El mesías vs el republicano, o la bipolaridad presidencial
En Palacio Nacional hay un republicano, pero también hay un profeta moral que asume que el país ha cambiado porque él ha llegado a la silla presidencial
Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, tiene la extraña capacidad de ofrecer todos los días razones para quererlo o para odiarlo, según la posición de cada cual. Pero no solo produce este efecto en sus seguidores o en sus rivales, algo que parecería lógico. También en aquellos que sin ser simpatizantes, abrigan la esperanza de que la 4T cumpla en alguna medida sus promesas sobre corrupción, desigualdad, inseguridad e injusticia social.
Hay momentos en que el presidente ofrece argumentos sólidos para creer en su intención de producir un cambio social en México. Para no ir más lejos, este miércoles anunció que enviaría al Congreso un proyecto de amnistía a favor de los presos en cárceles mexicanas en condiciones jurídicas cuestionables debido a su pobreza, su indefensión o a la persecución política. Miles que esperan ser condenados o procesados bajo acusaciones endebles o absurdas, producto de la arbitrariedad o la corrupción. Algo que a los gobiernos anteriores les tenía sin cuidado.
Como esta medida cada semana surgen dictámenes y proyectos encaminados a subsanar una anomalía, un abuso, un despilfarro evidente. Estoy convencido de que su administración habrá cambiado radicalmente el patrón de corrupción y dispendio que se había instalado en la administración pública, lo cual no es poca cosa.
El problema es que también hay de los otros. Aquellos momentos que nos llevan a pensar que el presidente está dejándose atrapar en su propia realidad. “Yo tengo otros datos” se ha convertido en una muletilla para defenderse de toda crítica o información que no coincida con su visión (México ya es otro, está creciendo y vamos muy bien). No importa que el dato proceda de su propio Gobierno, del Banco de México, de la prensa, del FMI, de las calificadoras y un largo etcétera. Hay un problema de fondo cuando un dirigente está convencido que los gritos de sus seguidores constituyen la voz del pueblo y por consiguiente un mandato superior a leyes e instituciones. Sus encuestas a mano alzada, convertidas en artículos de fe, dan calambres incluso a los que vemos con simpatía su agenda de cambio.
El asunto, me parece, reside en su propia trayectoria. El alma del presidente está habitada simultáneamente por un republicano y por un mesías. Hay ratos en los que se impone el hombre práctico, responsable y congruente con sus objetivos pero también con sus posibilidades. Ese que, por ejemplo, ha sostenido una relación pragmática con Estados Unidos, desprovista de cualquier retórica doctrinaria, conjurando así una potencial tragedia económica en las relaciones con nuestro explosivo vecino. El mismo que se ha abstenido de emprender una cacería política en contra de sus enemigos de antaño o flagelar a las élites con una andanada de expropiaciones y decretos. El republicano que lleva dentro le ha mantenido inmune al revanchismo de muchos de sus seguidores y alimentado por un pasado de opositor machacado por los poderes.
Pero en López Obrador hay también un profeta, un hombre convencido de que tiene una responsabilidad histórica para llevar a cabo la Cuarta Transformación del país, con la estatura moral y la legitimidad con la que Miguel Hidalgo, Benito Juárez y Francisco I. Madero pusieron en marcha las tres anteriores. En su lado positivo, esta es la fuerza que le ha permitido porfiar durante tantos años en su intención de llegar a la presidencia, pese a todos los descalabros y sinsabores.
Pero mal aspectado, como se dice ahora, esa convicción corre el riesgo de derivar en una peligrosa consigna: “el bien soy yo”. Creerse el único portador de la voz del pueblo, el instrumento de una voluntad popular hasta ahora postergada, el depositario de las reivindicaciones de los oprimidos. En ese sentido toda objeción a él es cobarde, mezquina u obedece a una intención ilegitima. Siendo así, un informe adverso de parte de un colaborador es atribuible, en el mejor de los casos, a la incapacidad para entender la misión y, en el peor de ellos, a la traición.
En Palacio Nacional hay un republicano que desea gobernar para todos los mexicanos asumiendo sus contrastes y diferencias, un hombre de Estado consciente de la complejidad de México. Pero también hay un profeta moral que asume que el país ha cambiado porque él ha llegado a la silla presidencial, que ahora gobierna el bien, que exhorta a los delincuentes a portarse mejor para no hacer sufrir a sus mamacitas. Esperemos que el laicismo de Juárez se imponga a los refranes bíblicos, el espíritu democrático de Madero a la intolerancia moralina; el sentido común de Hidalgo, capaz de evitar el saqueo de la Ciudad de México a pesar de la rabia de la masa. Todos ellos están en su alma, el problema es que también lo otro. El republicano y el mesías. Habrá que ver cuál se impone. @jorgezepedap
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.