.
Para los padres de Ayao, tanto el tramadol como el Ibucap son medicamentos, y como no se consideran drogas como el cánnabis o la cocaína, no tienen la misma carga negativa. Ayao no es ni mucho menos el único que utiliza el tramadol con fines distintos de los médicos.
A unos cientos de metros de la playa cubierta de palmeras de Lomé, un hombre corpulento de mirada vacía holgazanea en la escalera de una tienda del Grand Marché. Cuando toma tramadol, una energía inhumana recorre su cuerpo como una flecha, cuenta, al mismo tiempo que señala un camión que pasa por la calle abarrotada. "Cuando un coche se acerca piensas que es un juguete que puedes coger tranquilamente con la mano, pero en realidad lo que se acerca es la muerte". Explica que ha sufrido más de una docena de ataques provocados por el fármaco.
Un conductor de mototaxi de 36 años cuenta que en una ocasión consiguió dejarlo durante tres meses. Le dolía todo el cuerpo
En otro barrio, todos los componentes de un heterogéneo grupo de conductores de mototaxi tienen alguna historia que contar. Hablan de que algunos compañeros chocaron con la moto sin siquiera darse cuenta de que estaban heridos porque no sentían dolor; de que pueden pasar un día entero sin comer; o de que mezclan el tramadol con bebidas energéticas, café instantáneo o sodabi, un licor de alta graduación destilado en la ciudad, para aumentar el efecto. Uno de los hombres pule obsesivamente su vehículo con un trapo y un cepillo de dientes. Aunque la moto ya centellea al sol, él sigue con la tarea. Quienes toman tramadol tienen un exceso de energía nerviosa y no pueden estar quietos.
Una trabajadora sexual que lo consume a diario desde hace dos años dice que le ayuda a atender a más clientes y a recorrer las calles toda la noche. Las pastillas de 225 miligramos ya no le hacen el mismo efecto que antes, pero no quiere aumentar la dosis. Ha visto lo que causa en otras compañeras. Algunas pierden el control, se ponen nerviosas y se pelean, mientras que otras se quedan dormidas mientras mantienen relaciones con un cliente. También sabe identificar cuándo los clientes están bajo los efectos del medicamento: "Están más cachondos y son más bruscos".
Las pastillas que toman estos consumidores con fines distintos a los médicos suelen ser de entre 120 y 250 miligramos, aunque hay quien habla de potencias de hasta 500. Compran blísteres sueltos a los vendedores ambulantes, pero también a las mujeres del mercado, a los traficantes y en los puestos de té y café de las calles por entre 250 y 500 francos (entre 35 y 80 céntimos de euro), dependiendo de la dosis. En Togo, el salario mínimo es de 35.000 francos (54 euros).
Un conductor de mototaxi de 36 años cuenta que en una ocasión consiguió dejarlo durante tres meses. Le dolía todo el cuerpo. "Fue una batalla mental, y la perdí", lamenta. Otros síntomas de abstinencia son la sudoración abundante, las dificultades para respirar, la ansiedad, los calambres de estómago y la depresión. Todas las personas de su entorno toman tramadol. Muchas quieren dejarlo, solo que no saben dónde encontrar ayuda.
En toda la zona, las escasas posibilidades oficiales que existen para los toxicómanos suelen estar integradas en los hospitales psiquátricos, pero el estigma que rodea al ingreso en una de estas instituciones es grande. Los afectados admiten que tal vez sean adictos, pero no son fous (locos).
Contrabando por doquier
En Togo, como en la mayoría de países, solo es legal la venta de tramadol con receta. Aunque hay farmacias que lo despachan sin prescripción médica, en África Subsahariana gran parte de la población compra las medicinas al margen de los canales oficiales. A menudo ni el vendedor ni el cliente saben realmente qué están vendiendo y comprando, sobre todo teniendo en cuenta que muchas veces las pastillas no contienen lo que dice la caja.
La causa es que la mayor parte del tramadol que se utiliza con fines distintos a los médicos no procede de fuentes farmacéuticas autorizadas, sino que se prepara a partir de píldoras sin licencia, falsificadas o de calidad inferior elaboradas originalmente en India y China, que luego se distribuyen de manera ilegal al norte y el oeste de África.
"Hemos visto cómo aumentaban las incautaciones de tramadol en varios países, sobre todo los costeros, como Benín, Ghana, Costa de Marfil y Nigeria. El fármaco suele entrar en la zona a través de ellos", explica Jeffery Bawa, oficial del programa para el Sahel de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD). En 2018, solo en Nigeria se incautaron 6.400 millones de tabletas de tramadol.
El cargamento se distribuye a la zona desde los puertos de África occidental. Según el Informe Mundial sobre Drogas 2018 de la ONUDD, África del norte, central y occidental representan el 87% de las incautaciones de opioides farmacológicos del mundo, hecho que obedece casi en su totalidad al tráfico de tramadol.
A pesar de que en el pasado se realizaron grandes decomisos de varias toneladas en los puertos de Togo, en los últimos dos años no se ha registrado ninguno a esa misma escala. Por el contrario, las redadas en el mercado y contra los vendedores ambulantes de medicamentos ilegales han aumentado, lo cual ha empujado el tramadol a la clandestinidad.
"Hemos empezado a atacar, a reprimir y a incautar los productos ilegales que venden las bonnes dames [las vendedoras del mercado], y el fármaco está pasando a circular clandestinamente", reconoce Mawouéna Bohm, subsecretario permanente de la Comisión Nacional Antidrogas. "Es decir, las bonnes dames lo venden a clientes a los que conocen bien y que, además, llegan con un código secreto".
África del norte, central y occidental representan el 87% de las incautaciones de opioides farmacológicos del mundo, hecho que obedece casi en su totalidad al tráfico de tramadol
Las anécdotas que se cuentan por la calle lo confirman. "El tramadol significa problemas", admite un vendedor ambulante de medicamentos en el Grand Marché. "Si la policía descubre que lo tienes, mal asunto". Todo el mundo se ha vuelto más reservado. Incluso Ayao dice que nunca compra más de una o dos pastillas a la vez. "No me conviene que la policía me pille con ellas", confiesa.
La mano dura ha tenido como consecuencia un fuerte aumento de los precios en los últimos meses. Si antes una cápsula de 120 miligramos costaba unos ocho céntimos de euro, ahora puede llegar a costar seis veces más. Las pastillas de 225 o 250 miligramos se venden hasta por 80 céntimos.
La vecina Ghana también ha tomado medidas para combatir el consumo de tramadol en sus calles a raíz de la intensificación del problema en 2017. Actualmente, el fármaco es una sustancia controlada a escala nacional. Además de endurecer la vigilancia policial, el país ha formado personal contra los delitos farmacéuticos en todo su territorio, de manera que "la policía intervenga contra los fármacos de imitación con la misma urgencia que lo hace cuando se trata de armas", explica Olivia Boateng, jefe del Departamento del Tabaco y Substancias Adictivas de la Autoridad para la Alimentación y los Medicamentos de Ghana. A través de campañas y actividades educativas, las autoridades ghanesas también enseñan a la población que se trata de una sustancia que tiene consecuencias para la salud. "Las valoraciones que estamos recibiendo dicen que el abuso del tramadol está descendiendo considerablemente", afirma Boateng.
Pero la corrupción, la permeabilidad de las fronteras y la libre circulación de personas representan un desafío en toda África occidental. Según Boateng, la mayoría de vendedores ambulantes de medicamentos detenidos durante la operación en Ghana procedían de Níger, Nigeria y Togo. "Transportaban el tramadol en motocicletas por rutas no autorizadas. También incautamos un camión que llevaba tramadol escondido en el cargamento de otros productos no farmacológicos".
Egipto se enfrenta a problemas similares, y en los últimos años ha sometido el analgésico a un estricto control nacional. Aun así, las incautaciones de tramadol sin licencia han seguido siendo importantes. En 2017, más del 60% de los pacientes atendidos en un centro público contra las adicciones todavía declaraban que era la sustancia que consumían con más frecuencia. En respuesta, el país pidió que el medicamento se controlase a escala internacional.
En África Subsahariana gran parte de la población compra las medicinas al margen de los canales oficiales
Sin embargo, en marzo de 2019 la Comisión de Estupefacientes de Naciones Unidas se negó a añadirlo a su lista de sustancias fiscalizadas, ya que le preocupaba que los controles internacionales dificultasen el acceso al fármaco a las personas de países de bajos ingresos que de verdad necesitan el analgésico.
Aparte de esto, en África occidental existe un problema que afecta a la capacidad de desarrollo. "En Ghana, el número de médicos formados en administración de cuidados paliativos es lamentablemente insuficiente", declara Maria-Goretti Ane Loglo, abogada ghanesa, consultora regional del Consorcio Internacional sobre Políticas de Drogas, y asesora en la materia de los Gobiernos de África occidental. "Las leyes son estrictas, y los médicos tiene miedo de prescribir morfina por si acaso algo sale mal y tienen que enfrentarse a las consecuencias".
Aunque en el horizonte no se divisa una legislación mundial, la cooperación interregional relacionada con el fármaco está aumentando. El año pasado, India adoptó medidas para controlarlo en virtud de la legislación sobre estupefacientes, lo cual otorgó a las autoridades el poder de enfrentarse a la elaboración ilegal y el tráfico. Por otra parte, en mayo la ONUDD y la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes organizaron una reunión trilateral entre India, Ghana y Nigeria para decidir qué hacer frente al tráfico de tramadol.
Sin embargo, Ane Loglo, consultora regional del Consorcio Internacional sobre Políticas de Drogas, no es tan optimista con respecto al control. Desde su punto de vista, las campañas, la educación y la cooperación entre organismos ‒más que la represión, que empuja el fármaco a la clandestinidad‒ pueden ser eficaces. Pero, en su opinión, donde se necesita una perspectiva internacional es en el reconocimiento de que el tramadol no es más que una pequeña parte del problema mucho mayor que tiene la zona con los medicamentos falsificados, gran parte de los cuales son de calidad inferior. En África, los fármacos fraudulentos llegan a representar hasta el 30% de un mercado cuyo valor a escala mundial se calcula que alcanza los 200.000 millones de dólares. Incluso si el tramadol estuviese controlado internacionalmente y su flujo se cortase de raíz, mientras el mercado de las falsificaciones siga prosperando, lo único que pasará es que será sustituido por otra sustancia.
* El nombre ha sido modificado.
Esta es una versión editada de un artículo publicado en inglés por Wellcome en Mosaic y está republicado bajo licencia Creative Commons.
Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter y Facebook e Instagram, y suscribirte aquí a nuestra newsletter.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.